Epicteto, el opinador
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Hacia una estrategia eficaz

Resulta especialmente difícil superar el desconcierto y la disgregación que se observan en la población colombiana, en la búsqueda de soluciones al mayor desastre del país en sus primeros 212 años de vida independiente.

Mientras unos buscan la caída del totalitario régimen comunista que preside el guerrillero Aureliano a través de marchas de protesta a las que llaman “paro nacional”, sin que exista de verdad un cese de todas las actividades, otros insisten en la peregrina idea de derrotar a los candidatos del Gobierno en las próximas elecciones regionales, a sabiendas de que se repetirá el monumental fraude con el que la izquierda radical se hizo con el poder contra la voluntad de las mayorías nacionales. Hasta la fecha ninguna autoridad judicial o administrativa se ha atrevido a hacer reconteos en las urnas ni a investigar las irregularidades denunciadas.

Repasando lo que opinan los políticos, los escritores y el público en general, nos encontramos las más variadas fórmulas para salir del desmesurado embrollo: Que esperemos un salvador “golpe militar”, quimérico y engañoso, después de la decapitación de la cúpula militar con la salida forzada de cerca de 70 generales. Que busquemos la unión de la oposición con los mismos políticos que, por acción u omisión, nos condujeron a este triste callejón sin salida. Que hagamos una oposición “constructiva” a este gobierno que sólo quiere la destrucción de todo lo existente para crear otro país a semejanza de las repúblicas bolivarianas de la persecución y la miseria.

Nos corresponde, ante todo, asumir que aquí no se cambió un partido por otro en el gobierno del país, ni se trata de una pelea entre personajes queridos u odiados por el electorado. No, mis queridos contertulios, lo que aquí ocurrió fue la imposición fraudulenta del progresismo ateo y revolucionario, la destrucción de los valores y principios que formaron el ADN de nuestra Nación, la creación de un nuevo país a merced de los narcos y sus aliados comunistas, todo ello con el propósito de perpetuarse en el poder, conforme a los mandatos del Foro de Sao Paulo.

Se impone, pues, una nueva estrategia para salir del abismo, que pasa por apelar al colombiano de bien, al ama de casa, al pensionado, al militar o policía en uso de buen retiro, al trabajador al que el Gobierno le roba sus ahorros para la pensión, al joven que vislumbra cómo se esfuman sus posibilidades con este negro porvenir, a la clase media castigada por la reforma tributaria y por la más demoledora desvalorización del peso en nuestra historia.

Debemos intensificar la protesta a través de un verdadero paro nacional e indefinido, no una simple procesión sin un preciso objetivo. De allí deben surgir los militantes, promotores y líderes del movimiento que salvará a Colombia de este gobierno de la infamia.

Precisamos desde ahora un principio de organización, de división de tareas, de captación y registro de la militancia. La tarea es ardua pero no estamos autorizados para desfallecer en el momento más crítico que ha vivido nuestra Patria. “Es vergonzoso que, en el transcurso de una vida en la que tu cuerpo no desfallece, en este desfallezca primeramente tu alma” (MARCO AURELIO, Meditaciones, Editorial Gredos S.A., 1977, pág. 120).

Colombia: patriotismo y valores

Hasta nuestra humilde ágora llegan múltiples peticiones de compatriotas ansiosos de aclarar sus dudas sobre el oscuro panorama que nos rodea.

Mientras gran parte de la población piensa en la necesidad de salir a la calle y organizar un paro nacional contra el tiránico régimen populista, otros aún alientan la ilusión de derrotar a los candidatos de la izquierda radical en las elecciones regionales que se avecinan. Y, mientras tanto, las clases dirigentes, pública y privada, engolosinadas con el cuidado de sus intereses empresariales y personales, actúan como si les importara una higa el porvenir del país. Unos se humillan ante el tirano en busca de las migajas del poder; otros intentan una oposición “constructiva” con quien solamente cree en la destrucción de todo lo existente para construir sobre sus ruinas el “paraíso socialista”.

Para comenzar, debemos actuar con sentido patriótico. Patriotismo no es solamente sentarse frente al televisor con una camiseta amarilla para alentar a nuestros futbolistas.

El verdadero patriotismo debe ser crítico, para denunciar lo que perjudica a la Nación y defender las soluciones que se deben implementar.

Pero también nuestro patriotismo debe ser práctico. No podemos caer en los mismos errores del pasado. Los partidos políticos fracasaron por falta de valores y principios altruistas. Se conformaron con el disfrute del presupuesto y la burocracia. Por ello ahora debe ser el pueblo, conformado por cada uno de los colombianos indignados con lo que vivimos, quien tome las riendas del país y lo salve de la hecatombe generada por el comunismo en el poder.

Por ello he creído en la utilidad de un gran paro nacional, de duración indefinida, acompañado de la paralización del transporte y de toda actividad económica hasta que caiga este gobierno de la mentira y de la infamia.

Un paro que se limite a unas simples marchas, sin un propósito distinto al de la protesta, no pasa de ser un inane gesto de impotencia.

Tampoco creo que el desmonte de un gobierno cuyo origen es espurio, pues se violentó el resultado de las urnas con el fraude, pueda lograrse mediante nuevas elecciones, mientras se mantenga el poder electoral en las manos de quienes perpetraron el robo de las elecciones presidenciales.

