Artículos | José Leonardo Rincón C.

José Leonardo Rincón Contreras
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Ricuras grastronómicas

A raíz del escrito de la semana pasada en el que hablaba, entre otras cosas, de la variedad de presentaciones de la deliciosa comida de nuestras regiones, algunos me sugirieron que ampliara con detalle eso que me había gustado.  Pues bien, sin ninguna pretensión de conocimientos de alta cocina, sólo como un comensal de a pie, evocando los placeres de consentir el paladar, les comparto mis gustos culinarios a sabiendas que entre gustos no hay disgustos. Que quede claro.

Si uno va a la Costa Caribe cómo no disfrutar de una arepa de huevo, la variedad de bollos de yuca, ñame o mazorca; jugo de tamarindo, pescado asado en la playa con patacón o un coctel de camarones de esos que te ponen como un riel, je je je.

Ir por Antioquia y no disfrutar una bandeja paisa con todos sus ingredientes es pecado mortal, o no visitar Mondongos y saborear su plato estrella, imperdonable. La mejor morcilla, la de Envigado; los buñuelos gigantes de Sabaneta; arepas telas con mantequilla y quesito de Colanta para acompañar un buen chorizo, mmm.

Comida abundante y sabrosa, en Santander. La Puerta del Sol puede ser un buen lugar para comerse una buena porción de cabro, pepitoria, carne oreada, con yuca frita y arepa santandereana, acompañados de una Kola Hipinto. Súper un tamal con su particular forma, partido por mitad y un buen caldo típico…

Extraño el sancocho de gallina, preparado en horno de leña, el arroz atollao y los patacones gigantes en la casa del mono Núñez, atendido por sus hijas en Ginebra, Valle.  Realmente incomparable.

Por las sureñas tierras nariñenses los quimbolitos, el horneado de cerdo en la plaza de Bomboná, el cuy de Catambuco, y la trucha en las orillas de La Cocha con un buen hervido, uf, ¡delicioso!

En el altiplano cundiboyacense de lo mejor son las sopas: cuchuco de trigo con espinazo de marrano, por ejemplo.  O un cocido bien preparado con cubios y nabos. En Bogotá, el tamal con chocolate queso y pan fresco; la changua casera con todos los juguetes, el infaltable ajiaco con arroz blanco, aguacate, crema de leche y alcaparras.

No he mencionado la lechona tolimense, los chorizos de Villamaría en Caldas o de Santa Rosa de Cabal en Risaralda; la mamona o ternera a la llanera en el Meta; un buen Pollo asado al carbón; la fritanga popular de rellena, papas criollas, chicharrón y longaniza.

Dejé de lado la comida de origen foráneo, pero cómo no mencionar algunas preferencias: en pastas, inolvidable la carbonara de Pozetto; hamburguesa, no cambio la del Corral; en pizzas la mejor que me he comido en El Fuerte de Mompós; perro caliente como el de la 33, bajando el puente en Medellín no hay otro; en comida thai, Wok es excelente; Crepes & Waffles de lejos seguirá siendo de lo mejor.

No exageraba yo cuando dije que nuestra comida es exquisita. El menú es grande y variado. ¡Vale la pena disfrutarlo! 

¿Orgullo de país?

Por razón de mi oficio debo desplazarme con alguna frecuencia por el territorio nacional, pero a raíz de una visita de mis jefes en Roma, esa tarea se intensificó en estos últimos quince días. Obviamente no pudimos verlo todo, pero sí conocer algunas de nuestras comunidades y obras ubicadas en seis departamentos: Cundinamarca, Atlántico, Bolívar, Tolima, Caldas y Antioquia.

Estuvimos en plan de trabajo, no propiamente de turismo, y al desplazarnos por tierra y aire pudimos contemplar nuestra geografía y conocer sus gentes. Nada estaba dispuesto para atender extranjeros en visita, simplemente vivimos la cotidianidad con su genuina normalidad y espontánea rutina y, tengo que decirlo, me sentí muy orgulloso de lo nuestro.

Todas esas problemáticas que nos agobian sorprendentemente parecieron quedar eclipsadas con la belleza de nuestros paisajes, la variedad de climas, la abundancia de comida en presentaciones diversas, la creciente mejora de nuestra infraestructura que se observa en construcciones bien hechas, con acabados de buen gusto; carreteras bien trazadas y señalizadas. La verdad, sorprendido de lo que tenemos y orgulloso de mi país y de sus gentes.

Y es que tenemos gente maravillosa, acogedora con los foráneos haciéndolos sentir bien y en casa; emprendedores creativos que se rebuscan la manera de sobrevivir; trabajadores incansables de sol a sol que cumplen con sus tareas y las realizan con gusto y pasión. Increíble. Algunos dirán que tuve un sueño o que me imaginé como Alicia en el país de las maravillas. Y no. Todo esto fue aquí, en estas dos semanas, fue real. De pronto necesita uno mirar con otros ojos, desde otra perspectiva, para ver lo de siempre, diferente.

Con este panorama complejo que vivimos le va agarrando a uno cierto pesimismo, desencanto de tantos mentirosos y de otros tantos ciegos que no quieren ver lo evidente; escepticismo sobre nuestro futuro; incertidumbre en muchos frentes; gente que se va del país porque prevén debacles… pero no, este país de resiliencias, esta gente tenaz y que no se doblega, sigue ahí, firme, corajuda. Es tan admirable como estimulante.

La vida sigue y hay que continuar adelante. Cuando tengamos ganas de claudicar o tirar la toalla, recordemos que este país nuestro es un paraíso bello con gente extraordinaria. No todo es color de rosa, es verdad, pero no todo es maluco y desastroso. Lo que viví estos días fue una saludable experiencia de reconciliación con lo nuestro. Un necesario baño de colombianidad. Me sentí orgulloso de nuestro país.

¿Se acabó la luna de miel?

He notado que cuando escribo asuntos de la cosa política, el número de likes baja. Y lo entiendo porque bastante saturados estamos de esa politiquería nacional que se tiró este país. Los que no están polarizados, están hartos de los extremos y no creen ya ni en el rejo de las campanas. No es para menos. Tantas y tan reiteradas han sido las decepciones de unos y de otros, tan manoseados y engañados hemos estado, que pocos quieren seguir haciendo el juego. Es entendible pero no justificable. Precisamente, es la apatía por lo político el caldo de cultivo para que los politiqueros nos sigan mangoneando.

Entonces, como ciudadano que soy, independientemente de la profesión o vocación que tenga, creo que no debo tragar entero. Y creo que debo ser analítico, crítico. Es más, creo que mi deber es expresarme y compartir con mis amigos lo que pienso de mi país y de esa cosa política.

Alejandro Gaviria en algún momento previo a las elecciones dijo que si ganaba Petro iba a conformar un gabinete de unidad nacional, que iba a tratar de ponerlos de acuerdo y que después de seis meses, cuando no lo lograra, se entraría en una crisis y el presidente se dedicaría a mandar twitts e íbamos a quedar sin hacer nada. Palabras más, palabras menos. Se le cumplió la profecía.

Recién electo me llamó la atención que todos los partidos, excepto el de su principal contradictor, se volvieron partidos de gobierno. ¡Qué lindo, qué bello, qué emocionante, qué esperanzador! Se decía que era por hacer país, ¡realmente hermoso!… ¡Qué va! Carreta politiquera de turno. La luna de miel no duró mucho. En el cotarro político priman los intereses particulares sobre los intereses comunes y la cosa se comenzó a poner maluca con todas las reformas propuestas, tributaria, de salud, para mencionar las dos más candentes.

La tal pluralidad, la tal diversidad, el tal respeto a la diferencia, es puro cuento. Cuando el otro piensa distinto y se atreve a expresarlo, no le va bien. El ministro de Educación que lo había sido de Salud, se puso a criticar la reforma de la salud y… tome pa que lleve, le pidieron la renuncia hace dos semanas y ahora se hizo efectiva con las mentirillas de siempre… Lo grave es que sacaron por la puerta de atrás a las ministras de Cultura y Deporte. La una dice que se enteró por las noticias y la otra cuando quiso entrar y le dijeron que no podía hacerlo porque ya no era ministra. Como grotesco, ¿verdad?

Y el presidente del Senado, camaleónico como siempre, fundó su partido político y se fue lanza en ristre contra la ministra de Salud. A él no lo podían echar. Pero parece que ahora no es tan gobiernista: “soy más de Santos que de Petro”, dijo. Y como Condorito, quedamos ¡plop!

Mientras tanto la ministra de Minas no da pie con bola. Y prefieren sacrificar a un líder como Felipe Bayón quitándolo de Ecopetrol, que poniendo en esa cartera a alguien que sepa. La cosa no está fácil y todos lo sabemos. Hay gente que quiere que caiga el presidente y hay otros que nos da pesar que por sus terquedades y desdenes esté perdiendo la oportunidad de haber mostrado que era posible un cambio civilizado, concertado, dialogado. La luna de miel se está acabando y si no reacciona y mejora enderezando las equivocaciones, esto se pondrá maluco. Hola, ¡qué pereza no tener estadistas que saquen adelante este país!

Cuaresma, cambio, conversión

De nuevo estamos en cuaresma, es decir, tiempo para entrar al taller de mantenimiento para una necesaria revisión que diagnostique cómo estamos y qué ajustes debemos realizar para quedar como nuevos.

Antes, cuando yo no entendía su significado, me parecía un tiempo lúgubre, cuasi tétrico, aburrido, donde tocaba dizque ayunar, dejar de comer carne y pasar a comer pescado todos los viernes. Esta hartera se extendía hasta Semana Santa que era para rezar, ir a ceremonias largas tres días seguidos, oír música clásica y también descansar un poco sin irse a los extremos de hoy día de total rumba ventiada.

Un compañero Jesuita con tono burlón decía: “¿te vas a convertir?, ¿convertir en qué?” Su ironía apuntaba a qué cambio puede haber, claro, pero no necesariamente todo cambio es para bien. Ahí está el quid del asunto. Porque se supone que el auténtico cambio es para mejorar, salir de la apoltronada zona de confort que nos vuelve mediocres y nos estanca. De hecho, la invitación que se hace es a vivir una “metanoia”, esto es, una transformación de la mente, diríamos también, del corazón, que repercuta en positivos cambios comportamentales.

Con razón, los antiguos sabios chinos decían, palabras más, palabras menos, ¿quieres cambiar el mundo? Entonces cambia primero tu país. ¿Quieres cambiar tu país? Entonces cambia primero tu ciudad. ¿Quieres cambiar tu ciudad? Entonces cambia primero tu barrio. ¿Quieres cambiar tu barrio? Entonces cambia primero tu cuadra. ¿Quieres cambiar tu cuadra? Entonces cambia primero tu familia. ¿Quieres cambiar tu familia? Entonces cambia primero tú. Si cambias tú, podrás llegar a cambiar el mundo. Genial.

Siempre reclamamos y exigimos con dureza que los otros cambien, pero qué laxos y permisivos somos con nosotros mismos a la hora de hacer mejoras. Dejémoslo para mañana, decimos con conchudez desfachatada, olvidando que el cambio verdadero comienza por casa, esto es, en nuestro interior.

Claro que hay que convertirse, ¿convertirse en qué? Pues en mejores personas, mejores seres humanos. Obvio, no es fácil, no se da de la noche a la mañana, es procesual, toma su tiempo. Pero hay que comenzar y hacerlo pronto. La vida es efímera y el tiempo se pasa volando. Sin dramas, pero la vida hay que tomársela en serio. Los que creen en la reencarnación se relajan porque tienen más vidas para ir evolucionando. Nosotros, los cristianos católicos, creemos en el aquí y el ahora. La cosa es pronto, es ya. “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”.

“El que quiere azul celeste, que le cueste”. No es fácil arrancar, se necesita fuerza de voluntad, convicción, esfuerzo, tenacidad. La recompensa es enormemente satisfactoria y quienes se lo han propuesto y lo han logrado son felices ahora. ¿Y usted, para cuándo lo va a dejar? Recuerde, la vida es corta y una vida bien vivida vale la pena vivirla.

Justicia patas arriba

Educa al niño y no tendrás que castigar al adulto. Construye escuelas, habrá menos cárceles. Eran sentencias lapidarias cargadas de sabiduría preventiva. No les hicimos caso. Nunca como país le apostamos en serio a la educación, la justicia impoluta se corrompió. Los valores se trastocaron, lo que era antes repudiable hoy es premiable. Lo que era bueno y justo hoy es un ridículo anacronismo.

Desde hace rato la impunidad se estableció en la normalidad. Primero porque la rama judicial siempre ha estado saturada de trabajo, desbordada en su capacidad. Miles de procesos acumulados por años, sin resolverse, hasta que prescriben. Pero también porque algunos se prestaron para el soborno y la corrupción. El dinero seductor dañó mentes y corazones. Indudablemente contribuyó a todo esto la violencia desatada contra los jueces. Cientos de ellos ofrendaron sus vidas antes que claudicar en sus principios. Los jueces sin rostro, como dio en llamárseles, tampoco fueron la mejor estrategia. En fin, todo un valle de lágrimas.

El sistema carcelario resultó insuficiente ante el número de reos. El hacinamiento en las cárceles se ha vuelto insostenible. No hay dónde alojar tanto delincuente. Estos antros, en vez de ser un lugar de rehabilitación, se han convertido en universidades del crimen. Internamente tienen su propio modo de practicar la justicia: se viola, se castiga, se mata. Desde allí se monitorean actos reprobables. Nadie sabe nada. La ley del silencio impera. Los guardas lo saben, no se puede hacer nada.

Afuera, en las calles, el crimen campea cada vez más orondo. Los ladronzuelos y también los asesinos y malandros saben que poco o nada podrá pasarles. Si hay capturas, pero no hay pruebas contundentes o falla algo en el procedimiento, el delincuente queda en libertad. Para crímenes de baja monta ya no hay judicializacion, el ladrón puede ser capturado 50 veces, otras tantas queda libre. Las autoridades prometen siempre investigaciones exhaustivas que lo han sido tanto que nunca ha habido resultados: siguen aún investigando…

A niveles macro, la delincuencia de élite, llámese narcotrafico, guerrilla, paramilitarismo, crimen organizado, gozan de especiales prebendas. Se establecen acuerdos con beneficios para quienes han delinquido, hay indultos, borrón y cuenta nueva. Los secuestros, la extorsion, las torturas, los asesinatos y masacres, la rebelión y la asonada, el vandalismo y el terrorismo parecen olvidarse impunemente. Las víctimas se revictimizan, se ignoran, maltratan y olvidan. Como si nada hubiese pasado. Los victimarios siguen libres y los que no lo estaban se convierten en actores políticos, o se les nombra gestores de paz. La impotencia y el desconcierto son generalizados.

Matar un niño en un vientre materno no es delito. El incesto tampoco. Castigar una mascota o no darle puesto preferencial en un avión son crímenes execrables. Se llora por plantas y animales, pero se ignora o mira con desdén al pobre y miserable. Estamos patas arriba.

¿Qué mensaje se manda a las nuevas generaciones?, ¿qué futuro nos espera cuando lo que era malo ahora es bueno y lo que era bueno ahora es malo? Los pedagogos lo sabemos, lo que más deseduca y decepciona es la falta de justicia. Cuando un niño o un joven ve que se cometen errores y estos antes que ser castigados se premian, se sienten con derecho a hacerlo. Si el rigorismo era cuestionable, el permisivismo y el laxismo son realmente perversos y dañinos. O ¿Usted qué opina?

Bombardeo afectivo

¿Qué son los cumpleaños? Las respuestas, según los temperamentos de las personas, pueden ser varias: a) perezosa jornada para recordarle a uno que está más viejo y deprimirse viéndose al espejo; b) ocasión propicia para desaparecerse y no dejarse ver de nadie; c) día feliz para dejarse consentir y recibir múltiples manifestaciones de afecto. Me quedo con ésta última.

Efectivamente, para el suscrito, el cumpleaños es día de fiesta. Narra mi madre que el día de uno de mis primeros cumpleaños me hizo caer en cuenta del asunto y dizque yo muy conchudo dije: “eso, hagamos fiesta, invitemos a la familia…” La noticia le salió por la culata y resultó costosa porque le tocó comprar ponqué y vino para más comensales. Lo que resulta evidente es que tengo claro desde hace mucho tiempo que este es un día festivo para no hacer nada. Declaro huelga laboral y me dedico a atender llamadas telefónicas y responder los mensajes que se envían por diferentes medios. La jornada es extenuante y se asemeja a un curso rápido e intensivo de secretariado: conteste teléfono aquí, responda mail allá, reciba visitas y saludos acuyá, etc.

Eso fue el pasado martes. Gente amiga que desde la víspera felicitó para garantizar que no se le olvidara hacerlo el día mismo, otros que literalmente madrugaron para ser los primeros y otros que lo hicieron luego argumentando que estamos en la octava y todavía vale; flores, bombas, serpentinas y festones en la oficina; carteles incitando al bullying, acompañados de complementarios accesorios para reforzar la cariñosa burla; regalos deliciosos que no faltan; visitas para expresar personalmente el afecto; mediamañana recargada y almuerzo para subir unos cuantos kilos… todo un bombardeo del afecto que lo dejan a uno de catre.

Y es que uno tiene que querer y amar, pero también dejarse querer y amar. Es un asunto que se da recíprocamente de modo gratuito. No hay intereses de por medio. Es la manifestación espontánea, sentida y llena de cariño sincero con todos aquellos con quienes uno ha vivido su personal historia de vida. Desde gente sencilla y humilde hasta encumbrados personajes; familiares; amigos de los colegios y de la universidad donde se ha estudiado; colegas y compañeros de trabajo en las ciudades donde se ha estado; cercanos y también en otras latitudes de la patria y el globo; adultos y jóvenes; algunos desaparecidos que resucitan suscitando enorme alegría. Todo un derroche de energía positiva que recarga baterías como para todo el año. ¿Cómo no disfrutarlo?

Las cosas que le dicen a uno lo sonrojan. No son frases de cajón, no son lambetazos ni cepillo, no hay adulación interesada. Es para conmoverse. También para subir la autoestima a veces golpeada con la fama de que se es muy duro con la gente. Oye, pero si eso fuera cierto, ¿habría tantas y tan bellas manifestaciones de cariño? No creo. Algo positivo debió haber pasado, alguna huella grata debió haber quedado, una lección de vida y crecimiento personal suscitados. Fortiter et suaviter, eso he sido. Y quienes lo han entendido lo agradecen. Las formas a veces son fuertes, pero el trasfondo es esencialmente humano y cargado de los mejores deseos. Solo Dios sabe. Gracias a Él, Señor de la vida. Gracias a ustedes, por tanto. ¡Sigamos celebrando!

Identidad corporativa

Les escribo estas líneas desde Bucaramanga a donde he venido a una reunión de 70 personas, entre jesuitas y laicos, convocados por nuestro Provincial, para reflexionar sobre lo que llamamos “nuestro modo de proceder”, una expresión propia nuestra para denominar los rasgos característicos de lo que en otras organizaciones se llamaría identidad corporativa.

La dinámica comenzó preguntando a cada uno la descripción de su modo de proceder, luego por binas y finalmente por grupos. Lo realmente interesante fue constatar que a pesar de provenir de ciudades y trabajos diversos, tener edades diferentes y ser todos muy distintos, finalmente hubo coincidencias muy evidentes, lo que hizo confirmar que compartimos un mismo ADN, tenemos un lenguaje común, hay temas que nos resultan ineludiblemente vinculantes, que existe una empática sintonía, que hay un talante, una identidad corporativa que se ha ido ganando más por ósmosis que no por jornadas motivacionales.

Pero quizás lo más relevante de todo esto es constatar que el origen y fundamento de todo esto se basa en una genuina experiencia fundante de carácter espiritual, esto es, del Espíritu, que regala sus carismas y dones por doquier, es decir, a cada uno de nosotros de manera tan diversa como rica. En nuestro caso, Ignacio de Loyola quiso compartir con otros su experiencia de los Ejercicios Espirituales y esta gustó tanto que su legado se ha multiplicado después de cuatro siglos a cientos de miles de personas en todo el mundo.

Ahora se entiende mucho mejor por qué los jesuitas somos como somos, por qué Dios es nuestro principio y fundamento; Jesús es el centro de nuestra existencia; el discernimiento se constituye en nuestra herramienta de trabajo misional para buscar y hallar lo que Dios quiere de nosotros; el sentido de cuerpo logra la unidad en la diversidad; la mayor gloria de Dios es el propósito; la libertad de espíritu nos impulsa a adaptarnos a tiempos, lugares y personas, y a no anquilosarnos para poder discurrir cual peregrinos por este mundo; la contemplación se realiza al tiempo con la acción y en esta acción cotidiana se descubre la presencia de Dios; porque amar y servir es el lema de un amor que se pone más en las obras que en las palabras, entre otras muchas características.

Finalmente, resulta consolador palpar que la espiritualidad ignaciana, motor de ese modo nuestro de proceder, es un patrimonio no exclusivo de los religiosos jesuitas, sino que es un tesoro compartido con muchos laicos, hombres y mujeres, con quienes se vibra al unísono dando por descontado la enorme pluralidad que nos caracteriza también. Una experiencia, mis queridos lectores que, sinceramente, vale la pena vivir.

Fragilidad

Escribo este artículo de viernes a la 1:30 de la mañana, en la puerta de urgencias del Hospital de San Ignacio. He venido con otros dos jóvenes jesuitas a acompañar un hermano mayor con problemas cardiacos. La sensación de agobio es muy fuerte, más que por la hora, o por el traumatismo de traerlo, porque, como recordarán, hace 15 días estábamos de tragedia. La racha de males no solo con estos hermanos sino con varios amigos que en estos días han muerto o están desahuciados, de facto le agachan el moco a uno para recordarle que uno es finito, lábil, enormemente frágil.

Cuando éramos jóvenes, llenos de energía y con salud plena, miramos con cierto desdén y autosuficiencia a nuestro alrededor. Nos sentimos dueños del mundo y de la vida misma. Para saber que nuestra vida es tan corta y que todas las vanidades del mundo son absolutamente pasajeras, efímeras.

Por estos días, precisamente, me gustó ver un texto que decía, palabras más, palabras menos: que no se olvide que el rey y el peón, al final del juego, van a parar juntos como fichas a la misma caja. Es decir, en este partido de la vida, los roles nos hacen sentir a veces más, a veces menos. Y nos hacen olvidar que hoy somos, mañana no. Podrás haber sido Rey, podrás haber sido mendigo, no eres más, no eres menos. Somos lo mismo. Solo el disfraz es el que enmascara realmente nuestra pobre y limitada condición. Humanos somos, barro somos y a esa realidad volveremos.

