Artículos | Julio E. González Villa

Julio E. González V.
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El tinglado de la farsa en la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana

“¡He aquí el tinglado de la antigua farsa! Con frágiles bambalinas de papeles marchitos, se ha erigido en un rincón del senado el tabladillo donde pasa la escena no interesante, pero sí interesada. El gestor de la acción, este Crispín de ahora se diferencia del de la farsa benaventina en que carece de la donosura y brillo del ingenio, del ademán gallardo y cortés y del decir pulcro y castizo. Se diferencia también en que el Crispín antiguo sabía separar las acciones mezquinas y plebeyas de las nobles y generosas, apareciendo siempre como un celoso criado en servicio y honra de su señor. Este Crispín de ahora no se esfuerza para otros sino para sí mismo y no acierta a disimular sus codicias y concupiscencias. La trama sí es la misma, solamente más burda y menos embozada, los intereses creados perseguidos de todos lados en una labor de muchos años y zurcidos con la paciencia de una fámula metódica, para allegar y conducir hacia los fines personales que Crispín persigue todos los deseos turbios, todas las concupiscencias sórdidas y mezquinas que en uno o en otro momento de la vida hacen flaquear a los hombres débiles.

Los personajes son los mismos y conocidos de la comedia de arte italiana: no tan regocijados como solían, porque se han visto envueltos en muchas pequeñeces que los tienen tristes, ni tan vistosos, porque se han despojado de los vestidos de telas recamadas y brillantes rasos, para disfrazarse con muestras modernas y vulgares americanas, a fin de aparecer como senadores los ciudadanos para disimular la tramoya. El más vecino de Crispín, Pinoquio, que es el más debilillo, suele estar siempre dormido. A él se dirige primero el director de la farsa:

¾Pinoquio, amigo mío, ¿no es verdad que soy un grande hombre?

(Pinoquio, que estaba dormido y no oyó la pregunta, sabe de sobra lo que tiene que responder. Sobresaltado se incorpora y dice:)

¾Señor don Crispín; vuestra merced es un grande hombre.

Y dice Crispín:

¾Pantalón, ¿dónde está Pantalón, protegido y pariente mío, no es verdad? ¿Que yo soy desinteresado?

Y Pantalón que ha sido gerente usufructuario de las farsas de Crispín, responde sin vacilar:

¾Sí, mi señor don Crispín, pariente y protector mío; vuestra merced es desinteresado.

Luego le toca el turno al venerable señor Polichinela, a quien Crispín pregunta:

¾Señor Polichinela, amado primo mío; ¿no es verdad que yo fui nombrado ministro?

Y el vetusto señor Polichinela, responde:

¾Sí, cierto, ciertísimo, amado primo, fuiste nombrado ministro.

Luego le toca la vez al magistrado, al que se presenta rozagante, a diferencia de la comedia donde aparece con el fúnebre birrete.

¾¿No es verdad, señor magistrado, que yo soy un ejemplar demócrata en tales y cuales actividades de Antioquia?

Y el magistrado hubiera respondido si una irreverente voz del auditorio no le hace ver que este no es su sitio y que se ha olvidado en otra parte su obligación”.

Así comienza el demoledor discurso el famoso orador y senador de la República, después presidente de Colombia, el doctor Laureano Gómez, en el recinto del Senado cuando decide cuestionar al otro famoso senador antioqueño, don Román Gómez Gómez, el Hombre de Marinilla, llamado así por Laureano, y a quien atacó por su fama, de ayudarle a sus coterráneos.

Román Gómez Gómez era el dueño de la política del conservatismo en Antioquia, de ahí el calificativo de “romanismo” a la colocación de parientes, amigos, conocidos o recomendados; cualquier parecido con el actual Decano de la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana es “mera e infeliz coincidencia”.

Este célebre episodio, que acabó con la fama y el poder de don Román Gómez Gómez, se dio el 9 de agosto de 1932, durante el gobierno de Enrique Olaya Herrera (1930-1934), quien subió al poder no sólo por el apoyo del Partido Liberal, a pesar de la oposición de Alfonso López Pumarejo, sino de parte importante del Partido Conservador, pues Olaya Herrera aceptó la candidatura ofrecida por los liberales, sí y sólo sí, fuese una candidatura de concentración nacional, no liberal, lo que atrajo al conservatismo antioqueño, liderado por don Román Gómez Gómez.

Obviamente que un personaje de talla santandereana como Laureano Gómez, pues aunque nació en Bogotá, sus antecedentes son de Santander, conocidos por su radicalismo, no aceptaba “componendas” de esa naturaleza y se enfrentó al conservatismo antioqueño liderado por Román Gómez Gómez, dando lugar a la radicalización del liberalismo en manos de quien sucedió a Enrique Olaya Herrera, esto es, en manos de Alfonso López Pumarejo, quien encabezó la Revolución en Marcha, y en cuyo gobierno, sectariamente liberal, sucedieron los hechos que dieron origen a la Universidad Pontificia Bolivariana.