No nos queda otra salida que la de unirnos bajo la sombra protectora de los principios cristianos y democráticos que forman parte de nuestra nacionalidad y que este tirano formado en la escuela del crimen quiere conculcar.

Principio de la creación de una gran cruzada para restaurarlos es precisamente el paro nacional con todas sus consecuencias. De allí deben surgir los cuadros directivos, los líderes o promotores y los militantes que en forma masiva encauzarán los caminos de restauración , libertad, justicia y prosperidad que Colombia necesita.

El Estado colombiano ha colapsado

Se dice que un Estado ha colapsado cuando deja de cumplir las funciones esenciales para las cuales fue constituido: garantizar las libertades y los derechos de sus habitantes; proveer a su seguridad personal y la de sus bienes; administrar justicia en los conflictos entre la población o entre esta y las autoridades; disponer de un sistema de salud y de seguridad social para ayudar a la gente en sus enfermedades o en su vejez; prevenir y castigar las conductas criminales que afectan a la sociedad y a sus componentes; facilitar la actividad económica y la generación de empleo en beneficio de la población, y aplicar los recursos públicos a la solución de las necesidades de los gobernados.

Sin el cumplimiento de esos fines básicos no se justifica la existencia del Estado ni la cesión por parte de la ciudadanía de una parte de sus libertades y derechos en favor de la camarilla que pretenda suplantar la organización estatal, como ocurre ahora en Colombia.

Comenzó el actual régimen sobre la base de unas espurias elecciones que presentaron el mayor número de irregularidades e inconsistencias de nuestra vida democrática, las cuales no fueron revisadas gracias al contubernio entre la Registraduría, el Gobierno de turno, los organismos de control y el poder judicial. ¿Dónde quedó el derecho al sufragio?

Bastó un solo semestre para que los avances democráticos e institucionales construidos por nuestros antepasados en más de 2 siglos de vida soberana fueran desmoronados por la izquierda radical entronizada espuriamente en el poder, con la complacencia de los dirigentes llamados “de centro”. Se atribuye a José Antonio Primo de Rivera la afirmación de que “En general, los partidos centristas son como la leche esterilizada, no tienen microbios, pero tampoco vitaminas” (De Foxá, Agustín, Madrid de corte a ckeka, Ediciones de Orientación Española, 1942, pag.171). Con la salvedad de que, entre nosotros, esos partidos han estado contaminados por los microbios de la corrupción, el encubrimiento del delito y la cobardía.

Ahora sufrimos los colombianos la inseguridad física y la de nuestros haberes en una sociedad al servicio del narcotráfico, el crimen organizado y el vandalismo.

Se han borrado los límites entre las ramas del poder y, desde el Ejecutivo se ordena la libertad de los terroristas y el cese a la erradicación de la coca, y ahora se anuncia la eliminación de los delitos del código penal para “disminuir la criminalidad”.

Nuestro sistema de salud, catalogado como uno de los más eficientes del mundo será despedazado para entregar la atención de los colombianos al Estado botarata y corrupto que conocemos.

Los ahorros que los trabajadores guardan para su pensión de vejez serán arrebatados por la tiranía comunista que no respeta ni la Constitución ni el sentido común.

Se incrementan los impuestos, aumenta la inflación, pierde valor nuestra moneda como nunca en toda nuestra historia, se ahuyenta la inversión, se prohíbe la explotación petrolera que representa el 30 % de nuestras exportaciones y se exprime el presupuesto nacional con gastos absurdos para conducir al país a la mayor hecatombe económica que se pueda imaginar.

Se fomenta desde el discurso gubernamental el odio de clases y se persigue a los generadores de empleo para cumplir el objetivo comunista de empobrecer a toda la población para que pase a depender de los subsidios estatales, las cartillas de racionamiento o las cajitas de alimentos. Se sigue a raja tabla la consigna del guerrillero-presidente: no permitir que los pobres dejen la pobreza porque se vuelven de derecha y no los podremos controlar.

En esta coyuntura vale la pena convocar a los colombianos a actuar conforme a la macabra realidad que nos agobia. No podemos seguir siendo complacientes con este triste estado de cosas ni pretender que ignoramos lo que nos pasa. Recurro a Marco Aurelio para insistir: “Es terrible, en efecto, que la ignorancia y la excesiva complacencia sean más poderosas que la sabiduría (Meditaciones, pag. 105)

Pero actuar no es simplemente reenviar mensajes por el celular o llorar sobre la leche derramada. Tampoco podemos sentarnos a esperar que ocurra un hecho milagroso que nos salve de esta larga noche. No caigamos en la ingenuidad de pensar que los políticos que nos condujeron a esta infernal coyuntura nos salven en las próximas elecciones. O que, mediante un golpe militar, cesen todos los males que afligen a nuestra sociedad. No esperemos milagros, seamos nosotros mismos el milagro que necesita Colombia.

Colombia: entre las tinieblas y la luz

La oscura noche que se ha apoderado del país desde el pasado 7 de agosto, llega a tal grado de cerrazón que hasta los llamados a encontrar una luz de esperanza se debaten en medio de la perplejidad y la incertidumbre.