Doy gracias a Dios por estas lecciones de vida, si se quiere un poco intensas y fuertes, pero que nos ubican en el lugar correcto, con los pies puestos sobre la tierra, como para que bajemos los humos y caigamos en cuenta de nuestra fragilidad. Nuestras vidas penden de un hilo, este tesoro como diría el Apóstol lo llevamos en vasijas de barro. Pongámonos en las manos de Dios y cuidemos lo que nos quede de vida, vivamos intensamente nuestra existencia, gocemos cada instante, disfrutemos nuestros seres queridos, hagamos las cosas bien. Así, solo al final, podremos estar satisfechos y tranquilos y podremos también descansar en paz. 

Gobierno y Estado

La llegada de la izquierda al Gobierno de la nación suscitó toda clase de expectativas. Desde los que salieron corriendo del país porque esto se volvería otra Venezuela con el castrochavismo en el poder, hasta los que idealizaron esta asunción como si hubiese acontecido el reino de Dios en la tierra y ahora sí todo sería diferente.

El Gobierno del cambio se encontró con que sólo hubo cambio de gobierno. Una cosa es estar en campaña política y otro llevar las riendas del Estado. Las cosas no han sido ni serán fáciles. El control del Estado por el Gobierno de turno no es un asunto simple y de ligera resolución. Contar con un equipo sólido y consistente, armónico y coherente, que pueda ser orientado y puesto bajo control, ha sido uno de los dolores de cabeza que han tenido que padecer. Los primeros nombramientos por ser gente de experiencia generaron tranquilidad, pero los siguientes o no se han dado o muestran que no es fácil encontrar los perfiles deseados.

El tema de la institucionalidad no es un asunto menor. Las competencias de cada poder se hacen sentir, ni el legislativo es un títere, ni el judicial es subalterno. La barrida en las fuerzas militares y de policía trastornó la juiciosa fila india que llevaba años esperando y justos quedaron tendidos en el camino por culpa de pecadores. El ministro de Defensa hace honor a su nombre comenzando por casa y denunciando los excesos de la guerrilla. Acabar con la dependencia económica del recurso petrolero no es cuestión de un plumazo. Las relaciones internacionales, por lo complejas, deben ser respetuosas. Ni USA y los suyos son enemigos, ni el otro eje son la fantasía. Los primeros cuidan que haya buenas y fluidas relaciones y los segundos son puestos en evidencia sobre el manejo de derechos humanos. Las necesidades económicas obligan a estar bien con todos.

Los gobiernos están de paso y son de coyuntura. El Estado es estable, pesado, paquidérmico, de estructura. No deja de sorprender, en consecuencia, que los mismos insatisfechos con la derecha, lo estén ahora con la izquierda. Y que las protestas sociales no se vean como alboroto politiquero de revoltosos manipulados ideológicamente. El hambre, el desempleo, la falta de justicia oportuna, la insoportable inflación, la desgracia de la corrupción y todo el rosario de males que padecemos no tienen color político y agobian, como siempre, a los más débiles y vulnerables, a los pobres.

Criticar siempre es cómodo y fácil. Ver los toros desde la barrera es sabroso. Pontificar sobre lo que se debe o no se debe hacer produce ególatra satisfacción. Pero súbase al poder y descubra que las cosas no van sobre ruedas, que no basta tener un nombramiento para haber hecho ya la gestión, que no todo es color de rosa, que hay poderosos intereses ocultos, que los amigos interesados abundan, que no se puede hacer todo lo que se quiere, que el tiempo es corto, que los recursos no siempre están, que hay enemigos gratuitos y detractores naturales, que hay quienes están prestos a poner la zancadilla para que caigas, que los amigos leales son pocos…

Pasen los gobiernos que pasen, serán impotentes con el Estado si poco a poco no se contribuye a construir pensando más en el país y sus gentes y en el bien común, que en los mezquinos intereses particulares, en lucrarse a costa de, en favorecer solo a unos pocos. Y eso se hace desde la familia y la escuela. Nunca se dude.

Tragedia

Anhelé tener unos días de vacaciones con mi comunidad porque me sentía realmente agotado. Estaba feliz porque 10 de los 15 compañeros pudimos coincidir para unos días de sol y playa en una casa entre Barranquilla y Cartagena. El plan para los cuatro días alternaba la estancia en casa con paseos de día entero. El ambiente en el grupo era muy alegre y distendido. Nunca imaginamos que el tercer día terminaría en tragedia.

Con mi hermano jesuita estuve conversando minutos antes. El se fue al mar y yo a la piscina. Todo fue muy rápido, demasiado rápido. Medicina Legal nos dirá en un tiempo que fue lo que realmente le pasó. La prensa mal informada dijo que murió ahogado pidiendo auxilio. No fue así. Uno no se ahoga tan rápido y cuando el agua le da a las pantorrillas. Y si se está ahogando lo expresa, grita, patalea, chapucea, mueve brazos y piernas. Nadie narra que esto fue lo que sucedió. Si se traga tanta agua el cadáver se hunde, no flota. Su rostro completamente cianótico muestra un gesto de labios apretados. Pudo ser trombosis, pudo ser infarto fulminante.

Cuando arribo corriendo al lugar de los hechos, me encuentro con escenas muy diversas. Una mujer filma con su celular lo que ocurre. Su rostro sonriente, se transforma cuando la miro inquisitivamente. Bajan su rostro y el celular y percibo que siente vergüenza. Al llegar donde está el cuerpo exánime, es variopinto el cuadro. Abundan los curiosos, pero están también quienes lo sacaron del agua, los que le dan respiración boca-boca y le dan masajes en el pecho para reactivar el corazón, o traen agua (¿se la traerían a un ahogado?), o llaman a la policía, los organismos de socorro y la ambulancia. También está el viejo morboso que se deleita filmando estos procedimientos y se vuelve agresivo cuando le increpo diciendo que todo esto no es un show mediático. No faltó el que dijera sandeces. En tanto, nosotros, paralizados, estupefactos, impotentes. Habría pasado media hora cuando llega la ambulancia. Los paramédicos lo observan y sentencian la desgraciada noticia. Con todo se sube el cuerpo con la ilusión de lo imposible. El vehículo se entierra en la arena, pero entre 15 personas logra moverse y dirigirse al hospital de Juan de Acosta donde se confirma su deceso.

Llevado su cuerpo a Medicina Legal de Baranoa, regresamos a casa devastados. Tarde en la noche celebramos la eucaristía que él nos iba a presidir ese día. Era 6 de enero, la Epifania del Señor que litúrgicamente se traslada al domingo siguiente. Evocamos al hermano y amigo en el Señor, agradecimos su vida y nos preparamos para el regreso. No tenía sentido seguir allí en vacaciones. Además, al día siguiente, la jornada fue larga, abundante en trámites y diligencias. Todo se prolongó hasta el pasado miércoles cuando pudimos darle cristiana sepultura.

Epifanía significa eso, manifestación. El Señor nos sigue hablando a través de los acontecimientos. Y esta dolorosa vez nos recordó que la vida es frágil, que ahora estamos y al siguiente minuto ya no. Que hay que estar preparados. Creo que nuestro hermano lo tenía claro y nosotros no debemos olvidarlo. Descanse en paz el siervo bueno y fiel y entre a disfrutar el gozo de la eterna presencia de Dios.

1928 Special edition

No se preocupen, no le estoy haciendo marketing a un licor fino ni a un artefacto importado, estoy hablando de doña Blanquita, doña Ceci, la negrita, la mismísima adicta al chocolate, la cumpleañera de hoy, es decir, mi mamá.

Pues resulta que el personaje de hoy en esta columna está cumpliendo ni más ni menos que 95 años y es la única persona del género femenino que yo sepa que en vez de quitarse años, dice que tiene 100 y aspira batir el récord que dejó su hermano Pedro con 103, por Dios, ¡qué barbaridad!

La negrita Blanquita ya les conté el otro día que la trajeron los reyes Magos y que la dejaron durmiendo mientras en las calles quemaban al pérfido Herodes en territorio del padre Campoamor. Hija de José y María debió llamarse Jesusita, pero ese nombre me lo reservó a mi como tercer nombre. La llamaron Blanca Cecilia. Fue la menor de 7 hermanos. Consentida como tenía que ser, no fue ni perezosa ni atenida. Muy joven comenzó a trabajar. Su currículum en cuanto a experiencias laborales es bastante interesante. Apreciada por la calidad de su trabajo se daba el lujo de explorar nuevos retos y gustaba hacerlo para multinacionales de daneses, alemanes, italianos y suecos.

A la niña Cexi, la conozco desde hace rato. Siempre la vi trabajando de sol a sol, literalmente, porque cuando no era cocinando, lavando y haciendo oficios en casa, era porque estaba laborando en la oficina, tecleando máquinas de escribir y transcribiendo dictados taquigráficos con una velocidad admirable. Claro que también se dedicó a eso de ser maestra, de modo que ahora entiendo de dónde me vienen esos gustos por lo administrativo y lo educativo.

Hasta los 85 fue pata’e perro, callejeando para atender sus menesteres: la infaltable misa diaria, sacando a pasear sobrinos, visitar almacenes regateando precios hasta casi lograr que le donaran los productos más que por generosidad por físico desespero, jejeje. Eso ya de vieja, porque de joven fue andariega hasta resultar viviendo y trabajando en Medellín o la Guajira por hablar de los rincones criollos, porque no contenta con estos paisajes le dio por irse sola a Europa y al África. Hay que oírle los relatos de sus aventuras en barcos, trenes y aviones. Si Netflix supiera, tendríamos recursos a razón de unas dos o tres sagas. Con razón ahora solo quiere dormir, porque creo que poco lo hizo en otrora y está poniéndose al día.

La vida está en la muela, sentenciaba taxativamente y fue consecuente con el mandato. De buen gusto en la mesa, supo contagiarme de los placeres sibaríticos. Su ya mencionada debilidad por el chocolate viene de cuando se empacó media libra, aún de brazos, mientras la abuela, engañada, juraba que estaba así de calladita porque era muy juiciosa. Comió tanto que desde entonces quedó así de negrita.

De ese mujerotón, guapa y esbelta, exquisita y muy elegante en su vestir, con tacones de puntilla y carteras finas, sombreros emplumados y pieles de zorros, cuando no montada a caballo en Pielroja o Madroño, veteranos equinos del hipódromo, solo queda el recuerdo y una interesante colección de fotos que estoy repasando para la reunión que le haré el próximo 14. Recordar es vivir. Habría mucho qué contar, pero no quiero cansarlos. Por lo pronto, ayúdenme a darle gracias a Dios por su vida y que Dios la deje por aquí hasta cuando a Él así le parezca.

Nada de agüeros

Nunca he creído en agüeros. Que si el gato negro, que si se le regó la sal, que si pasó debajo de la escalera, que si la escoba detrás de la puerta; que si el martes 13, que si San Antonio puesto de cabeza… Hay gente estresada con esos cuentos y vive atenta para evitarlos a toda costa o para prepararlos si es del caso. La sugestión es tal que le ponen todo el drama al asunto, se empeliculan con el cuento y hasta resultan siendo víctimas de sus propios rollos, atrayendo males y desgracias o convencidos ingenuamente de que sí funcionan.

Para la noche del 31 de diciembre hay agüeros propios de la temporada. Que los interiores amarillos y ojalá al revés para que económicamente nos vaya bien; que las 12 uvas con cada una de las campanadas, a las 12 de la noche; que echar unas papas a medio pelar debajo de la cama para que no falte la comida; que darle la vuelta a la manzana con las maletas para poder viajar, etcétera. De pronto a algunos les sale, pero la mayoría sigue ilusionada, año tras año, a ver qué pasa. Muchos no dejarán de vivirlo como algo lúdico y gracioso, afortunadamente.

Que nos vaya bien en el nuevo año, que obtengamos buenos logros, que progresemos en la vida y vayamos por la senda correcta no es cuestión de suerte, ni de agüeros, sino fruto de una juiciosa planeación y del trabajo cotidiano esforzado. Es verdad que no todo depende de uno, ni las cosas salen siempre como uno quisiera. Es verdad que hay situaciones imprevistas que nos desbordan y superan: ¿quién previó con suficiente antelación que tendríamos dos años devastadores con ocasión de la pandemia?, ¿alguno vaticinó los efectos del conflicto entre Rusia y Ucrania? Eso es cierto, pero también es cierto y mucho más razonable que es mejor discernir y organizarse que dejar las cosas a la deriva del azar y la suerte.

Que nos vaya mal no es porque se nos regó la sal o un gato negro se nos atravesó en el camino o pasamos por debajo de una escalera. Que nos saquen del llavero o perdamos el trabajo no fue porque pusieron una escoba detrás de la puerta. Que nos vaya bien en el amor no es porque pusimos patas arriba al pobre San Antonio. La prosperidad económica no está en los chillones calzoncillos amarillos. Ni que tengamos viajes porque hicimos el oso de sacar una maleta para correr como dementes por la calle.

Dado que ahora nos gobierna la objetividad basada en hechos y datos, quisiera ver las contundentes cifras, estudios estadísticos y rigurosas investigaciones que nos digan que los agüeros funcionan. Si los publican y me desmienten, aún así, seguiré afirmando que las buenas cosas en el nuevo año y siempre, no se darán por golpes de suerte o porque funcionaron los agüeros sino porque asumimos responsablemente nuestras obligaciones y labores. Eso sí está demostrado: que la constancia vence lo que la dicha no alcanza. Y las grandes realizaciones humanas han sido fruto de la tenacidad y la lucha por alcanzarlas, no por el cumplimiento de agüeros. ¡Feliz y bendecido año 2023!

Feliz cumpleaños Jesús

Querido Jesús:

Creo que hace mucho no te escribía una carta como tal. Nos acostumbramos a hablar directamente y sin protocolos de agendas, citas previas e intermediarios y palancas. Con muchos seres humanos toca así y eso resulta desgastante. Contigo hemos olvidado que se puede hacer a cualquier hora, desde cualquier lugar. Siempre estás disponible y no has querido cambiar el visto de tu WhatsApp para quedarnos sin saber si leíste o no los mensajes. No te mandas a negar so pretexto de que estás en reuniones muy ocupado. Te demoras a veces en responder porque no siempre nos conviene lo que pedimos, pero es verdad que nunca nos decepcionas.

Decidí escribirte esta vez porque me llegó un mensaje que pareciera ser de tu autoría (no creo que sea un fake) donde te lamentas diciendo que Navidad es tu cumpleaños y en muchas partes, en sus celebraciones y fiestas, ni te invitan ni mucho menos se acuerdan del motivo del encuentro. La gente ignora conscientemente que el protagonista de la noche eres tú y que deberías ser el centro de nuestra existencia. De pronto rezan la novena de aguinaldos como cotorras mecánicas pensando más en complacer los niños que no entienden nada de esos textos y más para comer natilla y buñuelos. Árboles cargados de luces y Noeles regordetes han desplazado los pesebres. Hay rumba, buena música, ricas comidas, muchos regalos y para ti… ¡nada! Así las cosas, yo, en nombre de todos los mortales, de esta humanidad agobiada y doliente, te presento excusas por tan tamaño olvido y por la mala educación que hemos recibido.

Quiero agradecerte el que seas “el Dios con nosotros”. Eso se dice muy fácilmente, pero comprende una realidad maravillosa. Nuestro Dios, o sea, tú, decidiste encarnarse, dejando de lado tu condición divina y comodidad celestial para armar un escándalo desconcertante: no quisiste palacios, ni corte, nada de riqueza ni ostentaciones. Te dio por nacer en una pesebrera perdido, de la más insignificante colonia romana. Te propusiste durante toda tu vida abajarte a tope y para colmos terminaste muy mal. Finalmente, resultaste triunfante, pero la lección dada no es de nuestro agrado. Eso de la pobreza, la humildad y la sencillez no es un plan atractivo. Nuestra sociedad de consumo nos ofrece irresistibles propuestas. Quizás por eso también te olvidamos deliberadamente, porque es mejor tener de ti un recuerdo cargado de romanticismo que una exigencia diaria que nos desinstala y reta.

De modo que no escribo esta carta para pedirte regalos porque tú ya eres el mejor regalo que nos hayan podido dar como seres humanos. Más bien debo preguntarte, ¿qué quieres de regalo? Tú que nos viniste a traer paz, justicia, amor, supongo que querrás algo de eso, pero sobre todo querrás que cada uno mire a ver qué te puede ofrecer como presente. Está a nuestra discreción. No hay que gastar un solo peso y por eso resulta más costoso aún. Vamos a pensarlo y a medianoche, cuando nos estén repartiendo regalos, desde mi corazón, en silencio, te estaré dando el mío. ¡Feliz cumpleaños querido Jesús!

Las cosas por su nombre

Lo dejo claro de entrada: soy respetuoso de la diversidad, de aceptarnos como diferentes, de la tolerancia… El ser católico precisamente significa eso: universal, plural, abierto, para todos, incluyente. Y eso vale para raza, lengua, género, religión, opción sexual, condición económica, ideología política. Soy así y pido que así lo seamos todos. Es la condición básica, elemental, para poder convivir como seres humanos y soñar que un mundo mejor es posible.

Por eso me sentí desconcertado, por no decir abrumado y descompuesto, con una solicitud que algunos dizque están haciendo y es pedir que los próximos días no se llamen Navidad, expresión que los ofende, sino alegres festividades. No. Qué pena, pero no. Navidad es Navidad y así debe llamarse, gústenos o no. Es una fiesta del cristianismo que celebra el nacimiento de su Dios hecho hombre y punto. Es como si yo me sintiera ofendido por el Ramadán Islámico y dijera que ahora debe llamarse jornadas de adelgazamiento y que me ofende que las llamen Ramadán. O si les dijera a los judíos que su jornada penitencial del Yom kippur me ofende y que deben cambiarle el nombre por día del amor. No. ¿Por qué tengo que irrespetar a otros para que se acomoden las cosas a mis caprichosos gustos? No señores, las cosas deben llamarse por su nombre.

Qué tal que cambiáramos el nombre del 7 de agosto, día de nuestra independencia nacional y que recuerda la batalla de Boyacá por el día de la cabalgata boyacense, porque hay unos que se ofenden con ese nombre. Absurdo. Como ridículo sería que el 11 de noviembre que celebra la liberación de la sufrida Cartagena de quienes fueron sus tiranos opresores, porque algunos les ofende esa memoria, tuviésemos que cambiarla por la fiesta del desfile de balleneras. No, no y no.

Los sinvergüenzas quieren quedarse con la fiesta, vacacionando a costa de la memoria de todo un pueblo, con la forma, pero sin el fondo. La significación de tamañas celebraciones quieren alterarla cambiando significante y significado. Ya la Semana Santa es pachanga santa, el puente más largo del año, vacaciones o receso intersemestral que se disfruta a costa de una memoria, pero que desde el punto de vista religioso ya no le dice nada a muchos. Simplemente son vacaciones. Si tanto los ofende, si no les dice nada, entonces suprímanse del calendario esos días y que sean días normales laborales, porque ya no habría motivo para celebrar. Eso sí que sería lo justo.

Cuando Pepita celebra su cumpleaños el 14 de abril o Juanito el suyo el 18 de septiembre, eso a mí no me dice nada y no tengo motivos para celebrar y hacer fiesta, pero para ellos sí y quieren hacerlo. Entonces, los respeto y que sean felices en su día, pero no tengo ninguna autoridad moral para prohibirles que lo hagan, que lo celebren con los suyos y que sean felices. Mucho menos tengo razones para sentirme ofendido porque ellos celebran. Hay que vivir y dejar vivir. Lo que faltaba es que unos cuantos vergajos que se escudan con el remoquete de defensores de la libertad y la pluralidad nos quieran obligar ahora a ser como ellos. ¡Ni más faltaba!

Si no les gusta que Navidad se llame Navidad, es su problema.  No se ofendan. Hagan sus oficios, trabajen, hagan lo que quieran, pero déjennos a los cristianos celebrar en la fe la fiesta del Dios con nosotros. Como yo no tengo por qué estar ofendido con Pepita y Juanito cuando ellos quieren celebrar sus cumpleaños, o con mis hermanos judíos o árabes cuando quieran ellos celebrar sus fiestas. Se les respeta y punto. Las cosas por su nombre. No se diga más.

Cuando los pequeños se crecen

Estamos acostumbrados a que los fuertes y poderosos tengan el sartén por el mango. Por eso la gente suele irse con el que va ganando, porque es muy cómodo estar con el ganador. Muy pocos se van con los débiles y perdedores. Pasa en el deporte, pasa en la política, pasa en la vida real.

¿Alguno imaginó que Goliat sería derrotado por ese muchachito hebreo llamado David?, ¿alguien le apostó a Arabia Saudí en su primer partido con Argentina?, ¿pensaron los expertos que no estarían en finales Alemania y España?, ¿los excluyentes y racistas sospecharon que una mujer negra y pobre fuera nuestra vicepresidenta?, ¿los pontífices del deporte calcularon que el Deportivo Pereira sería el campeón del fútbol colombiano?

Cuando ocurren estas cosas reina el desconcierto. Las caras largas resultan inocultables.  La pregunta que los desacomoda es ¿qué pasó?, ¿qué falló?, ¿dónde estuvo el error? Es inaudito que esto suceda, lo normal es que pase esto o aquello. El paradigma se ha roto.

Citábamos el caso de David, convertido de pronto en el rey más exitoso de Israel, pero en la historia de salvación, recurrentemente Dios inclina la balanza en favor de los pobres, los marginados sociales, los excluidos, los débiles, los avasallados.

La Navidad que ya se aproxima celebra precisamente eso: el triunfo de lo pequeño sobre la soberbia de lo grande. Dios no escoge como morada el palacio imperial romano, sino una pesebrera perdida en la más infeliz de sus colonias. Y por mamá escoge entre las princesas de todos los reinos y principados, a una jovencita anónima de una pobre vereda de Nazaret. El Todopoderoso, el Creador y Señor del universo, optando por la humildad, la pobreza, la kenosis y la cruz. Una paradoja, un contrasentido, un absurdo.

Me gusta que los perdedores de la historia ganen. Que los olvidados se conviertan en protagonistas. Que los excluidos sean tenidos en cuenta. Que los que siempre han sido los últimos sean los primeros.  Estas lecciones se suceden de vez en cuando como para recordarnos a los que nos gusta siempre ganar, ser competitivos y exitosos, que la lógica de Dios es otra y que aprender el camino de la humildad es todo un sendero que hay que recorrer no siempre sobre ruedas y fácilmente.

Cuando los pequeños se crecen es Navidad, o es la fiesta de las velitas que precede a la Inmaculada Concepción, o es el triunfo de Cartagena sobre armadas invencibles, o es la derrota del tirano invasor en un vetusto puente boyacense, o de la ignominiosa cruz convertida en signo de salvación, o de la vida que triunfó sobre la muerte.  Para que no lo olvidemos nunca.