Cuando se lee el discurso brutal de Laureano Gómez, parece surrealista, pero la escena la he visto plasmada, burda, en la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana.

El tinglado de la farsa de Jacinto Benavente en sus “Intereses creados”, está calcado en los que ocurre actualmente en esa otrora gran fábrica de juristas, pues “mejor que crear afectos es crear intereses” (Acto II, Escena IX)

Acaso en el tabladillo de la Facultad de Derecho, ¿no hay una escena interesante, pero sí, interesada?

Acaso ¿no hay un decano que “no se esfuerza para otros sino para sí mismo y no acierta a disimular sus codicias y concupiscencias”, como es el apoderarse de la Facultad y excluir a aquellos que se atreven a opinar diferente?

Acaso ¿no existen en la Facultad de Derecho “los intereses creados perseguidos de todos lados en una labor de muchos años y zurcidos con la paciencia de una fámula metódica, para allegar y conducir hacia los fines personales que Crispín persigue”?

Acaso, ¿no se ha convertido la Facultad de Derecho en la propiedad de dos distinguidas familias?

Acaso, ¿no se ha acallado la libertad de expresión, al reprimirse violentamente con la sentencia irrecusable pronunciada por el señor decano de expulsar a quien opine diferente?

Acaso, ¿no se ha violentado la Academia al desconocerse el grado de profesor titular de un académico que ha dedicado a la Facultad más de 30 años?

Acaso, ¿existió algún proceso, alguna fórmula de juicio, alguna queja, alguna recriminación, para que el profesor, víctima del nuevo tinglado de la farsa, se hubiese defendido?

Sólo la vanidad, el capricho, la sentencia irrefutable del nuevo Crispín, ¿bastan para tamaña injusticia?

A pesar de no estar de acuerdo con Laureano en su catilinaria, me veo obligado a parodiarlo y copiarlo, para recriminar como se tiene que recriminar al nuevo Crispín de la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana:

“Y tú, Crispín, mal hombre, el del tinglado de la farsa, violador de la Constitución y de las leyes”, al violar las leyes de la decencia, y del decoro, irrespetando los derechos adquiridos de un profesor titular.

“¡Tú! Crispín, aprovechador de las influencias oficiales en favor de tus personales ambiciones y de las de tus parientes allegados y servidores.”, ¡Tú! Crispín, que has osado desvincular un profesor titular para vincular a tu propia hija.

¡Tú, Crispín, negociador mendicante de clases y profesores, colocando y deponiendo, obedeciendo a tus intereses creados!

“¡Tú, violador del sagrado” derecho de la libertad de cátedra “para aprovecharlo en tus negocios y maquinaciones políticas!”

“Tú, Crispín, que te disimulas mal por los pasillos de los ministerios, las administraciones”, los Consejos Directivos y Académicos, la rectoría, “recogiendo los” provechos “de una administración complaciente para alimentar la inmensa caterva de los tíos, los sobrinos y los parientes”, aún los del primer grado de consanguinidad.

“Tú, Crispín, que violas el sacrosanto” debido proceso “que no debiera ser perturbado para hacer cieno con las cenizas y tratar de arrojarlo contra mí creyendo, iluso, que me detendrías en el camino de la justicia”.

“Tú, calumniador sin imaginación que no has podido respaldar tus osados” hechos sino con falsas motivaciones y la desviación de poder.

“Tú, sobre cuyos hombros pesa, y pesará eternamente, la tragedia horrible de una” Facultad y Escuela “despedazada por tu codicia criminosa y a cuyos oídos llega el inextinguible reproche de tu delito que ha hecho víctima a un hogar inocente”.

“Tú, Crispín, que mancillas con tu presencia” la decanatura, “llenas el ámbito con la sombra de tus” pasiones, “has querido convertir la” Escuela de Derecho “en una cosa abyecta que no podamos venerar porque con tu inmerecida exaltación la envileces y rebajas y que no podrá volver a ser grande mientras te halles aquí sentado”.

El báculo diocesano

El báculo del Obispo no es un bastón de apoyo de un anciano venerable, es un arma para ahuyentar a los lobos del rebaño.

En 1942, Laureano Gómez, a la sazón, jefe del Partido Conservador, durante el comienzo del segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo, atacó un proyecto de concordato que ya tenía negociado la Nunciatura con el Gobierno, por cuanto “La Nunciatura de la Santa Sede en Colombia, como era su deber, estaba del lado del Gobierno, y por temor reverencial, muchos de los obispos, sacerdotes y católicos laicos de la Nación, apoyaban el punto de vista de la Nunciatura”.1 (Guillermo Fonnegra Sierra; El parlamento colombiano; Gráficas Centauro; Bogotá, 1953, Pag. 189).