¿Qué hacer cuando todos los resortes del poder se encuentran bajo el control de una pandilla que antepone la defensa de los criminales, la plena garantía al narcotráfico y la protección de los terroristas a la seguridad y el bienestar de la población?

¿Cómo impedir que los recursos del Estado se dilapiden en el derroche presupuestal, en demenciales proyectos o en subsidios impagables por el fisco, mientras se planea suprimir los ingresos por venta de petróleo?

¿Quién va a garantizar la seguridad de las gentes, sus derechos fundamentales, su salud y bienestar, cuando el propio Estado deja en libertad a los vándalos, se hace el de la vista gorda frente a las invasiones ilegales, amenaza con desmontar el sistema de salud y se roba los ahorros de los trabajadores para sus pensiones de vejez?

¿Cuál es la alternativa a seguir frente a la suicida política de ahuyentar la inversión, aumentar la tributación, y generar una inflación que acaba con el aumento decretado para el salario mínimo?

Ante todo, comencemos por reconocer las verdaderas dimensiones de esta hecatombe. No se trata simplemente de la pérdida de unas elecciones: Es el enfrentamiento de dos visiones contrapuestas del mundo.

De un lado, quienes creemos en un país donde se respete el Estado de Derecho, donde exista una separación de los poderes públicos. Donde se garantice la seguridad, la salud, la propiedad y los derechos fundamentales de los habitantes. Donde impere una verdadera justicia libre de intereses politiqueros. Donde se cumpla con una justicia social que beneficie a las clases más vulnerables. Un país que tenga como guía los principios universales de la civilización judeocristiana y la defensa de la familia como núcleo fundamental de la sociedad. Un país que respete el sistema democrático y, en vez de vulnerarlo, lo perfeccione, para que esté el pueblo representado por quienes comparten sus intereses y no por una clase política corrupta y venal que se vende al mejor postor.

De otro lado, están quienes tienen como credo la toma del poder por cualquier medio, sea por la violencia, el asalto a las urnas, el engaño al pueblo o el desconocimiento de la voluntad popular como se hizo en el plebiscito que rechazó el acuerdo de La Habana, y se repitió con el monumental fraude de las pasadas elecciones. Son los que propugnan por la destrucción de la familia a través de la ideología de género y el aborto. Los mismos que no han dudado en invadir desde el Gobierno la órbita del poder judicial para dejar en libertad a los vándalos que incendiaron al país y paralizaron el transporte en las tomas guerrilleras durante la administración Duque. Quienes vienen mutilando la institución militar y de Policía, mientras crean un ejército pagado de milicianos con el disfraz de “gestores de paz”. Los que persiguen el empobrecimiento de la población a través del aumento de impuestos, la desmedida inflación, la bancarrota del Estado y la persecución a los inversionistas, para que así todos dependamos de las limosnas estatales para subsistir. Quienes anuncian que radicalizarán el llamado “progresismo” para perpetuarse en el poder.

Una vez entendamos el tremendo conflicto al que nos enfrentamos, podremos encontrar, mediante el raciocinio y objetividad, las más efectivas formas para enfrentarlo.

Solamente me atrevería a dar unas sencillas recomendaciones a mis contertulios:

  1. No pensemos en soluciones cómodas, fáciles o a corto plazo. Si la izquierda tardó 60 años en encontrar la fórmula para quedarse con el poder, su recuperación no podrá lograrse tan pronto como deseamos;
  2. No se trata sólo de una batalla política, pues está implicado aquí un cambio cultural que los actuales gobernantes quieren imponer por la fuerza. Durante más de 50 años las distintas guerrillas intentaron conquistar mediante el terrorismo y la propaganda política al pueblo colombiano y fracasaron rotundamente. Pero cuando adoptaron una nueva estrategia, la de infiltrarse en la educación, la justicia, los medios de comunicación, los sindicatos, la Iglesia católica y los poderes públicos, se ganaron el premio gordo;
  3. El cambio cultural que propugna el socialismo se fundamenta en la destrucción de todo lo existente, para construir otro mundo basado únicamente en la fantasía de sus promotores, desconociendo las tradiciones, costumbres y vivencias que forman parte de nuestra milenaria cultura. Lo único que puede salvarnos de la total destrucción de nuestra civilización es una resistencia organizada;
  4. No busquemos entre la clase política los nuevos líderes que la resistencia requiere. Ya fracasaron, unos por acción y otros por omisión. Esta avalancha popular que está a punto de estallar debe partir del liderazgo de cada colombiano de bien que, en la medida de sus capacidades, se sume a la resistencia; y,
  5. Demanda un esfuerzo ciclópeo mas no imposible. Es connatural al hombre buscar la defensa de su bienestar y el de su familia. Recordemos esta máxima:“No pienses, si algo te resulta difícil y penoso, que eso sea imposible para el hombre, antes bien, si algo es posible y connatural al hombre, piensa que también está a tu alcance” (Marco Aurelio, Meditaciones, pag.118).

Propósito de 2023: salvar a Colombia del comunismo

Además de las celebraciones a las que nos llama no sólo la tradición occidental, sino también el consumismo y la mediática manipulación de las mentes, vale la pena dedicar algo de nuestro tiempo a la reflexión y a la planeación de nuestro inmediato futuro.