Cuando manipulan el deporte

De entrada, se da por descontado que el deporte, en todas sus disciplinas, es una actividad humana que además de cultivar el cuidado del cuerpo a nivel personal, el trabajo en equipo y la sana emulación, es un espacio saludable para el esparcimiento y la unión de los pueblos. No en vano los aros olímpicos entrelazados simbólicamente expresan ese propósito.

Sin embargo, cuando a Teodosio le dio por suspender los Juegos Olímpicos en el siglo IV, lo hizo por motivos religiosos: no había que promover el culto a los dioses del Olimpo. Y tuvimos que esperar muchos siglos para recuperar este espacio y…, también, los afanes de muchos por meterle política y otros intereses para manipularlos.

No olvidemos que Hitler en 1936 usó las Olimpíadas con fines propagandísticos nazis y que su mayor disgusto acaeció cuando el atleta norteamericano de origen afro Jesse Owens ganó la medalla de oro mostrando su superioridad deportiva, todo un insulto para la raza aria que quería demostrar exactamente lo contrario.

Y todavía recuerdo la masacre en la Villa Olímpica de Múnich en 1972 contra un grupo de atletas israelíes. El escenario equivocado para trasladar conflictos políticos fue aquella vergüenza. No han cambiado mucho las cosas ahora que estamos en pleno campeonato mundial de fútbol. Que la justa se haya hecho en Qatar pareciera ser una decisión normal pues cualquier país legítimamente puede aspirar a ser sede de estas justas deportivas, el problema fue el escándalo suscitado por la manipulación que se tuvo en su escogencia y que desató una crisis en la FIFA.

El debate sobre Qatar ha girado en torno al respeto a los derechos humanos, las cientos de víctimas que murieron en la construcción de unos escenarios que serán desbaratados una vez concluya el evento, las prohibiciones a manifestaciones públicas de afecto o a usar la bandera LGBTI, etc. Pero hemos visto más: desproporciones como ofrecer a cada jugador árabe saudí un Rolls Royce si le ganaban a Argentina; o la amenaza de violencia y torturas del régimen iraní a sus jugadores y sus familias si expresaban su descontento como lo hicieron en el primer juego al no entonar su himno nacional.

Y los pobres deportistas rusos, vetados de todas las competencias internacionales, no por su culpa, sino por culpa de un régimen expansionista que ya nos tiene en crisis económica global y a todos en vilo con la amenaza de una guerra nuclear.

Creo que deporte y política son dos asuntos distintos que no deben mezclarse. Es un abuso que se le meta política al deporte. Si esto acontece de manera normal significará que un día un campo de juego termine convirtiéndose en un campo de batalla y que dos hinchadas diferentes resulten matándose en las tribunas como lamentablemente ya ocurre entre fanaticadas obtusas, simplemente porque somos de colores distintos en nuestras camisetas.

De todos y de nadie

Bogotá, como capital de la República, acoge a todos, propios y extraños. Es de todos y a la hora de la verdad: ¡de nadie! Muchos han querido y han logrado ser sus alcaldes, más como trampolín político para su carrera hacia la presidencia que propiamente porque les conmueva o interese su suerte. Saben que si lo hacen bien se les despeja el camino hacia la casa de Nariño.

Pero Bogotá es una cosmópolis enorme e inmanejable que a muy pocos les duele. Rolos, rolos, de esos cachacos auténticos originarios de esta sabana, pocos, pocos. Sus habitantes son en su mayoría la resultante de una simbiosis o, si se quiere, una amalgama de culturas y tradiciones de todas partes. Aquí hay de todo como en botica. Todos quieren usufructuarla, pero pocos están decididos a cuidarla. La modélica cultura ciudadana que uno viera en antaño en otras ciudades aquí ha brillado por su ausencia. La gente despotrica de su desorden, su inseguridad, sus basuras, su caos vehicular, su inclemente clima, todo lo que quieran, pero muy pocos estarían dispuestos a contribuir para sacarla adelante y hacerla bella y grata.

La pared y la muralla son el papel de la canalla, decían los ancestros con razón, sin embargo, una gaminería que pide se les respete ha pintorroteado muros y monumentos. No hay ninguna obra de arte, no hay expresión más allá de su afán de dejar constancia del querer marcar territorios y ensuciar más la ya mugrosa cara que tiene. Se colocan canecas de costoso aluminio para que se depositen allí las basuras y si no se las roban, tiran los desechos por fuera para contribuir a hacer más grotesco el espectáculo. Las torres de señalización se vuelven el tablero de pelafustanes desocupados que borran cualquier vestigio de información. Las estaciones del Transmilenio se vandalizan descaradamente cuando la turba se enardece y sus torniquetes de acceso son ridiculos monumentos que solo utilizan unos pocos, porque todos quieren colarse gratis en sus artículados.

Me impacta ver el multimillonario gasto haciendo ciclorutas, estrechando aún más las angostas calles, colocando miles de costosos taches que las demarcan, separadores y columnas verticales, hectolitros de pintura derramados en el piso con colores diferenciados, todo eso para que los intrépidos ciclistas sigan raudos haciendo cabriolas entre los carros o asustando gente en los andenes y esas lujosas vías que les hicieron, de adorno y a merced de ladrones que se roban lo que pueden. Millones de millones para artefactos inútiles y ni un solo peso para tapar los huecos de la destrozada malla vial. En estos días decían que diariamente se accidentan y mueren motociclistas victimas de caídas en cráteres abísmales. Prefieren pagar las autoridades miles de millones en SOAT, pólizas de seguros y abarrotadas salas de urgencias con jóvenes lisiados de por vida, que gastar en mejorar las vías. Pareciera que cada funcionario quiere lucirse con sus obras, pero que no hay planeación ni coordinación a la hora de ejecutarlas.

Sepultado Carreño y sus normas básicas de urbanidad. Olvidado Mockus el único alcalde que luchó por rescatar esas elementales normas de comportamiento ciudadano. Desterrada la educación cívica de las aulas. Ignorada desde la cuna por padres de familia y desde la escuela por amedrentados educadores… La caótica vorágine capitalina está a la deriva del sálvese quien pueda. Decía el popular Gómez Bolaños en sus libretos: “Y, ahora, ¿quién podrá defendernos?” ¿Algún torpe Chapulín o alguien con coraje, tenacidad y pantalones bien puestos?

Llegó el estrés

Amigos: llegó el estrés de fin de año. Todo el mundo a correr. Pareciera que el mundo se va a acabar y puede ser que sí. En tal caso, me imagino que ese corre, corre, sería para presentar un balance positivo al Padre Eterno, porque aquí quedaría muy poco o nada.

Hablando en serio, unido al encanto del tiempo de Navidad con sus fiestas, celebraciones y también vacaciones, nunca he podido entender por qué a la par se da un fenómeno generalizado de estrés: hay que rendir cuentas, presentar balances con números en negro, entregar informes de gestión, cerrar procesos, concluir tareas pendientes, mejor dicho, un acelere infinito. Y yo creo que sí, que es importante cerrar ciclos, que hay que hacer cortes, que es importante y necesario realizar evaluaciones periódicas, pero eso no es sinónimo de juicio final sino de la dinámica misma de la vida y que, por tanto, no es para infartarse y morir en el intento, sino que de lo que se trata es mirar cómo van las cosas, felicitarnos o exigirnos, pero, igualmente, continuar adelante.

Y yo me pregunto si en todas las latitudes de este mundo, esta época se asume de la misma manera, con ansiedad, angustia y desesperación, como canta el bolero, o si es parte del paisaje y la rutina ordinaria. Alguna vez lo dije: ¿qué diferencia hay entre la noche del 31 de diciembre y la mañana del primero de enero fuera de cambiar la hoja del almanaque?, ¿Será la misma que existe entre el 30 de junio y el primero de julio, o es una cuestión anímica, mental, psicológica?

Por supuesto que es un asunto mental y se me dirá que es necesario y hasta saludable hacer esos cortes, tener esos cierres. Entonces, si es saludable, si es necesario, ¿para qué estresarse? Si las cosas se hacen bien desde el comienzo, si hay un cotidiano y constante esfuerzo, ¿cuál es la razón para somatizar y enfermarse? Claro, si no lo haces así, si dejas todo para última hora, si eres mediocre, apoltronado y perezoso, si te relajas cuando no debías hacerlo entonces, ahí sí, ¡a correr! Pasa como al estudiante vago que hizo locha todo el año y en el último periodo académico quiere aprobar el curso, o el equipo de fútbol que jugó con desgano y cuando se acerca el minuto 90 anhela que le den unos minutos de tiempo extra a ver si se hace el milagro de hacer un gol para empatar y no perder.

Entonces, pareciera ser también un tema cultural, de entorno organizacional, de cómo nos lo han enseñado a vivir. Y así, después de ese estrés, de ese desfogue de cansancio, de unas merecidas vacaciones, llega el nuevo año y… hay que volver a prender motores, arrancar de nuevo, comenzar otra vez. Por eso los tiempos muertos, cierres obligados, recesos ineludibles, bajones en el rendimiento y la productividad, ¿por qué? La verdad, no le encuentro sentido al estrés de estas épocas. Al menos de estrés extraordinario que pareciera de verdad el del fin del mundo… y, bueno, pues no quisiera que se acabara todavía, pero hay que decírselo al hijo de Putin para que no lo haga antes de tiempo, baje el estrés y deje a Ucrania en paz.

En el reino de Mamón

Lo mejor que hacían los padres de familia en tiempos pasados era enseñarles a los hijos a trabajar y a ganarse la vida honradamente. Las cosas había que conseguirlas con tenacidad y esfuerzo. Ese cuentico de que con llantos y pataletas se lograba tener las cosas fácilmente, era impensable. Hoy día, padres permisivos y alcahuetas, literalmente, se tiran sus hijos dándoles todo apenas abren la boca. Los aqueja la angustia de no traumatizarlos de modo que hay que proporcionarles todo para que no experimenten ninguna contrariedad o temprana frustración. Resultan volviéndolos marmotas atenidas, ineptos que no tienen iniciativa de nada, ni-nis que ni estudian ni trabajan y a quienes les repican los 40 y todavía están en casa de los papis a expensas de ellos.

El que no ha sudado para conseguir las cosas, el que se ha consumido plácidamente las reservas de sus abuelos y papás, es un experto en dinero fácil. Y el que nunca ha trabajado y sin hacer ningún esfuerzo o por poca cosa le ofrecen buena plata, cae redondito.  Por la plata baila el perro, lo hemos dicho.

En ese sentido el narcotráfico ha devastado nuestra cultura, permeando todos los estamentos, en todas las instituciones. ¿Para qué matarse trabajando de sol a sol durante años, si con un “trabajito” puedo conseguir organizarme económicamente? Recuerdo el libro de Alonso Salazar “No nacimos pa semilla” contando anécdotas de sicarios paisas cuyo único propósito era conseguirle una casa a su vieja, sin importarle morir en su único y significativo esfuerzo.

Y ahora que traigo a colación el caso paisa, ¡qué tristeza ver desmoronarse una región pionera, pujante, laboriosa, echada pa’lante por culpa de ese dinero fácil! Comenzó desde que se animaba a conseguir las cosas honradamente pero si no se podía había que conseguirlas de todos modos, pasando por el nefasto narcotráfico que corrompió buena parte de jóvenes generaciones y ahora, de otro modo, se expresa con la maldita corrupción que ha dividido sus gentes porque ha afectado iniciativas como Hidroituango y emblemáticas empresas como EPM, pasando por alcaldías y gobernaciones, hasta llegar al mismísimo GEA, su simbólico baluarte empresarial, que quieren tomárselo a como dé lugar. Y tampoco se salva mi equipo que teniendo excelentes entrenadores criollos que ofrecieron buenos resultados los echaron por la borda para traerse un técnico foráneo que ya fracasó una vez y en su arranque le quedó grande meter al onceno rey de copas entre los ocho mejores.

Los valores están trastocados y en tanto el dios Mamón siga reinando, desplazando al auténtico Dios, esto va a estar bien complicado. La gente aspira a ser rica en corto tiempo y con el menor esfuerzo. Por eso se prestan para desfalcos, por eso traicionan amigos y causas, por eso comisionan con el CVY, por eso el que puede robar roba y por eso hasta el fiscal anticorrupción se corrompe y la cosa va desde llevarse utensilios de trabajo en la empresa, pasando por subir exageradamente los precios de las cosas, hasta ver cómo puede sacar tajada en los negocios, robarse contratos millonarios y desfalcar el Estado.

Bien lo dice la Escritura: “No se puede servir a dos señores, porque amará uno y aborrecerá el otro. No se puede servir a Dios y al dinero, porque amará uno y dejará el otro”. Más claro no se puede. No es que el dinero sea malo, lo malo es qué lugar le doy en mi escala de valores al dinero. Ahí está el asunto: o el dios Mamón, ricachón, exitoso, o el Dios del pesebre, que construye Reino con esfuerzo y termina en cruz, supuestamente fracasado.

Sexo débil

Tuvo que ser alguien muy machista el que se imaginó que esta categoría correspondía a las mujeres. Algún Adán de esos que rápidamente le echó la culpa de su pecado a Eva. Para colmos, no fue culebro sino culebra la que les echó el cuento en el paraíso, luego el asunto era de género.

Personalmente, no he podido comerme el cuento. No el de la manzana. También. Me refiero al de que las mujeres son el sexo débil. Porque uno ve a las mamás al momento de dar a luz en el parto y lo que se ve es que son muy machitas. No estaría tan seguro que podríamos reemplazarlas. Y las ve uno madrugando para hacer los oficios caseros, antes de salir a “trabajar”, para llegar tarde en la noche a seguir laborando, sin descansar. Puse entre comillas trabajar, porque algunos siguen creyendo que todo eso que hacen por fuera de un contrato formal con una empresa no es trabajo. Dicen con soberana ingenuidad: “mi mamá (o mi esposa) no trabaja, es ama de casa”.

Pues resulta que el pasado fin de semana, el sexo débil logró lo que el sexo fuerte no ha podido hacer hasta ahora: en espectacular moñona futbolera las mujeres ganaron el subcampeonato mundial FIFA sub-17 en India y el campeonato mundial de fútbol sala aquí en Colombia. Con tenacidad, coraje y muchas ganas demostraron que cuando se quiere se puede. No mucha carreta. Resultados. Y no ganaron en India, no porque no tuvieran con qué, sino porque el machito entrenador creyó que eran de acero y nunca se le ocurrió hacer los cambios y refrescar el agobiado equipo, como sí lo hicieron las españolas. Y el machito presidente de la Federación que al comienzo miraba con desdén la gesta que estaban realizando, cuando llegó la final ahí sí viajó para la foto, las felicitaciones y para hacer promesas.

Entonces que no nos vengan con cuentos trasnochados. ¿Sexo débil? Ja ja ja. Las mujeres están cada vez más empoderadas, no por reivindicaciones ideológicas, ni por cuotas burocráticas legales que hay que cumplir, sino porque con evidencias contundentes nos demuestran lo que realmente valen. Está certificado que son mucho más honestas que los hombres en el ejercicio de altos cargos, pero, a decir verdad, en todos los campos demuestran sus sobradas competencias y liderazgo. Elemental gesto masculino es reconocer su talante y su valía, como el que dijo: “en mi casa se hace…lo que mi mujer decida. Aquí mando yo, porque en mi casa manda mi mujer”.

María de Nazaret reivindicó el rol femenino. Atenta en el matrimonio de Caná supo interceder a tiempo para que la fiesta no se fuera al traste; ante el asesinato de su Hijo demostró fortaleza y valentía; cuando los agallinados apóstoles huyeron despavoridos supo convocarlos para que volvieran al cauce de la causa.

No nos sigamos engañando, la equidad de género no es ideología, es sentido común. Cuando era rector en el colegio San Ignacio en Medellín, todos decían que con la graduación de la primera promoción coeducativa el nivel académico del colegio bajaría. Mentiras. No sólo se mantuvo, sino que subió. Entonces, no hay que ser mezquinos. Hay que reconocer el digno rol de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad, dejarnos de mohosos estereotipos y poner las cosas en su lugar. ¿Sexo débil? ¡Cuidado! De pronto somos nosotros, los hombrecitos, los muy machitos, los que nunca lloramos… ¡ay Dios mío!

Sobre la puntualidad

“Cuando a uno le interesa algo, es puntual. Puntualidad es sinónimo de interés”. Esta era la sentencia lapidaria con la que mi inolvidable amigo Julio Jiménez nos motivaba en las actividades que orientaba, de manera que, llegado el momento de la cita, el evento iniciaba a la hora en punto. Así se hicieron famosas entre nosotros la “hora javeriana”, la “hora ignaciana”, para aludir que era a la hora exacta. Y no faltaba quien jocosamente preguntaba para distinguir: “¿hora colombiana u hora javeriana?”

El tema de hoy va a que si algo nos caracteriza en nuestra idiosincrasia es ser impuntuales. Y es que hay frases como: “más puntual que novia fea” que parecieran estimularla y con las cuales se rididiculiza ser exactos. No extraña entonces que, efectivamente, novia que se respete se haga esperar. Y uno de cura o de feligrés ya sabe que de afán no puede estar si hay boda de por medio.

Se sabe de antaño que la hora judicial tenía la flexibilidad de 60 minutos y que ser puntuales es una virtud exótica. Sin embargo, hay citas para las que corremos, un partido de fútbol, un cine, un concierto. Y no nos interesa madrugar a hacer fila y esperar lo que sea necesario. ¿Por qué ahí sí funciona? Simple. Porque nos interesa. Tenía razón entonces mi finado amigo.

Llegar tarde porque nos cogió la noche, siempre encuentra excusas: había mucho tráfico, hubo un accidente, cualquier cosa para excusar que no calculamos bien el tiempo y no salimos oportunamente. Nuestro tiempo es valioso, el de los demás no importa. Las aerolíneas fingen ser puntuales llamando abordo, pero una vez adentro del avión, los pasajeros tienen que soportar tiempos interminables. Me pasó en estos días: en el vuelo de ida, 50 minutos en pista esperando y en el vuelo de regreso, dos horas en sala. Las explicaciones resultan ridículas porque las versiones de los funcionarios no coinciden: mal tiempo, congestión de tráfico aéreo, cambio de tripulación a última hora, falla técnica…, lo que sea, mentiras e irrespeto por doquier.

Ya es proverbial la impuntualidad del jefe de Estado. No es cuento, no es calumnia, no es oposición. Uno sabe que hay asuntos muy importantes de por medio, pero hacer esperar más de una hora no tiene ninguna presentación. Que pasó una vez, vaya y venga, pero que sea costumbre, habla muy mal del equipo que maneja la agenda y del funcionario por no tenerla bajo control. Es cierto que es muy importante el personaje, pero también es cierto que hay que dar ejemplo y marcar pauta.

Personalmente me encanta la puntualidad. Es sinónimo de interés y de respeto, como ya se dijo. Nada mejor que comenzar una reunión a tiempo y concluirla, igualmente, a la hora convenida. Todos tenemos labores que realizar, otros compromisos qué atender, personas esperando en la oficina o en la casa. La puntualidad en otras culturas es un valor: el tren sale a las 10:38 y a esa hora sale. El autobús pasa a las 5:57 y a esa hora pasa. El concierto comienza a las 9:00 y a esa hora comienza. En eso se diferencian bastante latinos de anglosajones. Me quedo con estos. Macondo es maravilloso, pero podemos hacerlo todavía mejor.

Hiperinflación, hasta cuándo

Inútilmente las tasas impuestas por el Banco de la República han llegado a los dos dígitos con el objeto de frenar el fenómeno inflacionario. El consumo se mantiene y la demanda sigue siendo alta, ignorando de facto las consecuencias de tal comportamiento. Se supone que, frenando la demanda, la oferta se obliga a bajar los precios, es la teórica regla, porque la gente acostumbrada a un estatus y un determinado nivel de vida pareciera importarle un bledo tener que pagar más.

De manera descarada los precios de todos los productos están por las nubes. Tres libras de chocolate que estaban en 14 mil pesos hoy sobrepasan los 20 mil. Una garrafa de aceite de cocina que costaba 23 mil pesos hoy asciende a 50 mil. Un mercado de aseo que se hacía en 250 mil hoy no baja de 400 mil. Para poner unos ejemplos de la canasta familiar. Pero la historia se repite en todo lo demás. Ya lo habíamos escuchado respecto de los materiales de construcción que o no se consiguen o se encuentran a precios exorbitantes. Los pasajes del transporte intermunicipal y los tiquetes aéreos, no se diga. Subieron 200 pesos el galón de gasolina y todo el mundo se sintió autorizado a elevar los costos de todo a su antojo. No hay control.

La pregunta es ¿hasta cuándo? Ningún bolsillo, por más acomodado que sea, va a resistir esta dinámica indefinidamente. Por supuesto, los más afectados son los más pobres. Dejarán de serlo para pasar a un nivel de miseria, pues con un salario mínimo ¿Quién puede sobrevivir? Y los que ya estaban sin nada, ¿condenados a morir de hambre?

El problema no es político interno. Sería una conclusión simplista e ignorante. El problema es global, complejo y en aumento. Pareciera ser una nueva estrategia mundial pospandemia para seguir buscando la disminución de la población humana. La guerra mundial en ciernes es una opción rápida, pero demasiado letal y costosa para quienes sobrevivan y deban reconstruir lo poco que quede. Que la gente muera de hambre por desabastecimiento, que muera de frío en el próximo invierno porque no hay gas para calentarse, podría resultar un método menos impactante y de aparente selección natural donde solo sobreviven los más fuertes. ¿A eso se refieren con el nuevo orden mundial?

Están resurgiendo las protestas sociales, cada vez más en número y en nivel de agresividad. Es una nueva edición, revisada y aumentada de problemas agravados. La responsabilidad, repito, no es del Gobierno de turno, sino de un mal endémico que nos agobia hace décadas y que deliberadamente hemos querido ignorar. La insaciable voracidad económica de personas y grupos, su mezquindad para no querer atender las necesidades de las mayorías, el querer ser dueños del mundo, esa tentación de querer ser como dioses que todo lo controlan y manejan, esa insensibilidad ante el dolor ajeno, esa indiferencia ante los agobiantes males que vivimos… ¿vamos a seguir así?, ¿hasta cuándo?

Complot antieclesial

Aprobada en primera vuelta por el Congreso, la propuesta de poner a pagar impuestos a las iglesias no ha faltado quien considere que tan impactante iniciativa obedece a un orquestado complot global antieclesial. Y si el asunto se suma a noticias de intento de quemas de templos, escándalos de curas pederastas, entre otras muchas, el panorama pareciera ser realmente alarmante. No comparto tal apreciación y más bien quisiera que miráramos con sentido crítico el tema. Vamos por partes.