En ese discurso en el parlamento, se expresó Laureano Gómez en los siguientes términos:

“La identidad entre el Príncipe y el Pontífice es el summum de la tiranía y esta reforma tiene una tendencia, no por disminuida menos real, a supeditar las autoridades religiosas y disminuir su poderío frente a las de orden civil y esa es una tendencia cesarista, abominable, que tiraniza y ofende el sentimiento católico de los colombianos y no de los anticatólicos, porque estos toleran la autoridad eclesiástica como un rezago del pasado, como algo decadente que por desgracia subsiste”.

Más adelante este llamado monstruo de la política enfatiza:

“Repito, pues, que no puede haber obispos, ni sacerdotes, ni católicos laicos que, considerada la naturaleza de las cosas, yendo al fondo de ellas y no dejándose desvirtuar por las consideraciones cobardes del ‘mal menor’, puedan decir que la reforma concordataria es mejor que lo existente. Y el verdadero católico que acepte ese ‘mal menor’ no es un hombre convencido, es comodón, un regalón”.

Y finalmente remata su intervención de esta manera:

“Cuando en estas cuestiones fundamentales de la vida espiritual, la convicción no sirve para defender la íntima creencia, ¿qué se va a defender entonces? ¿Qué otra cosa hay en la vida que valga la pena de correr ningún riesgo para defenderla? Si nosotros, católicos convencidos, no defendemos esto como lo estamos defendiendo, ¿con qué derecho después se nos pide que defendamos qué?, ¿qué instituciones, qué principios, qué filosofía política?, ¿qué normas valen la pena de compararse con aquellas que no somos capaces de defender y que son eternas, porque nos las señaló el Creador? Si para defenderlas somos cobardes y buscamos el ‘mal menor’, no seremos sino unos calculadores, utilitaristas que nos pasamos la vida como cerdos, disfrutando de la mejor manera los bienes que tenemos a nuestro alcance. Lo que aquí se busca es hacer decaer la moral del país, retrasarlo en el camino de su altura moral e intelectual. Y por eso cuantas veces se hable del asunto otras tantas tendremos que alzar nuestra voz para defender la religión atacada”. (Sesión del 30 de noviembre de 1942)(Idem pag. 191).

He decidido recordar este episodio por cuanto a la Santa Madre Iglesia Católica y Apostólica de Medellín, también hay que llamarle la atención, máxime cuando no ha tenido el carácter de defender la misión, el espíritu, de la gran Universidad Pontificia Bolivariana, legado recibido de los profesores conservadores que tuvieron la gallardía de enfrentar al establecimiento del mismo Lopez Pumarejo en su primer mandato, renunciar a sus cátedras en la Universidad de Antioquia y hacer la Universidad Pontificia Bolivariana en 1936.

Cuando recibí la instrucción del Decano de la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de que no iba a continuar con mis cátedras de Derecho de Bienes, Derecho Romano y Derecho Ambiental, después de 30 años, después de ser Profesor Titular, sin ningún debido proceso, sin ninguna queja formal, tuve la convicción de que se trataba de una venganza personal del decano, Luis Fernando Álvarez Jaramillo, por haberme enfrentado a él en ejercicio del derecho de libertad de expresión en medios de comunicación, razón por la cual me dirigí al Señor Rector de la Universidad, Presbítero Julio Jairo Ceballos, con copia al Señor Arzobispo de la ciudad de Medellín, como Gran Canciller que es de la Universidad. Todo esto a finales de noviembre del 2018. Tres meses después, continúa reinando el “imponente y profundo silencio” como dice cierto genial poema.

Este “imponente y profundo silencio” en donde tiene que reinar la Justicia, pues es en los claustros de la Escuela de Derecho donde se enseña que la búsqueda del Derecho es la Justicia, no es de recibo. Y no es de recibo porque existen unos derechos constitucionales humanos y fundamentales que están siendo vulnerados, y no a cualquiera, a un Profesor Titular: el derecho de petición y el derecho al debido proceso.

Hay que llamar la atención de la Curia, pues ella dirige, como Gran Canciller que es el Arzobispo de Medellín, el Consejo Directivo de la Universidad; y la Curia dirige al Rector, pues es sacerdote que depende del Obispo. Quien termina siendo cuestionado es entonces el Báculo Diocesano.

Entonces, al igual que la nunciatura, que en el caso de 1942, es recriminada por dejarse manipular por el gobierno, me siento obligado a recriminar a la Curia que se deja manipular por un decano indigno de su cargo que ha decidido tomarse la Facultad de Derecho excluyendo los profesores que no se identifican con su ideología, si es que así puede llamarse ese tinglado de intereses oscuros del personaje de marras, y en su lugar ha decidido vincular a toda su oficina como profesores de esa otrora gran Escuela de Derecho.