No cabe duda de que para los colombianos el 2022 representó una tragedia de proporciones hasta ahora no sopesadas en su total dimensión. Cada día las más absurdas e inconvenientes decisiones gubernamentales y los más descabellados anuncios sumen a la población en la incertidumbre, la desesperación y la impotencia. Vamos a completar 6 meses, desde la elección del actual régimen, sin recibir una sola noticia alentadora para el futuro del país.

Muchos se dedican a manifestar su descontento, a sabiendas de que con ello nada cambiará pues la totalidad del control está en las manos del sátrapa: la fuerza pública, la administración de justicia, el presupuesto del Estado, el Congreso sobornado, los organismos de control, la prensa silenciada, y las masas resignadas y sin una elemental organización. Otros pretenden ingenuamente hacer una oposición constructiva, respaldando aquello que pueda ser de utilidad, como si de un árbol malo se pudiera esperar buenos frutos.

No todo está perdido. Subyace en la conciencia de los colombianos un profundo amor por la patria, y la gran mayoría de nuestros compatriotas comparte los valores éticos y morales emanados de la civilización judeocristiana. Muchos fueron engañados con falsas promesas y halagados con dádivas para comprar sus conciencias, pero ahora comienzan a despertar ante la triste realidad que estamos padeciendo.

Estamos en presencia de un golpe al Estado de derecho, pues el asalto al poder se cumplió a través del más vergonzoso tinglado de fraude electoral y de compra masiva de conciencias. Y el ejercicio del poder, desde el comienzo, ha confirmado lo que habíamos anunciado: la toma del poder para cumplir a rajatabla los funestos planes del Foro de Sao Paulo.

No puede ser nuestro propósito para 2023 nada distinto al rescate de Colombia de las garras del marxismo-leninismo que comienza su labor depredadora para conculcar los derechos de los ciudadanos; repartir impunidad entre narcotraficantes, políticos corruptos, vándalos e invasores de la propiedad privada; perseguir a la libre empresa; generar un monstruoso déficit fiscal; llevar a la población a la miseria absoluta a través de la inflación que comenzó el pasado 19 de junio y, en fin, destruir la Nación que con tanto esfuerzo hemos construido.

Ese rescate no puede cumplirse, queridos contertulios, desde el sistema corrupto que nos condujo a esta ignominiosa situación. No podemos acabar con la corrupción mientras el sistema mismo sea el más corrupto. Debemos iniciar una contrarrevolución a través de las marchas escalonadas hasta llegar al paro nacional y la desobediencia civil y pacífica.

Todos los que nos sentimos víctimas de este ominoso y tiránico sistema debemos organizarnos como sociedad civil, independiente y cívica, agrupándonos de acuerdo con nuestras principales actividades en cada una de las regiones: los obreros por sectores, los profesionales, los estudiantes, las amas de casa, los jubilados, los militares en retiro, los agricultores, los artesanos, etc.

Distinguidos juristas, a quienes respaldamos, están complementando esta propuesta con precisas y fundamentadas demandas contra los inválidos actos con los que se pretende “legalizar” el fraude.

Y tú, estimado compatriota, ¿cómo vas a participar en esta avasalladora cruzada para la defensa de nuestra amada Colombia?

El sentido de las marchas en Colombia

Me llegan, como seguramente también a ustedes, mis apreciados contertulios, frecuentes preguntas sobre la manera más eficaz para enderezar el entuerto en que nos colocaron los politiqueros de siempre, y sobre cómo revertir el desastre electoral al que nos condujo el monstruoso fraude perpetrado con anuencia de los gobernantes de turno.

Tarea nada fácil, si queremos acertar en la respuesta. Ya se escuchan voces llamando a conformar una oposición unida para presentarle cara en los próximos comicios regionales al populismo socialista, ahora enquistado en el gobierno. Pretender que los políticos se unan a esta lucha es como buscar el ahogado aguas arriba. Quienes buscaron nuestros votos en las pasadas elecciones para enfrentar la amenaza de la extrema izquierda ahora son sus aliados en el Congreso, sin que se les caiga la cara de vergüenza.

Mientras tanto, en el gobierno nacional y en las alcaldías controladas por los amigos del castrochavismo, que son la mayoría, se aplican los recursos humanos y económicos del Estado a montar la aplanadora gubernamental en favor de sus propios candidatos.

No existe, pues, mis queridos y bien intencionados amigos, ninguna posibilidad de éxito por la vía democrática, con un régimen que para mantenerse en el poder utilizará todas las formas de lucha, como lo enseña su estrategia marxista-leninista y como se evidenció, para infortunio de esta sufrida Patria, en las pasadas elecciones.

Nos queda un recurso mucho más contundente: apelar directamente a los colombianos de bien, que somos la mayor parte de la población, sin intermediación de la desprestigiada clase política. Ya ha empezado a anunciar su incontrastable fuerza en las multitudinarias manifestaciones de protesta que los medios han tratado inútilmente de desconocer o minimizar. Contrastan estas espontáneas expresiones con las pobrísimas celebraciones de los primeros cien días del actual gobierno, a las que no acudieron ni sus promotores.