Que se pague impuestos no me parece ninguna novedad. De hecho, ya pagamos impuestos y en una cifra bastante considerable debido al predial, IVA, ICA, al consumo, etc. Lo que se pide pagar ahora es el impuesto a la renta del cual se estaba exento como beneficio tributario aquí en Colombia. Es verdad que se incrementarán los pagos buscando cobrar lo que ya todo el mundo paga. El rasero debe ser el mismo para todos, pues al fin y al cabo somos ciudadanos y debemos contribuir al sostenimiento de lo público. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, afirma Jesús en su Evangelio. Y la autora del proyecto dice: si se comportan como empresas, deben pagar como empresas. Tiene razón. Negocios son negocios y distan bastante de la labor estrictamente evangelizadora propia del core misional. Por eso se contempla que las labores de orden sacramental, educativo y de beneficencia, no deben tasarse. Me parece justo, pues son esencialmente servicios que, si bien no tienen ánimo de lucro, tampoco tendrían por qué suscitar pérdidas. No me angustia pagar impuestos, lo que me preocupa es que se roben esa plata. Eso es otra cosa.

Como Iglesia se nos cuestiona fuertemente porque predicamos y no aplicamos. Hemos sido los adalides de la moral sexual y se han puesto en escandalosa evidencia los abusos a menores y personas vulnerables. No es una política institucional, ni es cierto que la Iglesia sea una escuela de pederastas, pero es verdad que aterra el número de casos. A un cura se le ha perdonado que humanamente se enamore de una mujer o que pueda ser homosexual, pero no que abuse de menores y mucho menos que juzgue sin misericordia a otros cuando tiene el rabo de paja. Estos vergonzosos acontecimientos nos tienen en la picota pública y le han hecho un daño irreparable a la Iglesia pues han alejado a muchos de la fe. No ha sido complot, ha sido harakiri.

Estamos en un cambio epocal es la verdad. Nuestra sociedad ya no es teocéntrica y la Iglesia tampoco tiene ya la última palabra. La posmodernidad nos atropella sin habernos dado tiempo para vivir y asimilar la modernidad. Los paradigmas han cambiado y eso no debería angustiarnos sino más bien ponernos a pensar para sacar provecho. Hay retos nuevos que vale la pena afrontar. Llorar añorando el pasado, lamentarse por no estar apoltronados en la cómoda zona de confort, dolerse porque ya no somos el referente eje central, nos paraliza y resulta inútil.

Así el panorama, hay que poner las cosas en su justo lugar. Puede ser que haya detractores y críticos, los tenemos, es más, los necesitamos. Y si los tenemos en número creciente no es porque haya habido una confabulación global, sino porque hemos dado ocasión para ello. Y lo que estamos viviendo me parece saludable porque nos purifica y ayuda a centrarnos en lo esencial-fundamental. No hay mal que por bien no venga, ademas que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Es hora, entonces, de ordenar la casa.

Delegar, facultar, empoderar

Parecieran ser lo mismo, pero no lo son, aunque estén relacionadas.

En el efecto cascada organizacional, todas las funciones, tareas y responsabilidades, en realidad son una delegación. Quien tiene la autoridad porque ha sido nombrado o elegido, no puede ejercerla sin contar con un grupo de coequiperos que le ayuden a realizar la misión encomendada. Como no puede hacer todas las cosas, por más multi task que sea, tendrá siempre y en lo posible que rodearse de los mejores si quiere alcanzar sus metas y grandes propósitos. Lo delicado del asunto estriba en que cada uno de los delegados debe cumplir con sus tareas y ejercer bien sus responsabilidades para que todo salga bien. Cuando esto no ocurre la entidad se resiente, se deteriora, se desgasta, se vuelve mediocre. Tan importante, por tanto, saber delegar y a quién delegar.

Puede ser por delegación o para un asunto concreto, la facultación otorga una prebenda especial asociada al objetivo por lograr. Se faculta a alguien para que pueda con propiedad y autonomía realizar lo que se le confía. Se le entregan los medios y las herramientas para que saque adelante el asunto concreto entre manos. Error grave sería que quien esté facultado no haga lo que debe hacer: se trataría de una omisión imperdonable, pues tenía en sus manos no solo la posibilidad sino también la obligación de hacerlo. La empresa, la compañía, perderá eficiencia, incurrirá en sobrecostos, dilatará positivos resultados.

El empoderamiento supone la delegación y la facultación y va más allá todavía porque encierra confianza plena y da un margen de maniobra más amplio y completo. Empoderar, literalmente significa otorgar poder y el poder, como se dice, es para poder. Por supuesto que razonablemente excluye entenderlo como el neto posicionamiento jerárquico para implicar, sobre todo, la capacidad de mostrar resultados en el corto y mediano plazo. Es verdad también que no se puede empoderar a cualquiera, sería irresponsable y de alto riesgo pues decisiones mal tomadas pueden conducir a la debacle.

Se delega, se faculta y se empodera para servir de la mejor manera. Cada uno en su lugar y rol correspondiente, haciendo las cosas con calidad y buscando la excelencia. Cuando se delega hacia arriba o subdelega en mediocres, cuando se saca el cuerpo a la responsabilidad, cuando se ejerce mal el poder, repito, las organizaciones se estancan, pierden competitividad, desvirtúan su core, se vuelven impertinentes. Funcionarios flojos abundan y por eso estamos como estamos. La gente quiere ganar buenos salarios y ascender en posiciones sin hacer mayor esfuerzo y sin exigirse.

Los líderes tienen aquí un gran reto, insisto: rodearse de los mejores. Los malos funcionarios llorarán siempre que se les exija, no querrán nunca que se les audite, serán cual vividoras e insataladas rémoras que ralentízan cualquier emprendimiento.

Desde la barrera

“Mirar los toros desde la barrera” era una expresión que usábamos para decir que es muy fácil y cómodo decir lo que hay que hacer, juzgar si lo está haciendo bien o mal, decidir si era de nuestros afectos o no.

Desde la distancia, el espectador, apoltronado en su silla, aplaude, grita, manotea, insulta, crítica, se enardece, celebra y rumia sus afectos o desafectos. Pasaba en las proscritas corridas, pero pasa también en el fútbol donde los aficionados, convertidos en “pontífices” emiten sus radicales veredictos, descalifican, hacen cambios, profieren sus sabias estrategias, nos dan a conocer sus concluyentes soluciones. Así mismo en la política cuando no se está en el gobierno y se descalifica o porque se hizo o porque no se hizo. Pasa en las organizaciones. Pasa en la vida…

La gente no sabe lo que es estar en la arena, sola y de frente a un miura, con los tendidos llenos y esperando a que el osado torero exponga su vida capoteando las embestidas del animal. Al hincha, amante del fútbol, que a lo mejor es un tronco en el juego del barrio, le queda muy fácil ser técnico cuando no está sudando la camiseta frente a 10, 20 o 30 mil aficionados, improvisados técnicos como él, cada uno diciendo lo que hay que hacer. Al político que estaba en la oposición y cuestionaba la ineficiencia de los altos funcionarios, cuando lo nombran en un cargo público se encuentra que está ahora en la mira de millones de ciudadanos mordaces y siempre insatisfechos que lo despedazan con sus críticas. Caerá entonces en cuenta de que ahora las cosas son a otro precio. El empleado aprovechará las horas de almuerzo para practicar su canibalismo y rajar del jefe y sus compañeros, hacer catarsis y sacar sus taxativas conclusiones.

Siempre, no lo dudemos, es muy fácil juzgar desde la barrera. Es cómodo, sencillo y barato. Estamos mal acostumbrados a emitir juicios ligeros sobre personas y situaciones y a hacerlo desde una mirada subjetiva, sesgada, parcializada, sin datos ciertos, movidos por afectos o desafectos, por pasiones más que por razones. Lo hacemos, además, sin medir el alcance de nuestros juicios, las implicaciones y efectos que puedan desencadenar, la difamación que conlleva, el daño reputacional.

Cuando hay empatía y uno se pone en los zapatos del otro, hay mesura, hay cordura, hay ponderación. Los absolutos se relativizan, los radicales se moderan. Los juicios implacables se suavizan. Solo ubicándose si no realmente, al menos virtualmente en el puesto del otro, se alcanza una objetividad mayor. Muchas veces, puestos desde la barrera, la invitación es a ser más cautos antes de lanzar conclusiones ligeras y atrevidas. La lengua es el peor azote y nos puede salir por la culata cual búmeran. ¡Cuidado!

Homenaje a dos maestros

Con 10 días de diferencia fallecieron en Medellín dos gigantes de la educación católica colombiana, ambos expresidentes nacionales de Conaced, ambos religiosos: mujer ella, dominica de la presentación: Camila de La Merced; varón él, lasallista: Álvaro Llano Ruiz.

A juntos los conocí; admiré y aprendí mucho a su lado. De ellos recibí su valioso legado en la conducción del gremio de colegios más grande del país. Fueron líderes inspiradores, apasionados por la educación, echados pa’lante como buenos paisas, simpáticos, alegres, trabajadores incansables, frenteros, creativos, emprendedores. A los dos les tocó sortear tiempos difíciles, pero nunca se amilanaron. Fueron cualificados interlocutores ante los ministros de educación, respetados por su carácter firme y decidido, por nunca ceder en el ideario de la escuela católica. Con ellos, Conaced, la Confederación Nacional Católica de Educación, se posicionó y consolidó como gremio. Con sus acertadas orientaciones tuvimos un norte claro. Las federaciones crecieron y florecieron. Sus carismas religiosos con hondo arraigo educativo los formó para ser verdaderos educadores maestros.

En sus presidencias aprendimos a cantar el himno de la confederación y a orarle a Jesús Maestro. Su contagiosa mística alentaba nuestra misión de educadores. Sus consejos sabios nos ayudaron a hacer las cosas con acierto. Su temple nos animó a no claudicar ante las adversidades propias de nuestras tareas.

En un contexto donde sobran docentes, hay pocos profesores y escasean los maestros; en un país mediocre en sus resultados educativos, donde interesan más los títulos para ascender en el escalafón y ganar más dinero, pero interesa menos poner ese conocimiento al servicio de una educación de calidad; en un ámbito profesional donde el educador no es valorado y su trabajo se considera de tercera, hacen falta referentes como Camila y Álvaro.

Para ser educador se necesita vocación. No es una tarea fácil. No basta tener un cartón de una universidad fru-fru que acredite unos estudios. Se requiere enamorarse de una causa, amar sus estudiantes, contagiar el gusto por los contenidos que se enseñan, tener mucha esperanza en un mundo mejor, combinar magistralmente la exigencia con el afecto, la razón con el co-razón, los necesarios datos con la experiencia. Pero se necesita, sobre todo, ser facilitador para que cada uno de los discípulos encuentre el sentido de su vida y sea plenamente feliz.

Hoy doy gracias al Señor por la vida de estos dos grandes educadores-maestros. Ofrendaron lo mejor de sus vidas a cientos y miles de personas qué hoy los recordamos con cariño y gratitud y les rendimos justo homenaje porque a ejemplo del Maestro dejaron una huella imborrable en nuestra memoria y en nuestro corazón. Gracias Camila, gracias Álvaro.

No bastan los títulos

El presidente quiere que en su equipo solo haya doctores. Los hay y muy cualificados, sin embargo, o están en el lugar equivocado o como ya lo hemos visto en algunos casos: “lo que la naturaleza no dio, Salamanca no lo presta”. Lo que quiero decir es que un título de doctor no lo hace a uno idóneo para todo y que los títulos académicos no son suficientes para una persona carente de carisma y liderazgo.

Conozco doctores bastante torpes y gente sin ningún título académico bastante hábiles y desenvueltos. En nuestra sociedad hay una obsesión compulsiva por los títulos. Ya no basta ser bachiller. Ya no basta tener un pregrado. Una especialización no es suficiente, una maestría sería lo mínimo, un doctorado mucho mejor y si es post-doctor, mejor todavía.

Los jóvenes bachilleres se están graduando de 15 o 16 años, entran a la universidad y en 5 años máximo ya son profesionales. Con 23 tienen maestría y es muy probable que a los 27 ya sean doctores. Han conseguido títulos, pero no tienen idea de nada, no saben de la vida, no tienen experiencia profesional, desconocen la realidad, no han luchado, no saben lo que son los problemas, nunca les han dicho que no, siempre han ido sobre ruedas, consentidos, sin sufrir adversidades. Eso sí, saben mucho, pontifican, dan cátedra, son eruditos. Todo en teoría. El ego les ha crecido bastante como para mirar con desdén a quienes no han corrido con su suerte. Autosuficientes y arrogantes creen sabérselas todas. En realidad, no saben nada.

Afortunadamente no corro riesgo de ser ministro de educación, porque si lo fuera creo que haría un revolcón bastante fuerte. Por lo pronto pondría a los niños a que disfruten su niñez. La entrada al colegio no podría ser nunca antes de las 8. Deben dormir bien y desayunar bien antes de salir de casa. Deben alternar los espacios de aprendizaje con los tiempos lúdicos. Como alguna vez lo hablé con Carlos Eduardo Vasco, los primeros años deben ser para aprender a leer, aprender a hablar y a escribir, hacer de las matemáticas un juego y no una tortura. La complejidad del plan de estudios sería gradual, al igual que el aprendizaje de una segunda lengua. Todos deben tener buenas bases en todas las áreas, pero deben intensificar las que realmente les guste. La escuela es para disfrutarla y ser felices, jamás un karma para padecer.

Después del pregrado y si se quiere aspirar a una maestría, esta no podrá cursarse sin al menos tres años de experiencia trabajando. Y alguien que aspire a ser doctor tendrá que acreditar mínimo cinco años laborando, después de la maestría. Se necesitan doctores, pero no todos sirven para doctores. Quien logre esta meta es porque tiene claro que su objetivo es investigar, estar al día, producir pensamiento, escribir en revistas indexadas, dar clases y conferencias. Así las cosas, la ganancia cualitativa sería evidente y el país sería más competitivo. Desafortunadamente, muchos no lo hacen, se jubilan tempranamente o se ponen a hacer cualquier otra cosa. ¡Qué desperdicio!

Los títulos per-se no bastan. Mucha gente, muy inteligente y muy capaz nunca logró acceder a ellos, por falta de dinero o por falta de oportunidades. Otros, los tienen y no les han servido para nada o para muy poco, otros solo para satisfacer su ego, otros para lograr ascensos en remuneración económica pero no para aportar efectivamente al desarrollo del país.

Nuestro talento humano no está siendo aprovechado suficientemente. Los procesos de admisión universitarios deberían permitir el acceso por los méritos y capacidades de acuerdo con unos perfiles requeridos y no solo para producir profesionales en serie. Muy importantes los títulos, pero, la verdad, tenerlos por tenerlos, no bastan.

El Salvador, pueblo de mártires

He venido esta semana a El Salvador. Había hecho escala en su aeropuerto hace unos años y al volver esta vez el contraste fue impactante: se ha modernizado con una infraestructura que nada tiene que envidiar a los grandes aeropuertos internacionales. Las carreteras de acceso en perfecto estado y la sensación de progreso son evidentes. La seguridad ha mejorado con el control de las famosas “maras” y el presidente Bukele pareciera estar gobernando la nación con pulso firme. Ojalá sea cierta tanta belleza, porque los críticos no dejan de advertir sobre su manera de ejercer el poder, el nepotismo en altos cargos del gobierno y el afán de perpetuarse. Pareciera ser la constante de los otros 6 países de la región en los que los gobiernos familiares (Noriega, Castro, por citar los casos nicaragüense y hondureño), los éxodos hacia otros países, la violencia y los retrocesos democráticos aparecen como común denominador, amén de la corrupción con sus actividades económicas ilícitas.

El Salvador es el país más pequeño de Centroamérica. Un poco más pequeño que nuestro departamento de Cundinamarca y con una población total que resulta menor que la de Bogotá. Ha vivido por décadas el azote de la guerra y la violencia. Cuando me hice jesuita hace 41 años cantábamos la misa salvadoreña y evocábamos a dos mártires de este país: el padre Rutilio Grande (asesinado en 1977 junto con dos colaboradores parroquiales) y monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador (baleado cuando celebraba la eucaristía en 1980), sin imaginar si quiera que nueve años después asesinarían a seis jesuitas de la Universidad Centroamericana junto con dos colaboradoras. No fueron los únicos, otro obispo y 13 sacerdotes más corrieron la misma suerte y no tengo el dato de cuántos laicos vinculados a servicios pastorales, además de los miles que murieron víctimas de la guerra civil. De locura.

Visitar los sitios donde los asesinaron y peregrinar a sus tumbas me resultó estremecedor. Lo que en su momento fueron noticias distantes y luego películas impactantes (“Designios del corazón”“Romero”“Llegaron de noche”), esta vez, in-situ, me hizo imaginar estar allí cuando acontecieron las tragedias. Doloroso. En la capilla de la UCA unos dibujos de hombres y mujeres torturados y asesinados en una cincuentena de masacres a lo largo y ancho del país me hicieron pensar inmediatamente en lo que hemos vivido en el nuestro. ¿Hasta dónde pueden llegar los seres humanos, ávidos de poder y de riqueza, que acceden al poder engañando pueblos enteros y luego traicionan sus causas y discursos?, ¿qué tan perverso es el mal espíritu que logra amangualar a los que son contradictores aparentes pero que los mueven los mismos intereses oscuros?; ¿cómo es posible que gente de origen humilde, manipulada por sinvergüenzas, se preste para hacerle daño a su propio pueblo, en tanto quienes les pagan retozan impunes?

Quería venir a este país que tanta historia de mártires tiene. Fue un sacudón duro pero necesario como para que no se me olvide la crudeza de las realidades de nuestros países, tan distintos y a la vez tan parecidos, tan ricos, pero tan pobres; con tanta gente tan buena, pero con tantos líderes nefastos, tan creyentes católicos en apariencia, pero tan ateos en la práctica. Que El Salvador del mundo salve no solo a este hermano país nuestro, sino que de paso nos salve a nosotros.

Entre ascensos y descabezamientos

Impacto fuerte, por no decir consternación, ha causado en las fuerzas militares la designación de la nueva cúpula, pues se ha llevado por delante alrededor de 50 generales de alto rango.

El estricto protocolo de ascensos prevé claramente que esto suceda. Y eso significa que pesan los rangos de jerarquía y la antigüedad. Se va haciendo fila, literalmente hablando, y el que va primero tiene la posibilidad no solo de ascender primero, sino que, además, por su antigüedad, así esté en el mismo rango de sus colegas y compañeros, tiene prelación de autoridad sobre el que va detrás. Así ha sido siempre, así se ha aceptado, así ha funcionado.

Se tiene claro también que es una pirámide donde las cohortes numerosas en las bases se van reduciendo con el paso de los años. Cada cinco, ordinariamente, se va ascendiendo en la oficialidad, desde teniente hasta general full de 4 soles o estrellas pasando estricta y ordenadamente por todos los grados de capitán, mayor, teniente coronel, coronel, brigadier general y mayor general. El asunto tiene su inercia y su ritmo y se acata sin discusión alguna.

Sin embargo, en la historia reciente se han presentado situaciones excepcionales por lo exóticas o sorprendentes. La discrecionalidad del jefe de Estado para realizar los nombramientos es lo que lo genera. Recuerdo cuando el presidente Uribe reencauchó a Teodoro Campo en la Policía trayéndolo desde el retiro a la Dirección General. La más alta oficialidad protestó por ello, porque significaba romper la cadena institucional prevista. El resultado fue el descabezamiento de los 13 o 14 generales firmantes. Las órdenes no se discuten. Igual pasó cuando nombraron al general Naranjo quien teniendo un rango y autoridad menor se llevó por delante a media docena de generales superiores suyos. La historia acaba de repetirse, solo que en todas las fuerzas y generando un traumatismo mayor porque al nombrar quienes venían en fila abajo obliga a descabezar gente valiosa que estaba antes y arriba. Se pierden muchos años de formación y experiencia. El mismo presidente Petro, al anunciarlo, reconoció que con ello se podrían haber cometido algunas injusticias, esto es, sacrificar generales cualificados y honestos. Nada hay que hacer en el actual esquema.

En la jerarquía del clero diocesano católico pasa una situación análoga, se va ascendiendo y más de un prelado aspira legítimamente a un ascenso. El seminarista ordenado presbítero comienza siendo vicario parroquial, párroco, arcipreste, vicario episcopal, obispo, arzobispo, cardenal, papa. No es estrictamente así, pero nos da una idea de similitud. En cambio, en el clero religioso sucede un fenómeno muy diferente: un día se puede estar en la alta cúpula y al otro descender a un trabajo humilde. Se puede ser superior, superior provincial o incluso superior general, rector de una prestigiosa universidad o director de una obra muy importante y al otro día pasar al anonimato. Recuerdo el caso entre nosotros del padre Kolvenbach quien siendo general de los Jesuitas un día renunció y terminó sus últimos días como bibliotecario en la Universidad de San José en Beirut. Algo que nunca se imaginaría uno en el mundo militar: que un general o coronel lo fuese un día y al otro pasase a ser capitán o mayor. Impensable.

Volviendo al caso militar, realmente es un filtro muy duro y, quizás injusto en muchos casos porque esa inercia irrefutable deja tendidos en el camino a hombres que por su conocimiento y comportamiento ético deberían estar prestando su servicio al país. Yo no sé si en la propuesta del presidente Petro cuando dice que un suboficial con méritos puede ascender a oficial (algo impensable hasta ahora) haya pensado en no descabezar oficiales valiosos simplemente porque la tradicional inercia les cortó de tajo y por desgraciada coincidencia la posibilidad de un cualificado servicio a la patria. Eso tendrían que pensarlo.

Poner la cara

“Errare humanum est” afirma taxativamente el adagio latino: es propio del ser humano equivocarse. De modo que hay que aceptar con paz que podemos errar, fallar, embarrarla o, como decimos coloquialmente, meter las patas. Nos ha pasado a todos y, claro, eso produce vergüenza, nos hace sonrojar. “Hacer el oso” no es algo deseable y nos apena. Sin embargo, repito, eso no debería acomplejarnos, sino que rápidamente deberíamos aceptarlo, asumirlo, superarlo.

A Colombia suelen confundirla con Bolivia. Guillermo León Valencia gritó “¡Viva España!” brindando con el general De Gaulle. Iván Duque tuvo su lapsus al decir “así lo querí” por querer decir “así lo quise”. Y en estos días Francia Márquez confundió “astrólogos” con “astrónomos”. Obviamente esos errores los explotan para burlarse y ridiculizar, de ahí que, sintiendo pena ajena, uno no quisiera pasar por una situación similar.

Así las cosas, todos los días acaecen equivocaciones. Eso es normal. El problema no es que acontezcan, el problema es que no se reconozcan, no se acepten, se nieguen, no se asuman. Como esas realidades evidencian nuestra fragilidad y desnudan nuestra limitación, muchas veces buscamos sacarle el cuerpo a la verdad, las ocultamos, las disfrazamos, buscamos toda clase de excusas y pretextos. Ese es un error más grave, porque si el primero no fue premeditado, sino que fue fruto de un accidente, el segundo sí es grave porque muestra nuestra incapacidad para mejorar.

A esas difíciles situaciones hay que ponerle la cara, esto es, asumir de frente y sin actitudes elusivas, nuestra responsabilidad. Cuando eso sucede, de tajo, quedamos sorprendidos y gratamente impresionados. Y el que estuvo caído se yergue recuperándose de manera instantánea. ¿Por qué no hacerlo entonces?

Entonces, no habría que decir “se cayó el sistema” cuando en realidad es que hay ineficiencia de algún funcionario; o decirle, a los pasajeros de un avión, “hay mal tiempo en la otra ciudad” cuando la verdad es otra; afirmar que el presidente está en intensas reuniones de trabajo, cuando la realidad es que tuvo un problema de salud; llegar tarde a una cita porque “había un trancón terrible”, cuando lo cierto es que se salió retrasado. Lo que fastidia es descubrir la mentira y lo que choca a tope es que lo crean a uno tonto. Tan bonito cuando se dice la verdad: estamos colapsados y no damos abasto; cometimos un error en el conteo de los pasajeros y debemos superarlo; llegué tarde porque me dejé coger la noche. No le cumplimos con su trabajo porque calculamos mal el tiempo de fabricación.

Cuando se pone la cara, la otra parte se sorprende y el malestar se supera o se asume de manera diferente. Perdón, me equivoqué. Yo asumo la responsabilidad de este asunto porque entendí mal la instrucción. Nos vamos a demorar dos días más porque nos faltó verificar un procedimiento. Hablar claro y sinceramente, lejos de empequeñecer, engrandece. Es una actitud que hay que desarrollar, una cultura organizacional que hay que aprender y practicar. Ser honestos no cuesta nada y en cambio sí muestra la calidad de las personas y el talante de cualquier entidad. Prueben y verán que es cierto.

Así paga el diablo...

La dictadura en Nicaragua es tan evidente como descarada. Daniel Ortega, quien en otrora fuera uno de los líderes de la revolución popular sandinista, hoy día, apoltronado en el poder, ha olvidado los principios revolucionarios que un día lo inspiraron y se ha convertido en un tirano. No exagero si afirmo que eso pasa en las derechas y en las izquierdas y que es un mal genético de quien se queda en el poder por mucho tiempo. Y si no pregúntele a Fidel o a Pinochet, tan diametralmente opuestos en lo ideológico, como parecidos a la hora de hacerse sentir como capataces de sus pueblos.

Por eso desde estas líneas manifiesto mi malestar con la posición que adoptó la delegación colombiana en la OEA, al final de la semana pasada, cuando optó por retirarse de la sesión donde se condenó a Nicaragua por la violación de derechos humanos. Esa falta de compromiso con la carta fundamental deja mal sabor diplomático. No entiendo qué pretensiones hay con esa actitud de querernos congraciar con la dictadura de Ortega. ¿Bajar la tensión por el conflicto que tenemos en la corte de La Haya a propósito de San Andrés y sus cayos?, ¿entrar en el club de la izquierda latinoamericana haciéndose pasito con uno de sus exponentes? Mala cosa, porque la consistencia del discurso tiene que ser la misma aquí y acuyá. Uno no puede protestar aquí y hacerse el de la vista gorda allá. Derechos humanos fundamentales son los mismos para unos y para otros. No puede haber distintos raseros.

Ortega, el gran detractor de Somoza en los 70, hoy es su réplica empeorada. Uno a uno fue sacando a codazos a sus compañeros de revolución, uno a uno ha ido echando a la cárcel a todos los que no piensan como él, una a una ha cerrado decenas de instituciones y ONGs, una a una ha expulsado comunidades religiosas y ahora ataca ferozmente a la iglesia católica, esa misma que un día lo apoyó en su lucha revolucionaria y estuvo en la junta que ganó la revolución en 1979 con personajes como De Escoto y los hermanos Ernesto y Fernando Cardenal. “Así paga el diablo a quien bien le sirve”, sentencia la máxima popular. Así paga el diablo de Ortega y su siniestra esposa que buscaron el poder, no para servir al pueblo sino para lograr sus siniestros propósitos.

Los principios y valores que el evangelio defiende deben permanecer incólumes, llueva, truene o relampaguee. No son plastilina manipulable al caprichoso vaivén de los de turno, o de sus estados anímicos, o de las conveniencias ideológicas y políticas. Deben conservar su libertad e independencia, su frescura y conciencia crítica. Cuando la Iglesia le da por jugársela tomando partido por un partido político no le va bien, nunca le ha ido bien, porque su servicio no es al poder de la fragilidad humana, sino a la causa del Reino que predicó Jesucristo. Ahora, la Iglesia nicaragüense, vilipendiada y humillada, perseguida y ultrajada por el régimen ha decidido no claudicar, no dar el brazo a torcer, mantener la frente en alto y seguir adelante. Su causa no es politiquera, su razón de ser es esencialmente religiosa para promover la vida, la dignidad humana, la verdad, la justicia, la paz, el amor. Lecciones de vida que se repiten para que aprendamos, de una vez por todas.

Señales de esperanza

El inicio de un nuevo gobierno y, más este, genera expectativas que se mueven desde la preocupación, la ansiedad y la incertidumbre, hasta la esperanza de que al pais le vaya bien y la alegría de ver sus primeros aciertos.

Indudablemente, un pacto histórico, como se le ha denominado, como pacto no deja de ser frágil, conociendo los antecedentes de sus compromisarios, entre los cuales hay de todo, desde exguerrilleros y comunistas radicales hasta la rancia clase política bipartidista tradicional, pasando por reconocidos politiqueros, auténticos camaleones que se mimetizan según el terreno que pisan. Todos ellos, curiosamente, se subieron en el bus de la victoria, unos cuando vieron que rodaba rápido y los otros cuando declinaron ser oposición. Me imagino el berenjenal de la repartición de cuotas. Esa coalición frágil efectivamente será histórica si se mantiene, si no, caerá cual castillo de naipes.

Con todo, no se puede negar que ha habido un número importante de nombramientos que mandan señales de esperanza. Nuestro exalumno berchmans José Antonio Ocampo, generó un parte de tranquilidad desde la estratégica cartera de Hacienda. Fue un primer respiro importante y un mensaje de alivio en medio de un contexto global económico muy complejo. Personalmente, me ha alegrado saber que a su lado hay dos profesores javerianos reconocidos no solo por su alta competencia profesional sino también por sus calidades éticas: Gonzalo Hernández, en el viceministerio técnico y Luis Carlos Reyes al frente de la DIAN. El primero era nuestro director de investigación y el segundo el director del observatorio fiscal.

Supimos en estos días del nombramiento de Cesar Ferrari en la Dirección del DNP y nuestra alegria no fue poca. César, además de contar con una aquilatada hoja de vida académica y profesional, es un hombre ético y así lo pueden corroborar sus estudiantes javerianos. Peruano de nacimiento, nacionalizado colombiano, conoce como pocos nuestra realidad del país y prestará un excelente servicio.

* De Álvaro Leyva sabemos de su pasión de antaño por la paz y desde su cartera de relaciones exteriores seguramente buscará que Colombia en el contexto internacional sea ahora reconocida como un país de paz.

* Un primo muy cercano trabajó al lado de Cecilia López, la nueva ministra de Agricultura, y de ella y sus capacidades me ha dado siempre las mejores referencias.

* De Patricia Ariza en Cultura se oyen los mejores comentarios por parte de quienes han sido sus colegas en el medio. Es importante siempre que estos retos sean asumidos por conocedores del tema.

* Alejandro Gaviria en educación, después de ser rector de Los Andes, genera positivas expectativas.

* Ivan Velásquez, en Defensa, suscita controversia, pero es clara su rectilínea posición frente a los no-negociables en materia de derechos humanos y lucha anticorrupción, dos temas hoy día tan sensibles como ineludibles.

Aquí ha habido aciertos y yo los comparto. Para mi son señales de esperanza en medio de tanta desazón y desencanto. No hablo de los otros ministros porque o no los conozco o solo tengo referencias vagas. Lo que sí es claro es que el país necesita funcionarios cualificados y honestos. Un descache sería no solo desalentador sino escandaloso y el palo no está para cucharas. Se necesita igualmente durabilidad y estabilidad en estos servicios al país. Por lo pronto seguimos atentos a la conformación del equipo y a que el presidente trabaje en equipo, un reto nada fácil pero absolutamente necesario.

basta”. ¡Amén!

Soledad

Vivo en el barrio La Soledad, un sector de la capital que, según cuentan, se llamó de esta manera porque en la Bogotá de comienzos del siglo pasado era un lugar aislado y poco habitado. Cuando los jesuitas decidieron comprar una franja de tierra para construir allí su curia provincial, con la ayuda del vecindario erigieron una capilla que pusieron bajo el auspicio de Nuestra Señora, Nuestra Señora de La Soledad. Por cierto, con una imagen sui-generis, inédita, si se quiere, pues no es la tradicional imagen de la dolorosa, sentada, vestida de negro y llorosa, sino de pies, en actitud orante, con las manos sobre su pecho, la cabeza inclinada y un rostro compungido pero sereno.

He oído decir que no hay dolor más grande para un padre o madre de familia que perder un hijo y que es un sufrimiento que difícilmente se supera. Lo normal es que los hijos entierren a sus padres, no al revés. De modo que las imágenes marianas a las que he aludido expresan esa trágica realidad que en nuestro país es paisaje. En el conflicto armado que hemos vivido por décadas, miles de madres han tenido que sepultar a sus hijos o nunca más volver a saber de ellos porque desaparecieron para siempre. Traumática e irreparable pena. Se debe sentir una soledad total así los padres estén rodeados de muchas personas. No es una soledad física, es una soledad del corazón.

Hay soledades de soledades. Soledades de aislamiento voluntario, soledades por exclusión o rechazo en un grupo humano, soledades por incomprensión, soledades por ausencia de compañía y las soledades efectivas cuando paulatinamente, poco a poco, uno se va quedando efectivamente solo en la vida porque se le mueren los papás, se le mueren los hermanos, se le mueren los familiares y seres más queridos y el círculo de relaciones humanas más estrechas se extingue. Debe ser un sentimiento de orfandad y de abandono únicos. Ya no hay con quien hablar, con quién desahogarse, a quien visitar, por quien preocuparse de modo especial. Esto le sucede a las personas longevas que sobreviven al resto. Y, repito, aunque tengan compañía física de otros, se sienten totalmente solos. No es cuestión de cantidad de gente, es ausencia cualificada de relaciones de afecto, esto es, de ese sentimiento único que generaban esos seres y que nada ni nadie pueden llenar.

¡Qué dura es la soledad! Sólo Dios podría consolar tan desolador momento y llenar ese humano vacío. No es fácil. Se dice sin más, mirando desde la barrera, pero solo se entiende cuando se vive. Cuando solidariamente, silenciosamente, se acompaña a quien está afligido en el alma. No hay mucho que decir. No hay consejo que valga. No hay remedio halo u homeopático que sirva. Es una profunda experiencia interior, inenarrable, indescriptible, para muchos incomprensible. Ahí sí que la oración de la doctora Teresa cobra todo su sentido: “Nada te turbe, nada te espante. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”. ¡Amén!

Auto réplica

Agradezco a mis pacientes lectores su tiempo con mis escritos y, sobre todo, su actitud respetuosa y crítica cuando lo han juzgado oportuno.

Respecto de lo que escribí hace 8 días, creo que todos estamos de acuerdo que la ordinariez no va con nosotros, que hay que respetar a las personas no solo por el cargo que tienen sino también, y principalmente, por su dignidad como seres humanos. El respeto es un valor apreciable y nos lo merecemos, repito. Pero es verdad también que el respeto se gana, no por el simple hecho de tener el poder o porque se tiene el uso o el abuso de la fuerza, sino por ascendiente natural y porque se gana, insisto.

Ahora que nuestro Papa Francisco anda por Canadá caigo en cuenta de que nuestro Pontífice, viejo y cojo, ha ido a poner la cara y pedir perdón porque la Iglesia de la que es su líder máximo, en franco abuso de su autoridad, irrespetó por muchos años la población indígena y decenas de sus representantes atropellaron de diversas maneras estas etnias originarias. Una vergüenza inocultable que debe ser reparada y nunca repetida. Agradezco a Dios por Francisco, por tener coraje y cojones, además de humildad, para no eludir la responsabilidad frente a tan dolorosa página de la historia.

Así las cosas, volviendo sobre lo que pasó en el recinto del Congreso, reprochable en sus formas, sin embargo, tiene objetivamente, entre otras, las siguientes razones que explican lo sucedido:

Quienes hace cuatro años se quedaron esperando que el presidente escuchara su réplica, ahora procedieron de la misma manera.

Quienes posesionaron al presidente actual denigraron del gobierno Santos con un discurso que con retrovisor puesto dio pena ajena y nos hizo sonrojar ante todo el mundo por su odio recalcitrante y bajeza, expuestos en el día y lugar equivocados.

Quienes por años han sido vulnerados, ignorados, avasallados, oprimidos, violentados, desaparecidos, asesinados, esta vez levantaron su voz, una voz que en estos años fue ignorada.

Quienes soñaron con la paz y creyeron que la habían alcanzado, espantados vieron cómo quisieron hacerla trizas, con un discurso externo que cacareaba apoyo, pero internamente mostrando otra cosa.

Quienes marcharon por días enteros buscando una cita con el jefe de Estado, fueron ignorados por días por su presidente y tuvieron que regresar a sus cabildos sin lograrla. Se sintieron maltratados.

Quienes salieron a protestar a las calles porque el injusto sistema económico los iba a asfixiar con una nueva reforma tributaria, nunca fueron convocados a la concertación y el diálogo y encontraron en marchas y revueltas su única salida. Si las cosas se salieron de madre fue porque no le dieron importancia a una protesta social que la requería.

Quienes vieron asesinar a sus líderes sociales día tras día, mes tras mes, y nunca escucharon siquiera una palabra empática y comprensiva, y sienten que sus muertes quedaron impunes.

Quienes trabajan por la paz, los derechos humanos y la búsqueda de la verdad, pero son estigmatizados de comunistas, guerrilleros disfrazados de civil y son señalados para convertirlos en objetivos militares.

Quienes oímos un balance de gestión con cifras y datos engañosos que no corresponden completamente a la realidad.

Quienes uniformados desfilaron esa mañana del 20 de julio frente a las principales autoridades civiles y unos comandantes suyos dedicados a charlar, tomarse fotos, darles la espalda y dejar la tarima vacía sin haber concluido el acto.

El que pida respeto que respete. Y eso es lo que nos va a tocar hacer si queremos que esto cambie. Alguien tiene que tomar la iniciativa, alguien tiene que dar el primer paso, alguien tiene que poner la cara, alguien tiene que parar esta andanada de grosería en las redes sociales y por los medios, insultando, calumniando, incitando a violencias de todo tipo: política, de género, religiosa, intrafamiliar… Será la única manera de que evolucionemos como sociedad civil y maduremos como personas en nuestra capacidad de relacionarnos con los demás.

Ordinariez

Eso es, vulgaridad, falta de educación, grosería, bajeza… y fue lo que vimos este 20 de julio en la instalación del Congreso de la República.

Los padres de la patria, como en algún momento los llamaban, esos que hay que decirles honorables y que se ganan un envidiable salario descansando varios meses al año, que tienen una reputación por el suelo y son sinónimo de los peores males que agobian a nuestra patria, esos mismos que no quieren trabajar más tiempo y que engavetaron la ley anticorrupción contrariando la voluntad manifiesta de una nación esquilmada, parecieran no escarmentar frente a la pésima imagen que tienen con la mayoría de los colombianos y por eso esta semana, buen número de ellos, se propusieron lucirse en vivo y en directo ante todo el país con su comportamiento vergonzoso, pelando el cobre en un hecho inédito que ha generado pena ajena.

Y no solo me refiero a los señores de la oposición del gobierno saliente sino, también, a los que posan de más mesurados, pero conversan con otros, hablan por celular, se distraen en su computador, se levantan de sus curules y pasean orondos por todo el recinto, cuando no duermen, entre otros vergonzosos cuadros. A mí me espanta ver que en tanto uno de ellos habla, nadie lo escucha porque todos, incluidos los miembros de la mesa directiva, se ponen a hacer cualquier otra cosa. Caótico.

El Congreso nuestro, elegido popularmente, no es otra cosa sino la expresión misma de los electores que ven en ellos sus mejores representantes. Tal para cual. Nuestra educación deja mucho que desear y por eso no hay que sorprenderse demasiado. Estamos cosechando de lo que hemos sembrado. No se le pueden pedir peras al olmo.

El presidente de la República, independientemente de que nos guste o no, que sea o no de nuestro partido político, que lo haya hecho bien, regular o mal en su gestión, merece respeto. Si la máxima autoridad de la nación es tratada de esa manera, ningún ciudadano de este pueblo nuestro se sentirá obligado a respetar a nadie. Ni a sus padres, ni a sus profesores, ni al jefe, ni al policía, ni al alcalde, ni a ninguno que pueda ostentar alguna autoridad, representatividad o liderazgo. Así las cosas, caminamos por la ruta fácil hacia la anarquía.  Siembra vientos y cosecharás tempestades, no gratuitamente nos advierte el adagio.

Lo que yo había entendido y visto hasta ahora desde que tenemos presidente electo era que se quería un gran diálogo nacional, abierto, franco, directo, constructivo, respetuoso. El país dividido no necesita que se le eche más leña al fuego, sino que haya gestos y acciones concretas de reconciliación e incluso perdón para lograr el cambio. Es verdad que de parte y parte hay muchas heridas abiertas, pero, a decir verdad, no creo que se curen mucho echándoles limón y sal. El legislativo es un espacio de debate nacional con argumentación y altura conceptual, no con gritos vulgares y groserías. Y esto va para las recalcitrantes derecha e izquierda que nos tienen hartos de sus estrategias rastreras del todo vale para conseguir sus propósitos. Hola, dejen esa ordinariez, ¡Ya no más!

Vientos de recesión

No estamos en Egipto, pero pareciera que sus diez plagas han llegado a nosotros en nueva presentación:  

* La violencia bipartidista de los 50 que desangró nuestros pueblos y campos;

* la pobreza creciente en la mayoría de nuestra población que ha generado una brecha social infranqueable;

* un deteriorado sistema judicial golpeado por la ineficiencia y la impunidad;

* la salud que no llega a todos y que hay que demandarla judicialmente para que preste sus servicios;

* el muy bajo nivel académico de la educación básica y media tanto pública como privada y un acceso limitado a la educación superior;

* desempleo en tasa de dos dígitos o salarios bajos y no siempre cumpliendo con todas las obligaciones legales laborales;

* narcotráfico floreciente que permeó todas las instituciones lavando con su dinero fácil y doblegando con el poder de sus fuerzas a buena parte de la sociedad;

* corrupción generalizada en todos los ámbitos: hay que sacar tajada en todos los negocios y obtener el porcentaje ineludible del CVY (cómo voy yo);

* grupos guerrilleros diversos que inicialmente buscaron el cambio social y luego se convirtieron en lucrativos negocios con vacunas, extorsiones y secuestros para terminar como traficantes de droga;

* grupos paramilitares y de autodefensa que ante el vacío de autoridad del Estado buscaron defender a la inerme población civil y resultaron siendo delincuentes de baja estopa, asesinos masacradores, terror de las zonas por ellos influenciadas con la anuncia de las autoridades que los consideraron sus mejores socios.

* Politiquería descarada que se mimetiza acorde con el que tiene el poder de turno y vende sus principios a cambio de prebendas económicas, importándole un bledo la causa por la cual existen.

Y ahora, como si todo lo anterior no fuese suficiente: recesión económica. Es verdad, aún no declarada oficialmente y ojalá no llegásemos a ella, pero que muestra signos preocupantes agudizados por una pandemia cuyos efectos se prolongan en el tiempo. Materias primas escasas, escasez de contenedores para transportar productos; la nefasta guerra que Rusia le declaró a Ucrania, indudablemente con pretensiones económicas; devaluación de las monedas nacionales frente a un dólar que se dispara de manera inédita; niveles de inflación de más de 9 puntos en Estados Unidos que repercuten en todas las latitudes: por lo pronto aquí en Colombia es aterrador el efecto en la canasta familiar con incrementos del 50 %, 70 %, 100 % y que directamente golpea a los más pobres de nuestro país; tasas de interés altas que no lograron frenarla; rendimientos financieros negativos; incertidumbre generalizada aún dentro los expertos ante realidades impredecibles.

Grandes retos deberemos afrontar en los próximos días y meses, ojalá no años. Nos tocará mirar más allá de nuestras propias narices; nos tocará pensar en grande y sin egoísmos; nos tocará dejar a un lado las pasiones políticas si queremos salir adelante pensando en el bien común; nos tocará buscar estrategias de choque con medidas inicialmente duras pero cuyo positivo efecto pueda verse luego; nos tocará ser austeros y apretarnos el cinturón a quienes hemos tenido modo para ser solidarios con quienes ahora estarán en situaciones críticas. Vientos de recesión se ciernen sobre todos y hay que estar preparados.

Ágera contra

En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio, plantea una conveniente estrategia para frenar en seco la posibilidad que tenemos de obrar mal a sabiendas que así lo estamos haciendo: el “ágere contra”. Si el objetivo del itinerario que propone es “ordenar la vida”, de lo que se trata es de liberarse de los afectos equívocos que uno tiene y para eso “hacer lo totalmente contrario” es realmente eficaz.

Dejo de hablar en parábolas y voy al grano: de lo que se trata es de dejar de atizar el fuego y darnos la oportunidad de construir, en cambio de radicalizar las divisiones que en este país han alimentado el conflicto y las confrontaciones en todos sus matices.

Más claro todavía. Pasada la campaña electoral, conocida la voluntad popular y elegido ya el presidente, deberíamos mirar hacia adelante, con prospectiva de futuro, con proactividad y con ganas de que las cosas mejoren para todos. De lo que se trata, repito, es de construir, de cambiar para mejorar, de echar pa’lante y de que las cosas evolucionen bien para el país y su gente.

Yo no sé ustedes, pero yo “estoy mamado” de la polarización política y de que se perpetúen los odios, las retaliaciones, los conflictos eternos entre el pueblo raso que es capaz de matarse hasta el desangre total, en tanto la clase política, con sus camaleónicas virtudes, mueve los hilos a discreción y a su antojo, se mimetiza y se acomoda para su propio beneficio.