Si se trata, como me han preguntado, de romper el nudo gordiano que nos ahoga, no podemos desperdiciar estas marchas, plenas de coraje e indignación contra las reformas del régimen social-comunista. No nos conformemos con denunciar los daños que se están causando a los colombianos ni con pedir la renuncia al presidente, pues no lo va a hacer: su propósito es perpetuarse en el poder.

Hay que dar un sentido inteligente y productivo a las protestas. ¿Cómo lograrlo? Transformando esa masa improvisada en un movimiento organizado con una estructura que represente a sus participantes sectorizados por regiones, municipios, y actividades personales de cada uno. Con ese principio de organización, establezcamos una estrategia para derrocar el régimen de la infamia mediante un paro nacional e indefinido, una desobediencia civil y una resistencia generalizada en la que militemos colombianos sin distingos de clase o partido. Solamente dejaremos por fuera a los venales y corruptos politiqueros que nos condujeron al abismo. He allí la fórmula eficaz que requiere el país.

Una salvedad sí tengo la obligación de hacer: no esperemos resultados a la vuelta de la esquina. Esta cruzada puede prologarse mucho más allá de lo que todos deseamos. Pero no nos es permitido pensar a corto plazo, como lo han hecho nuestros dirigentes. Siempre pensaron en ganar unas elecciones, no en los intereses de las futuras generaciones. Por eso entregaron el país a los más ineptos, los más corruptos, los más malvados que pudieron encontrar. Sesenta años le tomó al comunismo llegar al poder. Podemos resistir también lo que sea necesario para recuperarlo.

El sentido de las marchas en Colombia

“Dinos, Epicteto, cuál es tu opinión sobre las marchas de protesta contra el gobierno en Colombia, ¿se deben suspender antes de que los manifestantes empiecen a cansarse, o deberían continuar?” La respuesta a la pregunta de mis habituales contertulios fue la siguiente:

Lo importante es buscar el verdadero sentido de la protesta. Existen suficientes razones para seguir protestando, empezando por el espurio origen de los elegidos dentro del proceso más fraudulento del que se tiene noticia en la historia del país. Lo que aún no nos explicamos es cómo ni el Gobierno anterior ni los jueces, ni los organismos de control, ni las autoridades electorales se dieron por enterados de las múltiples anomalías denunciadas y omitieron correctivos tan elementales como el de hacer reconteos de votos en los lugares donde se sospechaba la presencia de las prácticas fraudulentas.

De otro lado, han bastado 90 días, para que el país empiece a desmoronarse en todos los aspectos: el de la seguridad, pues ya es la criminalidad la que gobierna y cada vez es premiada con más impunidad; el de la economía con un dólar a $5.200, precio al que jamás había llegado; con una reforma tributaria que encarece el costo de vida para todos los colombianos y afecta hasta la canasta familiar; con una inflación que en lo que va corrido del año llega al 23%, la más alta en los últimos 23 años;  con la pérdida del 31% de los ingresos de cada colombiano;  con graves amenazas sobre el sistema de salud, uno de los mejores del continente; y cada día, nos trae una nueva razón para la protesta.

Pero el sentido que le debemos imprimir a la protesta no es el de humillarnos ante la adversidad, sentir angustia, desesperación o apatía por lo que nos ha tocado vivir. En una palabra, no actuemos como las víctimas que conducen como un rebaño hacia el matadero.

En un estupendo video nos transmite ese gran colombiano que se llama Andrés Felipe Arias la siguiente frase de Viktor Frankl: “Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”.

Allí está la verdadera respuesta. No esperemos que el gobierno de Petro caiga porque salgamos a protestar. Tampoco nos hagamos la ilusión de que, por obra de sus equivocaciones, llegue a perder las próximas elecciones, pues ya está probado cómo manipula los resultados electorales. Si no podemos cambiar las cosas por esos medios, cambiemos nosotros mismos: Dejemos de comportarnos como víctimas y convirtámonos en sobrevivientes. Adoptemos una actitud serena, responsable y, sobre todo, inteligente, ante el desastre que envuelve a nuestro país.

¿Cuál es, entonces, esa actitud inteligente, de sobrevivientes, ante la necesidad de protestar? Demos sentido a las marchas. Deben tener como único objetivo el derrocamiento del gobierno comunista de Petro mediante la no violencia, la desobediencia civil y la no cooperación, tal como lo enseñó Gandhi cuando, con esas armas, derrotó al poderoso Imperio Británico.

¿Qué se requiere para lograr el objetivo? Tres cosas: 1) Que cambiemos nuestra actitud de víctimas por la de sobrevivientes, 2) Que organicemos a los marchantes. Basta con pedir a cada uno, empleando los medios electrónicos, su nombre, número de celular, actividad principal y municipio de residencia. De esta manera, los dirigentes de las marchas pueden saber con quiénes pueden contar y agrupar a cada uno de acuerdo con sus vínculos naturales, el municipio y su actividad personal. 3) Que diseñemos la estrategia escalonada de las marchas hasta la paralización total del país y la asunción del poder por parte del pueblo, sin intermediarios políticos, representado por los comités previamente seleccionados a partir del municipio y de la actividad laboral.