Hay gente patológicamente enferma. Así sea de día, afirman que es de noche. Se resisten a aceptar las verdades evidentes llevados de sus tercos pareceres y radical contumacia. Cargados de rencores, envenenados en sus almas, no pueden reconocer nada nuevo y bueno en quienes han sido sus tradicionales enemigos. Anhelan la violencia, desde la verbal hasta la de las armas, porque les resulta ser un productivo y hasta lucrativo negocio. Son ciegos, sordos y mudos y quieren conducir este país al abismo del caos, la radicalización del conflicto y la destruccion, paradójicamente usando un discurso de preservar la institucionalidad, garantizar la libertad y el orden y dizque buscar el bien común.

Cuando el ambiente ha sido de zozobra, cuando la ansiedad y la incertidumbre han reinado, cuando muchos quisieran salir corriendo, huyendo de esta crítica situación y de un contexto realmente complejo, el “ágere contra” precisamente es hacer lo contrario, esto es, darnos el beneficio de la duda, dar la oportunidad al contrario de demostrarnos que puede hacer las cosas bien, sembrar esperanza, apostarle a la vida, calmar la angustia y el estrés, apostar por un mejor mañana, ayudar a construir, quedarse para colaborar y empujar hacia un futuro promisorio y ser capaces de dialogar y reconciliarnos. Lo que he visto en estos días me da pie a pensar que sí es posible, que las mezquindades personales pueden superarse en aras del bien general, que es hora de darnos nuevas oportunidades, que el país no aguanta más inequidad y miseria, que es hora de que las cosas sean distintas.

Los enemigos de la paz y la reconciliación critican a un Uribe dialogante y sensato, a un Hernández que renunció a incendiar los ánimos, a un Petro que escoge gente cualificada como ministros. El “ágere contra” es pasar la página y escribir una nueva historia. Es decisión nuestra inaplazable si de veras no queremos más desgracias de las que ya hemos tenido. Por lo menos yo le apuesto a eso.

Tres satisfacciones

Después de un tiempo de ansiedad e incertidumbre, tres alegrías diversas he experimentado esta semana: la 17ª estrella de Atlético Nacional, el informe final de la Comisión para el esclarecimiento de la verdad y el acuerdo nacional que el presidente electo quiere construir con los diferentes sectores políticos.

La estrella. Hincha del verde he sido desde cuando tenía siete años y era un equipo que solo tenía una estrella (la de 1954) y estaba de 12 entre 14 en la tabla de posiciones. Me ha tocado vivir su segundo campeonato en 1976, época en la que descollaban figuras como Raúl Ramón Navarro, Carlos Miguel Diz, Gerardo «el Mono» Moncada, los hermanos Campaz (Víctor y Teófilo), Francisco Maturana y el inolvidable goleador Hugo Horacio Londero, entre otros. No fui, pues, un hincha producto de la primera Copa Libertadores ni de la buena racha del Rey de copas. He padecido los tiempos difíciles en los que los carteles se infiltraron descaradamente en el fútbol y aquellos en los que su jugar mediocre nos puso a sufrir. Mi mayor orgullo fue haber hecho parte del comité asesor del comité ejecutivo del equipo, conocer personalmente a mis ídolos de niño cuando el equipo cumplió 60 años y disfrutar en el Atanasio la conquista de varias estrellas. Después de 5 años de obligados y traumáticos ayunos, por fin la 17 y frente a un gran rival que nos tenía acomplejados. Falta pelo pal moño para evidenciar nuevamente el talante y jerarquía como la que se alcanzó con Oswaldo Juan Zubeldía o Óscar Héctor Quintabani, para citar solo dos de sus mejores directores técnicos. Primera gran satisfacción de esta semana.

La verdad. Sabemos todos que nadie la tiene completa y por eso había que escuchar las verdades parciales de los actores de la guerra y de las víctimas. Nunca se conocerá la verdad completa, pero nos hemos aproximado bastante. Hay quienes han colaborado para su esclarecimiento y otros que, obcecadamente, se han opuesto a que se conozca. Debe ser porque la verdad duele, la verdad es incómoda, pero como decía el filósofo, la verdad es la realidad de las cosas. Por eso la doctora de Ávila hablaba de que la humildad es verdad, porque se trata de ver las cosas como sucedieron, como son, sin exagerar por exceso o por defecto, ni más ni menos. Mi hermano Francisco de Roux, con quien vivo en la misma comunidad, ha liderado un trabajo titánico junto con los otros miembros de la comisión. De felicitar no solo por la seriedad que han querido imprimirle a tan delicada tarea, sino por la fortaleza moral para aguantar tantas calumnias y tantos insultos. Para que este país madure democráticamente, tendremos que aprender a escucharnos con respeto, a debatir con argumentos, a superar la visceralidad con la razón, a tolerar la diferencia, a reconocer las propias limitaciones, a superar los dogmatismos que no es lo mismo que claudicar en los principios. Tarde que temprano la verdad saldrá a flote y ojalá no sea muy tarde pues hay que construir país por encima de nuestras propias mezquindades.

El acuerdo nacional. Tengo que decirlo honestamente. Me ha sorprendido la talla de estadista del presidente electo. Me resulta grato, ya lo dije en mi anterior escrito, su llamado a la reconciliación. Ya no estamos en campaña, ya no es cuestión de populismo. Una lección de democracia ha sido su encuentro con el expresidente Uribe y el tono de la conversación que deja abierto un canal de diálogo. Me ha admirado gratamente el reconocimiento unánime de su mandato. En un país polarizado por años en el que se esperaría un malestar indescriptible por su elección, veo que la gente quiere apostarle a una nueva etapa de país, soñar algo que no sea más de lo mismo. Quisiera creer que lo que he visto esta semana no un colinchamiento oportunista en el bus de la victoria, sino el deseo sincero de darnos una nueva oportunidad como país. Ni Petro ha sido arrogante con su triunfo, ni sus detractores han dado muestra de ser ciegos obtusos, salvo vergonzosas excepciones de odios recalcitrantes que el expresidente enmarca en la pluralidad de su partido y de ese uribismo del que él mismo se declara curado. Creo que todos estaremos atentos a apoyar lo que nos haga avanzar como país, lo que busque equidad y justicia social, lo que construya patria, estado y nación, lo que nos permita a todos buscar “vivir sabroso” porque estamos en paz superando males perversos que tanto daño nos han hecho como el narcotráfico y sus secuelas, la corrupción con sus tentáculos destructores; la pobreza y el hambre que agobian a millones. Ojalá lo logremos.

Al nuevo presidente

Ha llegado usted por fin a la presidencia de la República después de luchar muchos años por lograrlo. Lo ha conseguido con un amplio margen de votos de tal manera que su opositor, con un número muy significativo de votos también, no ha tenido problema para reconocerlo y con ello respetar el veredicto popular en las urnas.

Ese discurrir pacífico de la jornada electoral, a pesar de la campaña bastante turbia, por decir lo menos, que hemos vivido, me ha hecho sentir orgulloso de mi país. Primero, porque la participación ciudadana crece y la abstención disminuye. Segundo, porque esta democracia nuestra, considerada como una de las más sólidas del continente, así lo ha ratificado. Se ha tenido una jornada en bastante paz y se han respetado los resultados. Tercero, porque nuestra institucionalidad es fuerte, a pesar de las debilidades de quienes están al frente de ellas. La Registraduría hizo su trabajo en el tiempo previsto. La Presidencia, la Iglesia, los gremios, los mandatarios extranjeros que felicitaron el triunfo, colaboran para el proceso de transición y quieren que a usted le vaya bien.

Es verdad, usted suscita resistencias, prevenciones y miedos. No tanto por ser exguerrillero, como infelizmente esa revista lo calificó, sino porque usted ha sido cabeza protagonista de la polarización política que ha fastidiado a nuestro país estos últimos años. Porque siendo un excelente congresista no fue tan exitosa su alcaldía, por ese carácter autócrata que espantó a amigos y colaboradores cercanos, y por algunas decisiones caprichosas y poco felices, como esa compra de obsoletos carros de la basura, por citar solo un ejemplo.

Sin embargo, personalmente tengo que reconocerle su sensibilidad y sentido social frente a los excluidos y marginados. Me consta que usted quiso erradicar el hambre subsidiando mercados. Vi muchas caras felices de pobres miserables por fin tener algo de comida digna. Eso me conmovió. Lo que falla es la estrategia asistencialista que regala el pescado, pero no enseña a pescar y sobre todo genera pasividad y dependencia, consume millonadas del erario, pero no soluciona de raíz el problema social.

Al momento de escribir estas líneas usted no había definido su equipo de colaboradores más cercano. Esa decisión es clave. Usted tiene que rodearse bien, de los mejores, si realmente quiere dejar huella y pasar a la historia. Hay politiqueros tóxicos muy cerca de usted que le hacen daño y que es mejor que estén al margen del gobierno ejecutivo. Usted tiene en sus manos la oportunidad única para demostrarle al país que la izquierda puede hacer un buen gobierno, superar esas desgracias que nos han destruido por años y evidenciar que no son más de lo mismo, propósito que hasta ahora no lo han podido cumplir.

Si a usted le va bien, a todos nos va bien. Su discurso el día de las elecciones mostró su mano tendida a todos para construir país, reconciliarnos y darle rienda suelta a la política del amor y el vivir sabroso, como dice Francia, su fórmula vicepresidencial. Lástima que no las hizo más explícitas para descalificar esas acciones bajas que quemaron a contrincantes suyos en plena campaña, cuando se dieron a conocer bochornosas evidencias de tan ruin comportamiento. Hubiese demostrado ahí su talante ético al tomar distancia de todos esos oportunistas que se subieron en su bus de la victoria, ya lo han demostrado, seguramente para dejarlo abandonado más adelante. Son dinámicos, camaleónicos y traicioneros de principios y valores.

Ojalá en su mandato ejercite más el escuchar que el hablar. Largos y pesados discursos no es lo que queremos, sino una excelente administración con efectiva gestión. Usted puede tener excelentes ideas, pero no se imponen a la brava, sino que cautivan y seducen cuando apuntan al bien común.

Deseo que le vaya bien a pesar de la oposición ya declarada de sus enemigos políticos. Usted sabrá respetarlos como lo hizo en aquel debate con el senador Mejía cuando le dijo que usted sobraba en el Congreso y usted le respondió diciendo que en cambio él sí era necesario. Las retaliaciones, revanchismos, venganzas y el retrovisor no son la estrategia acertada para conseguir la paz. Es el tiempo del cambio verdadero, venciendo a quien lo odia con amor, como lo practicó Luther King.

Todos los colombianos estamos a la expectativa. No nos defraude. Ni a los que votaron por usted, ni a los que nada esperan de usted y quisieran huir de este país. Repito, usted tiene una oportunidad histórica única para mostrar que las cosas pueden ser diferentes cuando se ejerce el poder con nobleza y grandeza. Ojalá nos sorprenda con decisiones acertadas y alentadoras. El país está muy mal y usted lo sabe. No podemos tener nuevas y fatales decepciones.  Es su turno, tiene lo que quería, entonces haga historia en esta nueva etapa que ahora comienza. Hágalo y hágalo bien.

Decepcionante

Tengo ya seis décadas y toda mi vida la he vivido en un país marcado por la violencia. Primero, la de los partidos tradicionales que tiñó de sangre nuestros campos y ciudades para hacer sentir la hegemonía liberal-conservadora. Bastante se hizo con el Frente Nacional al alternarse el poder durante 16 años. Bajó la matazón y pudimos comprobar que unos y otros eran la misma cosa y que con ese mano a mano se repartieron el ponqué. Hubo calma relativa pero no progresamos como deberíamos haberlo hecho. Las brechas sociales comenzaron a abrirse y nuevas violencias comenzaron a aparecer y cobrar fuerza: la guerrillera con sesgos ideológicos distintos, con iniciales causas nobles, luchaba contra ese Estado indiferente e indolente tras una sociedad más justa; la de la delincuencia común que comenzó a dejar de trabajar aisladamente para transformarse en bandas de crimen organizado; la paramilitar que se armó para suplir un estado ineficiente y permisivo que no ponía orden ni hacía cumplir la ley; la mafiosa proveniente del narcotráfico que comenzó a infiltrarse en todas las instituciones con su cultura traqueta del dinero fácil y mal habido y que logró desvirtuar las causas de izquierdas y derechas instalando un modo perverso de proceder: el todo vale.

Aquí estamos y somos producto de esa amalgama vergonzosa. Es un revuelto donde se hace imposible diferenciar quién es quién. Los que ayer se insultaban con saña, hoy se abrazan tiernamente. Los que ayer andaban juntos jurándose amor eterno hoy se declaran la guerra. En realidad, el país no importa, lo que cuentan son las ambiciones personales. De otro modo no se entiende lo que está pasando: un país descuadernado, con problemas estructurales muy graves, con una polarización política radicalizada. Tiene que haber mucha plata de por medio como compensación para querer dirigir este país. O contar con un masoquismo extremo o de verdad amarlo tanto para ofrendar la vida en tamaño holocausto.

Me resulta decepcionante el proceso electoral que hemos vivido. Dizque aparentemente se quiere el cambio. pero los de siempre, los mismos con las mismas, se han enfilado, alineado, acuartelado, en las “nuevas” propuestas para pernearlas con sus viejas mañas y no permitir avizorar algo distinto. La misma perra con diferente guasca, sentencia la sabiduría popular. Qué horror de campaña, qué nivel más sucio y bajo, qué ruindad y qué mezquindad. ¿Esos son los que van a dirigirnos este próximo cuatrienio? Después de despedazarse literalmente, quieren tender su mano con una rama de olivo para hacernos creer que es posible la armonía y la convivencia pacífica. Después de desacreditarse sistemáticamente se buscan para demostrarnos que son un gran equipo, idóneo y maravilloso. ¡A otro perro con ese hueso!

Gústenos o no, llegó la hora de elegir. Hay que participar. No podemos sustraernos de tamaña responsabilidad. Por el uno o por el otro, o si lo quiere en blanco, pero vote, manifiéstese, hágase sentir en lo que piensa, lo que quiere, hágalo conscientemente y con responsabilidad. No lo haga por despecho o con rabia, o porque las encuestas señalan en su tendencia, no lo haga porque toca votar por el menos malo. No vote contra sus convicciones. Se sabe que el voto en blanco no cuenta, pero se sabe también que es una descalificación contra las únicas opciones posibles. Y cuando se sepan los resultados y cuando ya estemos en el nuevo régimen, en vez de refunfuñar y maldecir pregúntese si aún estamos a tiempo para tener una mayor madurez política o si es demasiado tarde. Si decepcionante ha sido todo esto que estamos viviendo, más decepcionante será no haber tomado conciencia de la degradación a la que llegamos y haber seguido lo mismo, o peor. Como decía el otro: “¡Mi Dios nos coja confesados!”

La calidad hace la diferencia

Siempre he sostenido que la calidad no es un sello, ni una oficina, ni unas políticas para aplicar a procesos y procedimientos. Puede ser eso, pero sobre todo es un espíritu que anima, una actitud clave ante la vida.

Cuando por la pandemia aumentó el desempleo escandalosamente, la gente se lamentaba por ello. Muchos valoraron en ese momento lo que habían perdido. Fueron conscientes de lo que significa estar parado y con los brazos cruzados. Quedar sin trabajo, a la deriva, es una desgracia que no se le desea a nadie. Los ahorros escasean, las reservas se acaban, no hay con qué comprar nada, el hambre agobia, los pagos no dan espera, todo se afecta, pareciera la vida colapsar.

Debe ser por eso que me ofusca ver a la gente que tiene un empleo, pero le importa un bledo patear su lonchera, es decir, trabajando a media máquina, con desgano y pereza, pegados de un celular y abstraídos del entorno, haciendo las cosas con mediocridad… la queja es que es duro conseguir trabajo, que la situación está muy dura, pero cuando se tiene viene la acomodación y el apoltronamiento.

En contraste, qué satisfacción da ver a la gente con la camiseta puesta, haciendo las cosas con gusto y con pasión, trabajando juiciosamente, con responsabilidad y seriedad, ejerciendo sus profesiones plena y conscientemente, haciendo las cosas no porque toca o por rutina sino amando eso que hacen y haciéndolo bien hecho, con cariño, con calidad. ¡Ahí está la diferencia!

Hay empresas que se precian de tener sus procesos certificados en calidad, cumplen aparentemente con unos estándares, pero en realidad son pura fachada. Lo que cuenta no es tener un bello discurso sobre calidad, ni llenar puntualmente unos formatos, ni mostrar orgullosos unas estadísticas admirables. Lo que finalmente vale es que el usuario beneficiario, el cliente, esté satisfecho y se sienta bien atendido. Y, repito, eso no lo da automáticamente un reconocimiento, un certificado, un cartón. Eso se transpira en el ambiente, se contagia por ósmosis. Por eso es un espíritu, un carisma, una manera de ser y de proceder. Es una cultura organizacional que, obviamente, no se ha construido de la noche a la mañana, sino que se ha venido trabajando paso a paso, enamorando con esas actitudes que son reflejo de los principios y valores que la sustentan.

La calidad del producto para uno es muy importante, como también la calidad adelantada en los procesos que lo hicieron posible, pero lo es sobre todo la calidad humana que está detrás de todo esto y que resulta ser lo más importante, lo esencial, porque, finalmente, son las personas y no las cosas lo que realmente vale. Se podrán tener capitales relevantes, pero la calidad del capital humano es el mayor activo de cualquier empresa u organización, es su tesoro más valioso.

Carnicería

Los resultados de la jornada electoral del domingo pasado nos han dejado súpitos. Que ganara Petro en la primera vuelta no fue sorpresa, pero que Fajardo no obtuviera siquiera un millón de votos refleja que no hay perdón ni olvido por no haber tomado claramente partido hace cuatro años. Fico que se perfilaba de segundo, se desplomó al tercer lugar y, finalmente, de pronto, como volador sin palo, Hernández se convirtió en el contrincante de Petro para la segunda vuelta.

La arena política está ardiendo desde que se conocieron los resultados. Es un auténtico circo romano y los seguidores tanto del uno como del otro han salido literalmente a despedazarse en una carnicería inmisericorde. Esto está de alquilar balcón, dicen unos. Otros, prefieren saltar a la arena y contribuir al circense espectáculo. El objetivo no es ganar limpiamente y con altura. No. Se trata de destruir al contrario como sea. El poder es el poder y hay que conquistarlo a como dé lugar. Hay que escarbar el pasado y el presente, y hallar evidencias que destruyan letalmente. Las redes sociales están inundadas de mentiras, pero la gente no solo se las cree sino, que, además, las difunde para atizar los odios viscerales. El populacho está enardecido y enceguecido. Los que hasta hace pocos días eran enemigos a muerte, ahora se abrazan alineándose en las mismas filas.

La política es dinámica, se justifican. No importan las propuestas argumentadas. No. Hay que impedir que el otro gane, así después nos vayamos todos juntos al abismo. Eso se sabe, pero libre y conscientemente se elige el camino. Es increíble la inmadurez política y la nula formación de la conciencia crítica. Si sorprende el fenómeno en las masas manipulables, realmente desconcierta en las élites que se pensaba estaban formadas. El todo vale es la consigna. Yo no sé cómo va a hacer al otro día el que gane con lo que quedó del resto. Podrá tender la mano y mostrarse generoso, pero el abismo es infranqueable y se prometen cuatro años de feroz oposición. En tanto, el país sigue desangrándose ante la mirada complacida de los pescadores foráneos que recogen buena cosecha en río revuelto. Divide y vencerás. Fragmenta y fácilmente conquistarás.

Nos quedan 15 días y no estoy tan seguro de que la gente se siente a pensar responsable y sesudamente. Se trata de elegir al presidente de la República, no al payaso de turno, no al títere de intereses extranjeros. En juego está el futuro y decirlo no es un lugar común sino la escueta realidad. Si gana la izquierda no olvide que esta será su única oportunidad para mostrar que puede hacer un buen gobierno. Si lo hace no dudo que siempre estará como alternativa de poder. Si fracasa estruendosamente no tendrá ninguna opción por muchos años. Si gana el populismo de derecha, igual, o se rodea bien para gobernar no con bravuconadas e insultos sino con gestiones convincentes. Unos y otros lo saben. De lo contrario, volveremos a ver instalados en el poder a los mismos politiqueros tradicionales con las mismas mañas para quedarse otros 40 años. Se habrá desaprovechado esta ocasión única y feliz de ver un cambio real y efectivo. ¡Quedan 15 días para pensarlo bien!

Claridades

Llegó la hora de elegir a nuestro presidente. Felizmente estamos en una democracia y podemos hacerlo responsable y libremente, siguiendo el dictamen de nuestra conciencia. Llueva, truene o relampaguee, hay que salir a votar, es decir, a ejercer el derecho que como ciudadanos tenemos. Afortunadamente se permiten las diferencias y aunque en el ejercicio de la libre expresión se han dicho mentiras y ha habido maltratos e insultos, en un franco abuso de tal derecho, no hay un sistema dictatorial y opresor que nos impida participar porque toma las decisiones por nosotros.

Al llegar a este crucial momento, frase que parece de cajón pero que es totalmente cierta, en verdad nos estamos jugando el futuro de nuestra democracia. Por eso considero pecado mortal por omisión no ir a las urnas. No tendremos ninguna autoridad moral para luego quejarnos de los resultados, lamentarnos de lo que nos tocó vivir, si no nos hemos manifestado. Ganemos o perdamos, pero votemos. Votemos en conciencia y no caprichosamente o de modo inmaduro. Es verdad que “nos falta mucho pelo pal moño” en formación sociopolítica y de nuestra conciencia crítica, pero reprochable sería vender nuestro voto, traicionar nuestros principios y valores solo por la inercia de una tradición familiar, o porque las encuestas muestran una tendencia y hay que subirse cómodamente en el bus de la victoria. Se debe elegir después de conocer los planteamientos programáticos, pero eso prácticamente nadie lo hace.

Con el correr de los días uno va teniendo sus claridades y hoy les comparto las que voy logrando, invitándolos por supuesto a que ustedes tengan las suyas propias.

No envidio la suerte de Cuba, Venezuela o Nicaragua y no quisiera estar en un contexto similar. Si estos países están ahora como están, no es solo por culpa del fracaso del socialismo que los administra. Primero lo fue de un capitalismo indolente que exacerbó la pobreza y las diferencias sociales y que desembocó en revoluciones de final infeliz. Aquí nos espera un futuro parecido, repito, no por culpa de una izquierda ideologizada, cargada de comunismo, sino porque la derecha prepotente cargada de capitalismo neoliberal le importa un bledo el hambre, el desempleo, la falta de salud y de educación, la inseguridad y la campante corrupción.

Observo a los diferentes candidatos y me pregunto por sus hojas de vida.