Pensemos, con el nuevo sentido que debemos dar a nuestro destino, que podemos romper el aforismo vigente desde Maquiavelo hasta nuestros días, de “que la lucha política activa está circunscripta en su mayor parte a pequeñas minorías de hombres, y que los miembros de la mayoría son y seguirán siendo, suceda lo que suceda, gobernados”. (BURNHAM, James, Los Maquiavelistas, Emecé Editores, Buenos Aires, 1945, pag. 72)

Profundizando en las causas del desastre

Cuatro fueron las causas inmediatas que identificamos del desastre que vive Colombia: 1) Monumental fraude electoral. 2) Soborno de proporciones mayúsculas mediante la compra de votos. 3) Engaño a la población con el trasnochado mensaje de lucha de clases. 4) Incapacidad absoluta de la dirigencia política para evitar la hecatombe anunciada.

Pero tales circunstancias no se presentaron súbitamente. Por el contrario, fueron fruto de un proceso de descomposición que agobia al país desde hace tiempo. Denunciado por unos pocos escritores armados sólo de coraje, pero ignorados olímpicamente por las clases dirigentes tanto del país “político”, como del país “nacional”.

Comencemos por el fraude en favor del candidato de la izquierda radical, el aliado de las FARC y del santismo. Desde hace varios años viene controlando esa diabólica alianza tanto al Congreso como a las altas Cortes. Recordemos cómo, mediante una burda proposición, sus mayorías desconocieron la voluntad del pueblo en el referendo que negó su aprobación a los acuerdos de La Habana. Su poder sobre la Corte Constitucional se manifestó cuando este órgano supremo le dio su aval a semejante asalto a la democracia, argumentando que el proceso del referendo podía continuar en el Congreso. Semejante prevaricato habría bastado para cerrar definitivamente ese antro de corrupción y devolver a Colombia el estado de derecho y el libre ejercicio de la democracia.

Por supuesto, el sistema electoral ha sido sometido a la voluntad del farc-santismo y de la extrema izquierda desde entonces. El manejo del proceso electoral ha sido entregado a una conocida empresa vinculada estrechamente a Juan Manuel Santos, quien ha pertenecido a su Junta Directiva y, como presidente de la República, invitó a los propietarios de esta para que lo acompañaran en la visita oficial que hizo a la Reina de Inglaterra. No les pareció suficiente y, para estas cruciales elecciones se contrató, además, una firma amiga de gobiernos comunistas, con un software que ni fue probado ni permitió ser auditado externamente.

No ha existido en toda nuestra historia democrática un proceso electoral con un mayor número de irregularidades denunciadas, sin que se tomasen las necesarias medidas correctivas. Tanto el presidente de la República, como las autoridades electorales y los organismos de investigación judicial se negaron sistemáticamente, como si existiera un poderoso acuerdo entre ellos, a practicar un nuevo conteo en las mesas que habían sido señaladas con resultados fraudulentos.

De todos es conocido el origen guerrillero del triunfador en las elecciones. Su afinidad con el ELN y las FARC ha sido manifiesta y no requiere mucha explicación. Asimismo, su proximidad con los capos del narcotráfico, a quienes el farcsantismo y la extrema izquierda vienen favoreciendo desde la firma del espurio acuerdo de La Habana y ahora con la suspensión de la fumigación de los cultivos ilícitos. Súmese a lo anterior, el respaldo obtenido de los corruptos detenidos a quienes se les solicitó en la cárcel su apoyo a la candidatura del guerrillero. Allí tenemos el origen de fondos que ni siquiera el Estado podría igualar para la compra de las conciencias de sufragantes, manejadores de opinión y funcionarios electorales.

Por supuesto, detrás de este sucio entramado aflora la naturaleza corrupta de nuestro sistema democrático, la inoperancia de nuestros partidos políticos, la desvergüenza de quienes se hacen elegir para obtener inmerecidos privilegios olvidando los intereses de la patria. En suma, tenemos un sistema que no nos representa y sólo sirve a las oscuras camarillas que nos gobiernan.

Parecido origen tiene el acompañamiento logrado por las trasnochadas tesis del marxismo-leninismo. Fue nuestra clase dirigente la que permitió durante años el adoctrinamiento de la juventud por parte de un sindicato comunista de maestros. Se ha proscrito la enseñanza del evangelio en contra de las creencias mayoritarias de nuestro pueblo, para instaurar la enseñanza del comunismo ateo, la ideología de género, el derecho al aborto y demás prácticas destructoras de la familia como institución básica de nuestra sociedad. ¡Hoy presenciamos impávidos cómo se queman iglesias sin que la autoridad intervenga, mientras se sigue adorando la imagen de un asesino como el Che Guevara!

Ni qué decir de la responsabilidad que cabe a la clase dirigente en este catastrófico resultado. Llevamos más de una década cohonestando desde el poder el materialismo de la extrema izquierda, patrocinando por acción u omisión el funesto negocio de la cocaína, permitiendo una perversa formación de nuestras juventudes, conviviendo con la corrupción sin adoptar drásticas medidas para su eliminación, alimentando el envenenado poder judicial y legislativo, mientras olvidamos las verdaderas necesidades de nuestras gentes.

No es un problema de la derecha como algunos piensan. Aquí nunca ha existido un partido de derecha. Las colectividades tradicionales han permanecido en la línea de partidos demoliberales, ahora movidos únicamente por apetitos burocráticos y presupuestales, no ideológicos. Tampoco confundamos al Centro Democrático con la derecha. En sus comienzos defendieron algunos principios de derecha como eran la seguridad o la defensa del estado de derecho. Luego se olvidaron de la lucha contra el espurio acuerdo de La Habana, eligieron un presidente que se encargara de implementarlo sin exigir nada a cambio, y ahora propugnan, con algunas honrosas excepciones, por una oposición “constructiva” con un gobierno que sólo quiere destruir al país.

Hay que buscar con sabiduría, no movidos por la pasión, el fondo de nuestra problemática, no nos quedemos en lo superficial. El fondo está, ni más ni menos, que en nuestro fallido sistema político. Tenemos que buscar con inteligencia un nuevo sistema que nos represente a todos, que elimine la corrupción política que ha destruido todo lo que toca, y que nos permita construir un nuevo país que respete a Dios, la patria y la familia. Quizás teníamos que tocar fondo para despertar a esta cruda realidad. Ahora corresponde el turno a nuestro sentido del deber y a nuestra inteligencia porque, como dijo Aurelio: “la inteligencia derriba y desplaza todo lo que obstaculiza su actividad encaminada al objetivo propuesto, y se convierte en acción lo que retenía esta acción, y en camino lo que obstaculizaba este camino”[1].

[1] MARCO AURELIO, Meditaciones, Editorial Grados, 1977, pag.106.

Reflexiones sobre las causas de la hecatombre

Vuelvo a opinar, movido por las inquietudes de mis contertulios, que a cada momento ponen a prueba mi agudeza con sus atinados cuestionamientos.

No se explican, por ejemplo, que un país como el nuestro, con una de las democracias más antiguas del continente, con una opinión mayoritariamente inclinada al pensamiento de derecha y centroderecha según las encuestas, y con un prudente manejo de su economía en las últimas décadas, haya caído en este desbarajuste moral, político, económico y de seguridad en tan solo dos meses del nuevo gobierno.

Buscan la explicación en las postreras causas, cayendo así en un estéril inmediatismo, sin profundizar en los primigenios factores causantes del desastre. A menudo, como es sabido, los árboles impiden ver el bosque.

Sabíamos de antemano lo que acarrearía la llegada de la izquierda radical al poder. Nadie podía llamarse a engaño, pues los propios voceros de esta se encargaron de propalar a los cuatro vientos las reformas que introducirían. Venían con ánimo de venganza, amenazando a todos los que en el pasado han cometido el delito de combatir la violencia o el narcotráfico; plantearon reformas a los impuestos para aumentar el recaudo aunque fuera desestimulando el crecimiento económico; anunciaron su propósito de dinamitar las estructuras de las fuerzas armadas y de la policía, como castigo por su heroica lucha contra el terrorismo y el narcotráfico; se comprometieron con los vándalos, corruptos presos en las cárceles y narcotraficantes a beneficiarlos con la impunidad; conquistaron votos prometiendo expropiaciones a granel y entrega de tierras a sus seguidores; no tuvieron ningún recato en dar a la luz su plan de asaltar los ahorros pensionales de los colombianos.

¿Cómo fue posible, entonces, que semejante despropósito hubiera sido premiado con la mayor votación tanto en la elección de Congreso como en la de presidente?

Cuatro causas surgen de un primer análisis para explicar este monumental descalabro para la sociedad colombiana:

Primera. Las elecciones no las ganó la izquierda en las urnas sino en la Registraduría. Desde hace más de dos años se venían denunciando todos los movimientos efectuados por el Gobierno nacional y las autoridades electorales para favorecer a la izquierda, así como las irregularidades en la contratación de las empresas que efectuarían los escrutinios sin que sus programas pudiesen ser auditados. Los procesos electorales, plagados de irregularidades fueron objeto de numerosas reclamaciones que no fueron atendidas. Tanto el presidente de la República como el registrador, el CNE, la Fiscalía, y la Procuraduría se negaron a lo más obvio, que hubiera sido practicar un reconteo donde existiera sospecha de fraude. Pero todo estaba diseñado para que el triunfo fuera de la extrema izquierda.

Segunda. La compra de votos, origen de la corrupción política que padecemos, se manifestó de manera abrumadora en favor de la candidatura de la izquierda. Aparte del patrocinio gubernamental, conseguido con interpretaciones contrarias a la Constitución y a la Ley, contó el Pacto Histórico con monstruosas sumas que, según múltiples informaciones, provenían del narcotráfico, de la guerrilla de las FARC y del ELN, de sus gobiernos amigos de la izquierda y de las organizaciones internacionales afines al Nuevo Orden Mundial y a la ideología marxista. Ningún otro candidato o grupo político pudo contar con suma siquiera cercana a la de los vencedores.