Su formación académica es un elemento importante, pero sobre todo su gestión y los resultados obtenidos, además de su trayectoria política y experiencia de gobierno. Me pesa mucho su talante personal y sus calidades humanas. Me dice mucho aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres”, es decir, de quién está rodeado, cuáles son sus socios políticos, qué está transando a cambio de votos. Muy importante su actitud ante sus contrincantes, la manera cómo afronta la feroz oposición.

Un presidente que maneje situaciones de crisis es realmente recomendable. Los problemas sociales y de orden público no se solucionan a punta de Esmad. El mandatario saliente perdió la oportunidad de oro servida en bandeja para lucirse como estadista convocando un diálogo nacional amplio y directo con los actores del conflicto. Se perdió la feliz ocasión para establecer mesas de conversaciones multipartidista, plurales, con todos los líderes de los diferentes sectores. Esto no se arregla echando plomo sino apuntando a la solución de fondo de nuestros problemas. Se necesita un líder empático que escuche los clamores populares y que simultáneamente tenga bien agarradas las riendas de una nación desbocada.

Miren muy bien, por favor, por quién van a votar. No boten su voto. Su opinión cuenta, su sufragio vale. En medio de estas incertidumbres nebulosas y de un panorama tan sombrío, no podemos equivocarnos. Esto no puede seguir siendo la patria boba. O salimos adelante o de veras esto no tiene futuro. ¡Qué Dios nos ayude!

Cierto olor a podrido

Algo huele mal en nuestra sociedad, decía José Luis Martín Vigil en ese ya clásico literario. Parafraseándolo en nuestro contexto, diría yo, algo huele mal en nuestra sociedad colombiana. ¿Algo? Bueno, ¡tal vez todo!

La descomposición política que estamos presenciando con ocasión de la campaña presidencial es apenas un reflejo de lo que en realidad estamos viviendo como sociedad. Insultos, calumnias, infiltraciones, espionaje, mentiras, fake news, el “todo vale” con tal de llegar a la primera magistratura del Estado. ¿Con qué cara, con qué autoridad moral? Después de haberse despotricado directamente o por otros, de haberse descalificado, insultado, ofendido, ¿con qué cara va a salir el ganador a decir el día del triunfo que ha pasado el debate y que ahora será presidente para todos los colombianos y que buscará la unidad, la paz y la concordia entre todos? Primero nos masacramos, imponiéndonos a la brava y después nos tendemos la mano. ¿Habrá alguno medianamente avispado que se coma ese cuento?

Porque hemos llegado a tal nivel de degradación que se han abierto heridas profundas. Hay mucho dolor, resentimientos, odios, revanchismos, acumulados. La polarización no es solo ideológica ni se mueve en el plano de los debates de atrevidas propuestas programáticas. No es una confrontación partidista tradicional. Es ruin, miserable, rastrera, vergonzosa y muestra las mezquindades más sobresalientes. ¡Oye! ¿De quién o quiénes se rodean esos que nos van a gobernar un día? De qué baja ralea y maloliente estopa son los alfiles y peones de esas campañas. Un debate limpio y de altura es posible o ¿solo es una vana ilusión?

Ganarse la Presidencia de este país, tal y como estamos, propiamente no es el premio mayor. Quien gane, de entrada, sabe que tiene medio país en contra y que le espera un calvario de cuatro años de feroz oposición. No gratuitamente quienes por allí han pasado salen con sus cabezas encanecidas no propiamente con tinturas. Quizás ellos mismos se encarguen de embarrarla y den papaya para vivir los años más aciagos. Eso lo saben, pero, además de satisfacer egos, debe haber muchas ganas de estar en el poder para lograrse propósitos no siempre manifiestos. ¿El poder para qué? ¡Para poder! ¿Poder servir y contribuir al mejoramiento de las condiciones del país y de su gente? Jejejeje, bueno, para disfrutar el cuarto de hora y algo más. Sin duda que tamaña dosis de masoquismo no es ingenua ni desinteresada, algo muy atractivo debe haber desde que se busca a codazo limpio el asunto. Algo me huele mal, es cierto olor a podrido…

Merecido homenaje

Un amigo compartió con nosotros, por Facebook, la foto de dos mujeres, junto con un bello y conmovedor texto en la que una le rinde un merecido homenaje a la otra. No creo haber visto antes algo similar y por ello quiero exaltar tan hermoso y noble gesto.

Pues resulta que la homenajeada es ni más ni menos que la empleada del servicio, como decimos, que acompañó a esa familia por casi tres décadas y comienza a gozar de su jubilación. Los elogios y la sentida gratitud con abundantes detalles no se escatiman en cada frase. Les confieso que me emocionó mucho este acto que yo llamaría de grandeza espiritual.

Porque homenajes a mujeres, muchos. Comenzando por el que le hicimos hace poco a las mamás. El que le hace anualmente Cafam a las que sobresalen por su entrega a la comunidad. El que hizo en estos días Forbes al presentar las 50 mujeres colombianas exitosas. Hasta los diversos reinados de todas las especies rinden culto a la belleza femenina. Pero este del que hoy les hablo, es realmente inédito.

En ese régimen machista, excluyente y elitista, “las de adentro”, “sirvientas” y “mantecas”, como muchas veces escuché denominar a las “muchachas del servicio”, se miró con desprecio y desdén a estas mujeres. Supe de familias que buscaban en orfelinatos o iban a pueblos campesinos a conseguir jovencitas para luego esclavizarlas de sol a sol 24/7, con malas pagas (si era que les pagaban), sin ninguna clase de prestaciones sociales, objetos sexuales de maridos inquietos y de aprendices adolescentes en sus ritos de iniciación.

A Dios gracias no fue esa la suerte de todas. También he conocido familias donde esas mujeres fueron valoradas, respetadas y tratadas con dignidad. Esas “nanas” como también oí llamarlas, contribuyeron con las mamás en la tarea de educar a los hijos y se convirtieron en protagonistas importantes de la vida familiar. Sus ausencias fueron lamentadas y lloradas por quienes las quisieron e integraron en su vida hogareña. La de quien les he hablado hoy es una de estas.

En este mes de mayo, en el que rendimos homenaje a mujeres como la Virgen María, y a nuestras propias madres, qué bueno poder rendir un merecido homenaje a esas mujeres humildes, trabajadoras incansables que laboran en tareas de todo tipo, pero quienes a pesar de su importancia han sido invisibilizadas, ignoradas, olvidadas. La de los tintos, la lavandera, la portera, la cocinera, todas ellas, son seres humanos muy valiosos, cargados de historias de vida muchas veces, la mayoría de las veces, ejemplares.

Qué bello testimonio de nobleza y gratitud el de esta mujer que reconoce públicamente en una red social la cercanía, la fidelidad, la dignidad de quien ofreciera lo mejor de su vida a colaborar en casa con las múltiples tareas confiadas. Merecido homenaje que había que hacer. Dios bendecirá con creces todo lo que hagamos por los más pobres y vulnerables de nuestra sociedad, pues bien lo dijo: “lo que hicieron por ellos, lo hicieron conmigo”.

Madre solo hay una

Todos hemos escuchado alguna vez “mi mamá es la mejor mamá del mundo”. Cualquiera diría que tan radical expresión es una exageración producto del sentimiento agradecido que los hijos tienen por sus madres. No es un exabrupto, es la verdad.

Las mamás son lo más parecido a Dios mismo. Con razón Juan Pablo I, el Papa catequista, dijera que Dios es Padre, pero sobre todo Madre. Y que un teólogo de la talla de Leonardo Boff escribiera un libro sobre el rostro materno de Dios. No para sorprender con un matriarcado celestial sino para evidenciar que las madres son tan únicas y excepcionales que no es blasfemo afirmar los característicos rasgos de femineidad de nuestro Dios.

Este domingo celebraremos el día de la madre. Ese día, nuestros sentimientos hacia ella se alborotan. ¿Cómo no agradecerle habernos llevado nueve meses en su vientre y haber dicho sí permitiéndonos nacer y vivir esta vida?

¿Cómo no reconocer su amor por nosotros con todos sus trasnochos, sus sacrificios, su trabajo de todos los días, su ingente capacidad de servicio, sus caricias, su ternura, su fortaleza en la adversidad, su generosidad a toda prueba, su preocupación constante, su sonrisa sincera, su exigencia?

Puede uno estar ya viejo, pero las mamás lo seguirán viendo a uno como su niño. Que hay que cuidarse, que se abrigue que se resfría, que si ya comió, que mi Dios lo bendiga, que ojo con esa persona que no le conviene… Tienen ellas tal conexión eterna con sus hijos que ni los hijos mismos lo saben. Es como si el cordón umbilical ahora fuese inalámbrico o funcionase por WiFi. Se las pillan todas: si uno está triste o con un problema, si está enfermo, si le pasa algo. Poseen unas antenas increíbles y son medio brujas: no se les escapa nada, así uno no se los diga.

Decía un villancico que “quiso Dios ser niño porque allá en el cielo no tenía con quién jugar, porque allá en el cielo no tenía mamá” y por eso se buscó la mejor mamá del mundo, la más grande y también la más humilde, la más feliz y también la más sufrida, la más sencilla y también la reina y señora. A la incomprendida con un embarazo de origen extraño, la más sufrida a la hora del parto, la angustiada en su huida a Egipto, la preocupada de Caná, la golpeada por las humillaciones a su hijo y su posterior asesinato, la dolorosa ante el cadalso de la Cruz, la que mantuvo firme la unidad del grupo apostólico, la madre de la Iglesia…

Es verdad, madre solo hay una y somos lo que somos en gran medida por la impronta que ellas han dejado en nosotros. Las madres expresan la misericordia profunda de Dios que cree, comprende, entiende, excusa, es paciente, se sacrifica. Aman generosamente sin discriminaciones odiosas o distinciones, puede ser un hijo motivo de orgullo o la oveja negra y calavera, los aman por igual. Son definitivamente excepcionales, únicas. Por eso decimos, madre solo hay una. ¡Felicitaciones a nuestras mamás!

Redes sociales, entre el cielo y la tierra

En el mundo extraordinariamente rico de las comunicaciones humanas, ha evolucionado exponencialmente de modo sorprendente en las últimas décadas,

eso que llamamos redes sociales, esto es, un entramado de grupos humanos con intereses diversos y a la vez muy específicos.

Personalmente me he sentido atraído por ellas, pero no participo en todas ni con la misma intensidad. De hecho, este Facebook, en el que semanalmente escribo, la red más antigua, quizás, y también la más grande de todas, me gusta porque las personas en su mayoría se presentan con foto y rasgos principales de su perfil, publican fotos de sus eventos personales y sociales, se contactan privadamente a través de su Messenger y pueden expresarse y recibir reflejos sobre lo que publican. Hay de todo, pero generalmente hay respeto.

Pronto abrí cuenta en Twitter, pero tímidamente comencé a publicar tarde. Me atrajo el hecho de poder expresar en pocos caracteres una idea importante. Así era al comienzo, la gente se esmeraba por expresarse bien y de forma clara, directa y elocuente. Creí que era para debatir de modo inteligente. Descubrí también que, si uno no “trinaba” con frecuencia, sería prácticamente desconocido y no podría tener muchos seguidores. Había que estar en la jugada y comentar los temas de actualidad. Me decepcioné cuando comenzó a ser tribuna de insultos y fakenews, y la gente empezó a publicar bobadas. Me preocupa que, ahora, con el nuevo dueño, se dispare la idea de que es un balcón donde todo el mundo pueda salir a publicar lo que se le dé la gana. Entonces correrá el riesgo de convertirse en una cloaca pestilente por su alto nivel de agresividad.

LinkedIn, es otra cosa. Es una red con perfiles más empresariales y organizacionales. Su nivel profesional y académico se ha mantenido propiciando contactos y conversaciones interesantes, acordes igualmente a las propias afinidades laborales de los suscritos.

Instagram es esencialmente para publicar fotografías de coyuntura. Me causa gracia contar con 535 seguidores sin haber publicado una sola foto. Encuentro que muchos publican dónde están, qué comen, por dónde pasean, con quién están y que mediante selfies se muestran cuál vitrina todos los días.

Me gusta de YouTube que uno encuentre en video muchos asuntos muy interesantes, bien elaborados y muy enriquecedores. Claro, también están los llamados youtubers, usuarios frecuentes que ganan plata publicando y cosechando likes, a veces con temáticas interesantes y otras con tonterías. Hay publicaciones geniales, pero también hay mucha babosada.

El WhatsApp es de uso casi que obligatorio. Fantástico conectarse en tiempo real con cualquier persona en cualquier lugar del mundo, ya para chatear, ya para enviar mensajes cortos tipo meme, ya para hacer videollamadas. Lo quisieron revaluar, pero no pudieron. Hoy es una red imprescindible.

Skype tuvo su auge para comunicarse por videollamada, pero las otras redes que han surgido luego han resultado con un perfil más rápido, completo y eficiente para hacerlo. Ya no la utilizo, la verdad.

Así las cosas, habiendo enunciado apenas algunas de las redes existentes en las que personalmente participo, veo unos medios muy versátiles y atractivos para crear relaciones, estrechar lazos, darse a conocer, hacer negocios, expresar lo que se piensa, es decir, crear redes de amigos en torno de intereses compartidos. Ese es su cielo. Pero también es cierto que pueden convertirse en un infierno donde se publique lo más bajo y ruin del ser humano, manipular estas herramientas para mentir, calumniar, insultar, destruir.

Las redes tienen una fuerza inconmensurable para bien o para mal. Son medios, son instrumentos. No son buenas ni malas en sí mismas. Su valoración moral está en el usuario que las emplea en una u otra dirección. Por eso exigen discernimiento de parte de sus seguidores, para no ser ingenuos, no comer cuento y no tragar entero, máximo en las coyunturas en las que nos encontramos.

Qué dura es la vejez

La soberbia de la juventud es mirar con desdén a las personas mayores y creer que se va a ser joven toda la vida. La fortaleza, el ímpetu, la agilidad, la belleza física, propias de los años mozos, son tan ciertas como efímeras. Pronto se acaban y se transforman en un abrir y cerrar de ojos, en debilidad, pérdida de lucidez, lentitud, acumulación de males y achaques.

Los obispos del Celam en Puebla decían en 1979 que la juventud no es una etapa sino una actitud ante la vida y yo creo que no les faltó razón. Hay adultos mayores con un espíritu chévere, lozano, alegre, siempre fresco. Y también hay jóvenes en años, pero bastante envejecidos, chochos, remilgados y mañosos. Es verdad, es la actitud. Pero también es verdad que los almanaques pesan, pasan y pisan duro. Y aunque el espíritu esté pronto, la carne es débil. El motor funciona bien, pero la carrocería se deteriora.

Esos mismos obispos cuando hablaban de los rostros sufrientes de Cristo a nivel continental también aludieron a los “rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen” (Cfr. #39) Y también tenían razón. En este contexto donde todo es desechable, para esa sociedad consumista uno ya es “viejo” después de los 35. La trágica paradoja es que la expectativa de vida aumenta a punto de afirmar que quienes hoy están naciendo llegarán fácilmente a los 100 años. Muy bonito, pero ¿en qué condiciones, con qué calidad de vida?

En una de las experiencias del programa de formación y acción social de nuestros colegios, se invita a nuestros jóvenes a valorar a nuestros ancianos, tan aparentemente distantes en años, pero tan cercanos en la convivencia cotidiana, porque ya los abuelos y pronto los papás se encontrarán en esa situación. Se pretende sensibilizar y hacer tomar conciencia de que nuestros viejos son cúmulos de experiencia y sabiduría, sujetos de fragilidad, pero también cargados de ternura.

Como saben, mi mamá pasa de los 90 y qué duro ha sido para mí aceptar que ya no es ni puede volver a ser la misma de antes. Se va apagando como una velita, cada día es menos porque cada día aparecen novedades de salud, algunas tratables y otras ineludiblemente irreversibles. Con ella fuimos a visitar un familiar en un geriátrico y me conmovió profundamente verla a ella, mayor tan solo dos años, acariciarlo, consentirlo y ponerse a servirlo. A la par, me dolió en el alma ver a otros ancianos solos, tristes, abandonados por los suyos que literalmente los tiran y calman conciencia creyendo que con pagarle una mensualidad ya cumplieron su deber. Al menos corrieron con un tris de suerte, porque a otros literalmente los botan a la calle como si fueran estorbo y basura. ¡Qué insensibilidad, qué inhumanidad! El gatico y el perrito con los mejores cuidados y el abuelo tirado, relegado, olvidado. ¡A dónde hemos llegado!

Qué dura es la vejez, independientemente de lo aquí dicho. Qué bueno por aquellos que no tuvieron que padecerla en condiciones lamentables. Siempre será una alerta y un llamado de atención para ser considerados y misericordiosos con ellos. Un día nos tocará el turno y… no falta mucho.

Crucificado resucitado

Cuando terminé mi servicio como rector del colegio Javeriano en Pasto, el entonces obispo y siempre amigo, Monseñor Enrique Prado, me hizo un regalo que anhelaba yo tener: una imagen de Jesucristo en la cruz, pero resucitado, es decir, no un crucifijo tradicional que exhibe a Jesús clavado en cruz, sino un Jesús que, sobre la cruz, con los brazos abiertos, se eleva al cielo en actitud alegre y triunfante. En otras palabras, una preciosa síntesis teológica del misterio pascual, esto es, de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor.

Es una bella obra que no solo conservo cuidadosamente presidiendo la cabecera de mi cama, sino que, además, todos los días me recuerda ese misterio central de nuestra fe, esa realidad histórica y también teológica, ese devenir existencial e ineludible que nos toca a todos, no sólo como memoria de los días santos, sino como actualización cotidiana de una vida plena que pasa por el calvario. Porque, ¿qué simboliza esa imagen sino exactamente eso?

Nuestra vida está llena de agridulces. No todo es dulce, no todo es agrio. No todo es blanco, no todo es negro. No todo es triunfo, no todo es derrota. No todo es alegría, no todo es tristeza. No todo es vida, no todo es muerte. Nuestra existencia en una amalgama de todas esas realidades, por eso la vida toda hay que mirarla desde una perspectiva más amplia, más comprehensiva, para ser más realistas, más objetivos.

Jesús de Nazaret tuvo momentos exitosos como ese domingo de ramos en el que quisieron hacerlo rey. Su rating de popularidad estaba a tope, había sanado enfermos, había alimentado hambrientos, había resucitado muertos, había hablado y conmovido a muchos… pero ese mismo pueblo exaltado de alegría y emoción, a los pocos días, decepcionado porque Jesús no era el líder político que querían y cuando las cosas ya no salieron como antes, se transformó en un populacho enardecido que no tuvo reparo en gritar: ¡crucifícalo, crucifícalo! Y logró su cometido de llevarlo al cadalso de la cruz, un asesinato infame, después de un juicio ridículamente inicuo.

Es una lección de vida que debe ayudarnos a poner los pies sobre la tierra. Cuando estemos en los gloriosos, recordemos que hay dolorosos. Y viceversa. Al final, las cosas saldrán bien. No hay mal que por bien no venga. Es verdad que después del Domingo de Ramos viene el Viernes Santo, pero después de este, finalmente, llega el Domingo de Resurrección; esa es la alegría de la pascua.

El crucificado-resucitado que celebramos en estos días, es una actualización de ese misterio central de nuestra fe. No es una memoria nostálgica sino un constante llamado a darle sentido pleno a nuestra existencia. De este modo una vida plena es posible. ¡Felices Pascuas de resurrección!

Chambonadas

Esas tareas administrativas en las que ando, parecieran ser más bien las labores propias de un palacio del colesterol pues cotidianamente sofrío chicharrones, agarro papas calientes, lidio chorizos de problemas y cocino sancochos. Lo normal. 

Sin embargo, el asunto se complica más cuando aparecen las chambonadas, es decir, esas evidencias contundentes de la capacidad que tenemos por estas tierras de Indias para embarrarla deliberadamente haciendo las cosas mal. No entiendo por qué lo fácil hay que hacerlo difícil, por qué querer ganarse dolores de cabeza cuando las cosas podrían ser más amables. Por qué no hacer las cosas bien.

La gente hace las cosas mal, chambonamente, y después se sorprenden porque uno se embejuca. Y todo sale finalmente más caro para todos, se pierde credibilidad y reputación. Se pierde la confianza. Las cosas no serán lo mismo.

He conocido empresas dizque certificadas en calidad, pero que en realidad ostentan esos sellos solo como fachada. Hacen las cosas bien cuando se acerca la auditoría externa y hay que dar cuenta del cumplimiento (cumplo y miento) de las normas y de una serie de registros y de soportes de la supuesta gestión del día a día. Son entidades para quienes el asunto de la calidad es una moda, no un espíritu.

Podría traer a colación aquí muchos y muy variados ejemplos de lo que significa e implica proceder chambonamente. Experimentando esas “perlas” uno se pregunta, ¿por qué querer cobrar caro en una cotización u oferta mercantil y luego ahorrarse costos solo para ganar más?, ¿Por qué engañar a los clientes con productos de mala calidad?, ¿Por qué rodearse conscientemente de gente mediocre y poco o nada profesional para adelantar trabajos de responsabilidad?, ¿Por qué exponerse a demandas por incumplimientos y, peor aún, a tragedias que puedan generarse como consecuencia de haber hecho mal las cosas?

Lo ve uno en una prenda dónde le dicen a uno que es talla XL pero gastaron tela de M; en una empanada de carne pero que resulta siendo de papa; en una obra de ingeniería que no utiliza productos de alta calidad y no cumple las especificaciones contratadas; en una asfaltada de calle que dura pocas semanas; en un centro educativo que promete una oferta educativa que no cumple; en un taller automotriz donde colocan repuestos de segunda y los cobran como nuevos u originales; en una balanza alterada que pesa 200 gramos menos del kilo prometido; de promesas de campaña politiquera, que solo no cumplen lo prometido sino que hacen exactamente lo contrario…

Ustedes saben que la lista de chambonadas que nos toca soportar a diario es interminable. ¿Hasta cuándo?  ¿Será parte de nuestra idiosincrasia y habrá que resignarse?  O ¿será que algún día podremos hacer las cosas bien?

Carácter

Se supone que el carácter es el rasgo que de manera particular nos distingue permitiéndonos ser auténticos. Una persona falta de carácter es una persona que se deja manipular por otros sin tomar una posición definida. Una persona que tiene carácter es alguien que se muestra como es, independientemente de lo que los otros piensen o digan. Llama al pan, pan y al vino, vino.

Si algo repulsa es una persona voluble, cambiante, que se acoge a lo que digan los otros y no a sus propias convicciones, un camaleón que se adapta obsecuentemente según las circunstancias, alguien que quiere quedar bien con todos y no es capaz de tomar partido y mucho menos asumir sus propias decisiones con sus respectivas consecuencias.