Tercera. Gran parte de la votación fue obtenida gracias al mensaje demagógico de la izquierda, con el cual vienen engañando a los pueblos desde hace más de un siglo. Prometiendo reparto de tierras, aumento de salarios, congelación o rebaja de servicios públicos, expropiación a las clases oligárquicas, subsidios de todo orden a la población, etc. Desafortunadamente, son muchos los votos determinados por las más bajas pasiones, por la más supina ignorancia o merced al adoctrinamiento marxista de la población estudiantil.

Cuarta. Manifiesta incapacidad de los dirigentes de derecha y centro-derecha. Carecieron de una estrategia seria capaz de llegar al corazón de los ciudadanos.

No tuvieron la necesaria generosidad para unir fuerzas con anticipación para salvar al país, a pesar de que eran de público conocimiento los planes del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla para tomarse el poder en Colombia.

Fueron gravemente perjudicados con el rechazo mayoritario del pueblo al gobierno del presidente Duque; su falta de apoyo al partido de gobierno; su condescendencia con las FARC; su falta de autoridad que permitió a la izquierda apoderarse de las calles e incendiar al país; sus insistencia en endeudar al país para cumplir los acuerdos de La Habana sin exigir nada a cambio; su falta de liderazgo para enfrentar el crecimiento de los cultivos ilícitos y el vandalismo; la inoperancia de su gobierno frente a problemas como el endeudamiento público, los altos costos del Estado, la corrupción en la Administración de Justicia; la falta de defensa de la soberanía nacional frente al Tratado de Escazú y al intervencionismo de la ONU y otras entidades en asuntos propios del país; y su absoluta falta de acción para prevenir o contrarrestar los planes intervencionistas del Foro de Sao Paulo y la izquierda internacional en Colombia.

Como decía antes, estas causas inmediatas del calamitoso resultado electoral tienen detrás otros factores que les dan origen y que analizaremos en próxima oportunidad, para no fatigar a los lectores ni volvernos empalagosos.

Me he aventurado a expresar algunas verdades, conocidas de algunos, pero no suficientemente analizadas, pues considero mi deber apartar la ignorancia y no callarme para evitar algún conflicto. En esto sigo sin temor la reflexión de Marco Aurelio:

Es terrible, en efecto, que la ignorancia y la excesiva complacencia sean más poderosas que la sabiduría”[1].

[1] MARCO Aurelio. Meditaciones, Editorial Gredos, 1977, pag. 105

Conjeturas y quejidos

Honda preocupación nos deja el repaso de las diarias columnas y mensajes de las redes sociales, pues se trata de una larga cadena de conjeturas sobre las causas del desastre nacional y de quejidos por la sucesión interminable de disposiciones absurdas o aterradores anuncios por parte de quienes ahora gobiernan. Todo dentro de la más absoluta anarquía, falta de coordinación y sin sujeción a un elemental plan de respuesta a la adversidad.

Es la mejor demostración de la falta de liderazgo, de la ausencia de objetivos claros y de eficaces estrategias que nos permitan superar algún día la postración a la que ha sido conducido nuestro amado país.

Conviene regresar a la serenidad que nos brinda nuestra paz interior. Cuando cada uno de nosotros piense y obre de acuerdo con la razón, con el deseo de hacer el bien y con el desprendimiento que exige la crisis de valores que nos agobia, podremos contribuir a la convivencia y al bien común.

No busquemos la solución fuera, si somos cada uno de nosotros el dueño de su propio destino.

Me escribía un gran profesional y patriota que existen soluciones para la hecatombe que comienza a desarrollarse frente a nuestros ojos. Claro que sí existen. Pero hay que regresar a los principios fundamentales: garantizar el derecho a la vida a todos los compatriotas, velar por la adecuada educación de los jóvenes, eliminar las causas de violencia como el narcotráfico, castigar efectivamente la corrupción y el crimen en general, devolver al país la soberanía entregada en el acuerdo con los terroristas en La Habana. Es mucho lo que hay por hacer. En el blog “forumchristi” leí la síntesis de un programa para Colombia: salvación, reconstrucción y crecimiento.

“En lugar de los quejidos y las conjeturas que a nada conducen, con la tranquilidad que impone la hora actual me permito convocar a los colombianos a que trabajemos cada uno para devolver a nuestra sociedad los valores universales que hemos abandonado.

Conformemos una gran unidad partiendo de aquello que de verdad nos une: Nuestra patria chica y nuestra ocupación u oficio. A partir de las marchas periódicas de protesta, creemos células municipales de empresarios en las diferentes ramas, estudiantes, empleados, amas de casa, etc. Con esas células comencemos la creación de comités departamentales y estos, a su turno, darán lugar a una federación nacional representativa de todas las fuerzas vivas del país, sin participación de la política que ha conducido el país al mayor fracaso de su historia. Una democracia orgánica, desprovista de intereses burocráticos, no contaminada por la corrupción y fundamentada en los principios de la civilización cristiana.

Me pidieron algunos una propuesta para el país y creo que no hay otra que la que sale de la recta razón. Como diría Marco Aurelio: “…no es lícito oponer al bien de la razón y de la convivencia otro bien de distinto género, como, por ejemplo, el elogio de la muchedumbre, cargos públicos, riqueza o disfrute de placeres.”[1]

[1] MARCO AURELIO, Meditaciones, Editorial Gredos, 1977, pag. 74