En un contexto diplomático es políticamente incorrecto mostrarse tal cual se es, tal cual se piensa. Error craso decir eso que se piensa, sin rodeos, sin máscaras ni apariencias. Para muchos, no se ve bien ser claro, directo, asertivo, sincero. Es mejor guardarse lo que realmente se piensa y mucho más cómodo salir al corrillo a criticar en privado.  Más grave aún expresar los propios sentimientos, pues eso podría verse como signo de debilidad e inmadurez.  Se admira, felicita y premia a quien se reprime y calla, como si eso fuera una virtud.

Tener carácter es valorado por algunos, pero criticado por muchos. Es tan confortable aparentar… es bien recompensado callar… es la mejor manera de querer quedar bien con todos, evitarse dolores de cabeza y problemas, a sabiendas que querer agradar a todos termina en no poder agradar a ninguno.

Indudablemente nos genera total desconfianza alguien sin carácter, el veleta que se mueve al vaivén de los vientos de turno.  En la vida hay que definirse pues esa misma vida le pasa factura a los ambiguos.  Con razón el Evangelio dice que tu respuesta debe ser si o no. Y el Apocalipsis hable de que por no ser frío o caliente, por tibio, será vomitado

Tener carácter resulta costoso y pasa cuenta de cobro al rating de popularidad. Es duro, fuerte, bravo, de mal genio, exigente, dicen. Incluso algunos afirman que se es amargado. Mejor si fuera complaciente, si se reservara sus comentarios, si no fuera tan directo, si fuera más permisivo y laxo. Tiene su carácter, es templado. Mejor colorado una vez que pálido y baboso muchas.

En la vida, para un contexto como el que vivimos, se requieren personas de carácter. Que tengan las cosas claras. Con gente así uno sabe a qué atenerse, con quién se cuenta. Los grandes líderes son personas de carácter. Capaces de alcanzar logros y también de reconocer sus limitaciones. Se necesitan cojones para afrontar grandes retos y sortear circunstancias difíciles, como las que vivimos.

Y la Iglesia, ¡ahí!

Nuestra Iglesia, entiéndase no solo la institución sino principalmente ese pueblo de Dios que la conforma, ha dado de qué hablar desde su origen. Ayer y hoy es motivo de glorias y también de vergüenzas, de aciertos y errores. Mas sumando y restando siempre está ahí, como se dice, en la jugada de los momentos cruciales de nuestra historia.

Estos tiempos no son la excepción. Tenemos en Francisco un Papa que ha sabido ganarse la admiración y el respeto de los grandes y también del pueblo sencillo. Su liderazgo es indiscutible, así muchos en la propia casa no lo entiendan por esa libertad de espíritu y apertura a los desafíos de un mundo cambiante que le son característicos. El hecho es que de cara al actual conflicto ruso-ucraniano todos los días ha expresado su inconformidad por la guerra absurda y con el envío de dos de sus cardenales quiso manifestar su cercanía a las víctimas de la guerra que no han dejado de ser acompañados por sacerdotes y religiosos que decidieron estar ahí y no salir del país.

Francisco de Roux, presidiendo la Comisión de la Verdad, está precisamente ahí por ser un hombre de paz y un referente ético, sin embargo, ha sido blanco de ataques desde diversos sectores lo que hace prever que el informe que en su momento se presente no le va a gustar a nadie porque, claro, en este país de mentiras la verdad es dura, la verdad duele, cáigale a quien le caiga. Los unos esperan que culpabilicen a los otros y resulta que todos llevan del bulto porque unos y otros le han hecho mucho daño a nuestro país.

Lo ocurrido en la Catedral el pasado domingo solo lo entiendo como un acto de provocación. Los extremos se culpan de ser los autores intelectuales, pero el tiro les salió por la culata porque el comunicado del arzobispado no pudo ser más sensato. Desde la cuestionable decisión de la Corte sobre el aborto, están toreando a la Iglesia para que tome partido sectarista. Y creo que no lo van a lograr, así no falten curas politiqueros que abiertamente y para desconcierto de sus feligreses arenguen para un lado o para otro.

Pero no todo es color de rosa. Los escándalos de pedofilia han enlodado el excelente apostolado realizado por otros muchos, muchos más, que de forma generosa y comprometida han dado lo mejor de sí mismos al servicio de la gente. Sorprende y duele que sean tantos y que den de qué hablar, y sobre todo generalizar, como si esa patología fuese inherente a la vocación sacerdotal. ¡Qué daño han hecho!

Con todo, la Iglesia, nuestra Iglesia, santa y pecadora, seguirá estando ahí, en sus templos y parroquias, en universidades, colegios, hospitales y geriátricos, asistiendo búsquedas espirituales, acogiendo migrantes y desplazados, ofreciendo luces desde centros de pensamiento e investigación, atendiendo las urgencias de los más necesitados a través de bancos de alimentos y obras de asistencia social, acompañando todas las edades y condiciones sociales. Es decir, ejerciendo su carácter católico: para toda raza, lengua, credo, orientación sexual, opción política y condición social. Y la Iglesia, siempre estará ahí.

Conciencia crítica

Ni más faltaba pretender emular con este artículo, ni siquiera comentar, a Paulo Freire, quien nos enseñó a los educadores sobre este asunto. Tampoco a Joao Baptista Libanio quien ofreciera cursos y libros con unas buenas reflexiones al respecto. Recuerden, mis queridos lectores, que estos escritos de los viernes que comparto con ustedes NO son artículos académicos, sino de opinión y, por ende, no poseen rigor científico. Son solo pensamientos en voz alta sobre el devenir actual que vivimos y para ofrecer ideas sueltas que susciten, eso sí, reflexiones personales y diálogos, más de fondo.

En estos días, por ejemplo, me ha estado dando vueltas en la cabeza este asunto, porque en tiempo de elecciones se nos invita a votar en conciencia, es decir, con responsable y personal conocimiento de lo que uno hace. Y ciertamente yo no estaría tan seguro de que obramos así, sino que nos dejamos llevar de nuestras posiciones subjetivas, apasionadas y a-críticas, o sea, por la tradición familiar (aquí todos somos de tal o cual), o por lo que digan las encuestas, por lo que comenta la mayoría (y hay que subirse en el carro de la victoria), o por lo que dicen los periodistas en los medios, por el referente moral que tengamos, por lo que la tendencia va mostrando, por lo que el caudillo político del partido sale a defender… y eso lo único que evidencia de nuestra parte es falta de madurez política, falta de conciencia crítica.

Me enseñaron, y estoy felizmente convencido de ello, que debemos ser auténticos, es decir, ser nosotros mismos, esto es, pensar por nosotros mismos, hablar por nosotros mismos, actuar por nosotros mismos y no porque otros, tan queridos y generosos, pretendan hacerlo por nosotros. Claro que resultaría muy cómodo dejar que otros nos hagan ese favor, pero me parece absurdo renunciar o endosar a otros algo tan genuinamente característico del ser humano: su capacidad de pensar y de obrar por cuenta propia.

En últimas, la conciencia crítica nos invita a no tragar entero, a cuestionarnos inteligentemente con preguntas, a no dejarnos llevar como borregos, a usar nuestro cerebro, a no dejarnos manipular.

Esta recta final hacia las elecciones presidenciales en mayo, van a estar muy candentes, intensas, apasionadas. Ahí es donde debemos tomar distancia, dudar, cuestionar, preguntar, analizar, argumentar, debatir con razones y no únicamente con sentimientos. Si me preocupa la proliferación de “fakes news”, de mentiras descaradas disfrazadas de verdades, en verdad más me aterra la ingenuidad política, por no decir atrevida ignorancia, de nuestras grandes mayorías. Esas que finalmente deciden en las urnas no por razón y convicción personal sino llevadas de la nariguera por oportunismos de coyuntura y conveniencia o compradas descaradamente haciéndolas renunciar a su propia autonomía y libertad.

Hay que seguir educando para poseer una conciencia crítica. No hay opción si queremos que las cosas cambien.

Nuestro Congreso

Si hay una institución desprestigiada en nuestro país es el Congreso. Un ente bicameral muy numeroso, oneroso, poco eficiente. Sinónimo de corrupción, de mañas malucas, que se niega a cambiar a pesar de que la mayoría de los colombianos lo cuestionamos. Sin embargo, sigue ahí. Muchos sueñan con llegar allí y los que a él acceden no quisieran dejar tan lucrativo y cómodo trabajo: sesiones de martes a jueves y apenas durante unas horas, con derecho a buen sueldo, oficina, asistentes, vehículo, viajes, prebendas.

Algunos, noblemente aspiran estar allí para trabajar por los demás. Sin embargo, efectivamente, las deliciosas mieles del poder pronto los hace olvidarse de tan loables propósitos. Son pocos los que realmente sacan la cara, trabajando y mostrando resultados.

Si el Congreso no es mejor es porque con nuestra indiferencia y apatía de participar en lo político dejamos que otros decidan por nosotros. Pues bien, este domingo nos toca elegir quiénes lo conformarán. Si queremos renovarlo, en nuestras manos está escoger a los mejores. Se trata de un deber ciudadano indelegable, no endosable. ¿No nos gustan los actuales congresistas? Pues elijamos a conciencia, descalifiquemos con la no reelección a todos esos que son auténticos vividores, vagos irredentos, vociferantes parlanchines, politiqueros de baja estopa que compraron votos y engañaron incautos para ganarse la plata fácil y sin mayor esfuerzo. A los camaleones transfugistas que un día están con unos y al otro día con otros, decepcionando a todos.

Así como está el Congreso es un mal necesario, pero como demócratas sabemos que el Congreso es un bien necesario para un país saludable, si así decidimos que sea. Su importancia en una democracia radica en la representatividad y en la diversidad y pluralidad de sus miembros pues es el ágora donde se construye país debatiendo las mejores opciones. Por eso las dictaduras cierran el parlamento, porque no toleran el pensamiento divergente. Por eso se hace ingobernable un poder ejecutivo que quiere hacer de las suyas y choca de frente contra un Congreso que no es genuflexo.

Este domingo en las urnas tenemos una responsabilidad muy grande como ciudadanos: votar por los aspirantes a senado y cámara con quienes ideológicamente nos identificamos. Con las consultas internas de coaliciones y pactos sabremos quién queda en el cedazo para la contienda presidencial definitiva. Imperdonable no votar. Si tan aburridos estamos con los politiqueros, es nuestra hora para ir cambiando las cosas. Después no vale quejarse, refunfuñar, criticar y maldecir. Dejemos la pereza y la indiferencia pronunciándonos, haciendo sentir nuestra inconformidad y nuestro deseo de un estado de cosas diferente, más justo, más equitativo, más humano.

La plaga de la guerra

En Colombia nunca hemos dicho formalmente que estamos en guerra, pero sí que hemos vivido en conflicto armado durante 70 años. Para quienes vivimos en las grandes o medianas ciudades ese problema se ha vuelto paisaje, es decir, un fenómeno con el que convivimos cotidianamente y que no nos afecta mayormente. En realidad, quienes lo padecen y sufren están en campos y veredas de zonas apartadas, de modo que estrictamente hablando no conocemos en verdad lo que son los rigores de la guerra. A lo sumo son emocionantes realidades de películas en sagas y series. Quizás y también por esa razón nos hemos insensibilizado al punto de que lo que está pasando es una noticia más o un evento que se reduce a chistes, caricaturas y memes. Grave cosa.

La guerra que por estos días se ha iniciado con la invasión rusa a Ucrania es muy delicada para la paz global y efectivamente puede desembocar en una catastrófica tercera guerra mundial. Eso no es chistoso.

Nos está pasando lo mismo que hace dos años exactos, por estos días, con la aparición del COVID-19: es un asunto de los chinos que por acá no llegará tan fácilmente. Y llegó y nos ha tenido contra las cuerdas, con devastadores efectos que hoy día nos golpean. Eso que pasa en el este de Europa es un problema no resuelto entre dos naciones de la antigua URSS que por aquí no nos compete. No es cierto. Ya nos está afectando (exportación de ganado, importación de fertilizantes, afectación en mercados bursátiles, por ejemplo), pero somos tan tercos y necios que no queremos ver lo que es evidente.

Estamos ad-portas de una guerra mundial. Eso es una desgracia indeseable que me hace recordar las famosas plagas que padeciera Egipto. Ya tuvimos la de la pandemia, ¿será que ahora debemos padecer una segunda plaga, la de la guerra?

Con eso no se juega y aquí jugamos. Cual perritos falderos ladramos protegidos bajo las patas del bulldog, amenazantes mostramos los dientes porque nos sentimos respaldados por el tío Sam. No podemos controlar la seguridad de nuestras calles y el orden público en los campos, pero consideramos la posibilidad de enviar un contingente al frente de batalla. Tenemos unos avioncitos viejos, pero alardeamos con el portaviones que fondea en nuestras costas. Anunciamos sanciones que resultan ridículas. Jugamos a ser grandes san bernardos y solo somos unos chihuahuas. Tontos.

Lo que pasa en Ucrania no puede pasar desapercibido. Lo que sufre su pueblo nos impactará tarde que temprano. Por eso, con Mercedes Sosa hay que volver a entonar: “solo le pido a Dios que la guerra no nos sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente…” ¡Dios nos coja confesados!

Unos ganan, todos perdemos

Sucedió casi simultáneamente con el fallo de la Corte. Deyanira, nombre ficticio para esta historia real, me fue remitida el fin de semana pasado por una amiga para que yo la aconsejara porque estaba en una crisis muy profunda pues estaba embarazada, quería tener el bebé, pero su novio le exigía abortar si quería continuar con él. Ella lo amaba, pero no podía entender cómo le podía pedir algo tan absurdo. Llegué tarde. Ya había abortado. Su novio le dijo que seguir con el embarazo era perjudicar su vida para siempre, que eso no era amarlo, que él no quería ser papá porque tenía planes de estudiar en el extranjero, que se sentía el hombre más infeliz, etcétera. En el culmen de la confrontación, le dijo que la abandonaría, que no la amaba, que de seguro ese hijo no era suyo… Cuando ella accedió finalmente, obrando contra su conciencia, pero temerosa de perderlo, él volvió a ser tierno y cariñoso y le dijo que la acompañaría al procedimiento médico. El quedó feliz, ella quedó desecha.

Llámenme retrógrado, anticuado, conservador, católico medieval, oscurantista, anacrónico, lo que quieran, pero tengo que decirlo en conciencia: no estoy de acuerdo con el aborto.

Veo a cientos de manifestantes bailar de alegría por esta victoria jurídica con la sentencia de la Corte Constitucional y a la par el dolor y la congoja de miles que tendremos que aceptar ese despropósito. En apariencia han triunfado. En realidad, han perdido. Todos hemos perdido. La moral ha quedado por el suelo.

Embriagados por lo que consideran un paso adelante en la conquista de derechos para las mujeres que defienden la tesis de que con el propio cuerpo se puede hacer lo que se quiera, dicen admirar a Canadá pues es un país que tiene despenalizado totalmente el aborto de modo que se puede practicar en cualquier momento. Se enorgullecen pues somos un país muy avanzado que está a la altura de Inglaterra, Gales y Escocia donde se puede abortar el feto con seis meses de embarazo.

Como Deyanira, conozco decenas de casos de mujeres destrozadas emocionalmente por haber abortado. Se sienten egoístas, mezquinas, asesinas. De poco sirve decirles que Dios las ama y las perdona misericordiosamente. Cargan insoportablemente con su culpa. Y debo decirlo, detesto esos machos reproductores que engañan mujeres incautas, les endulzan el oído, las ilusionan y después de preñarlas como objetos sexuales las dejan tiradas. Por eso no entiendo a las mujeres sin educación afectiva, que tienen sexo sin protección, que se dejan embarazar de cualquiera y les importa un bledo abortar, como si nada.

Si como país estábamos mal, creo que ahora estamos peor. Tampoco me cabe en la cabeza que la sensibilidad exacerbada entre lágrimas proteste por el maltrato animal (causa noble de respeto por estos seres que comparto) y lo convierte en un grave delito, en tanto no ve problema en el aborto como derecho a asesinar un ser humano indefenso a pocas semanas de nacer. Eso lo que muestra es que estamos moralmente enfermos. Y no dudo de que pronto estaremos aprobando la eutanasia para quitarnos de encima a esos viejos improductivos y estorbosos. Como lo señalé en otra ocasión, corremos desbocados hacia el abismo.

Nuestra Constitución dice en el artículo 11 que “El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte.”, pero en realidad ya ha sido decretada. El aborto no es un derecho, es un homicidio. Lo dice José Gregorio Hernández, expresidente de la Corte Constitucional al criticar el fallo de sus colegas. Lo dicen los médicos espantados de saber que a los 6 meses está ya bien formado el ser humano.

Si tan dueños de la vida se sienten los proabortistas, otros podrían también, esgrimiendo el mismo argumento y con todo derecho abortarlos a la vida, porque no merecen vivir. De pronto protestan y dicen que, si quieren vivir, porque es muy fácil decidir por otros, pero no que les decidan a ellos. Un tal Putin por estos días y con otros pretextos está segando vidas humanas en Ucrania sin que eso le preocupe lo más mínimo. De seguro se siente ganador como estos nuestros; lo que no ha caído en cuenta es que con su supuesto triunfo todos perdemos.

Dar papaya

Con mucha gracia nuestra gente ha aumentado a 12 los mandamientos: el undécimo, no dar papaya. Y el duodécimo: no desperdiciar papaya. Y su colofón es: A papaya servida, papaya partida, papaya comida.

Un papayaso o dar papaya es un colombianismo que en realidad alude a una metida de pata o equivocación que da ocasión o da razón a otro para aprovecharse de esa fragilidad y obtener alguna ventaja.

Hay papayasos muy simpáticos que se prestan para una buena tomadura de pelo: son papayasos jocosos que nos hacen reír a carcajadas. Pero hay también papayasos infelices que a veces tienen un final desafortunado.

Los primeros se disfrutan en el círculo de amigos y conocidos. De los otros, de pronto uno los ve cuando va por la calle y estupefacto observa el sinnúmero de personas ingenuas que deambulan por ahí. Lo más triste es que estos personajes no acaban de aterrizar en nuestro planeta: parecieran marcianos recién desembarcados.

Por ejemplo, no entiendo al pelao que va con su celular de marca costosa charlando desprevenidamente por el andén, como si nada… ¿cuántas personas han matado por robarse uno de estos aparatos? Si se chicanea de esta manera, ¿por qué lamentarse luego? Le pasa igual al que exhibe joyas o prendas costosas en el lugar equivocado.

Me cuesta entender la joven adolescente que con su gran escote y corta falda se pavonea provocativa y provocadora alborotando hombres por doquier y después se queja de las miradas morbosas, acoso sexual y tocamientos.

Con rabia observo a ciertos peatones literalmente lanzándose a los autos en marcha con actitud retadora y como diciéndoles “atropélleme si quiere”. Luego, mueren arrollados por su imprudencia que no siempre les sale exitosa y resultan embalando al conductor que no tuvo la pericia para esquivar su atrevimiento. Esto pasa con ciclistas y motociclistas que serpentean por andenes y calles con riesgosa osadía, jugando con la que pareciera su aburrida vida.

Pasa también con aquellos que, por comodidad, o por la pereza de pagar un parqueadero dejan el carro en la calle y después impotentes lloran porque se lo robaron, los desvalijaron o le robaron una parte importante del vehículo.

Todos dieron papaya y hubo terceros que intencional o accidentalmente se aprovecharon de la ocasión. Objetivamente fueron situaciones que pudieron haberse obviado, problemas esquivados, dolores de cabeza evitados. Pero a nuestra gente le gusta las emociones fuertes, la acción intrépida y la aventura riesgosa. Hay que subir la adrenalina y dar papaya es insustituible. Habrá otros muy felices a la caza de los papayasos que les damos. Después no nos quejemos.

¿Y hoy sobre qué escribo?

Me ha pasado más de una vez. Hay semanas en las que uno tiene como cuatro temas sobre los que le gustaría escribir y otras en la que no se le ocurre nada.

En algunas ocasiones el texto está listo el miércoles y otras apenas a las 5:55 a. m. del viernes. Hay días en los que uno está inspirado y la pluma fluye y otros en los que uno está seco y no se le ocurre nada. Artículos que uno creería gustarían mucho por lo sugestivos y bien pulidos no tienen tanta acogida y otros de los que se espera poco, resultan llenos de likes. El artículo “Al meollo del asunto”, increíblemente viralizado, fue escrito una hora antes de su publicación.

Con ocasión del cumpleaños, más de uno me hizo saber que leía mis escritos. Muchas gracias. En realidad, mantener los viernes esta “columna” privada y destinada a mis amigos y conocidos no es fácil por lo que acabo de decir, no siempre hay tema, no siempre fluyen las palabras. Pero es también verdad que me gusta hacerlo, agradezco sus reacciones y comentarios y me alegra saber que esas líneas pueden servir de algo. Soy consciente de que hay temas complejos, difíciles, donde no siempre podríamos estar de acuerdo, pero siempre he agradecido el disenso respetuoso e inteligente. Es cierto que uno escribe con un propósito y no necesariamente para un público determinado. Por eso se corre el riesgo de gustar o no gustar.

Mirando hacia atrás las centenas de escritos, los encuentro muy variados en sus temáticas. Todos son de opinión y sin rigurosas pretensiones académicas. Son un collage de temas personales, religiosos, deportivos, políticos, educativos. Muchos sobre la coyuntura del contexto y otros de asuntos no tan perecederos. Siempre expresando mis personales ideas. Algunos con cierto toque jocoso, otros más serios, en todos confluyen tanto ideas como sentimientos.

No sé si escribir es un arte o solo una buena práctica, pero lanzarme a hacerlo ha tenido motivaciones externas. Comencé a hacerlo desde mediados del bachillerato en pequeños boletines de grupos juveniles, más adelante en el Mensajero del Corazón de Jesús y en El Catolicismo. Cuando inicié mi rectorado en el colegio Javeriano de Pasto, el entonces director del Diario del Sur, me abrió un espacio en la página editorial todos los miércoles. Al volver a Bogotá y durante muchos años dejé de hacerlo. En Medellín, quizás dos veces escribí para El Colombiano y más recientemente fue mi amigo Antonio Montoya quien me insistió enviarle semanalmente mis escritos para su blog de El Pensamiento Libre que ahora se llama El Pensamiento al aire. He escrito periódicamente editoriales y artículos en las revistas de las instituciones que he dirigido y también para libros y revistas de corte más académico sobre asuntos de educación y espiritualidad.

Esa disciplina ha sido tan interesante como exigente. Uno no escribe para sí, uno escribe para los demás. Y debe hacerlo con autenticidad, expresando lo que realmente piensa y siente, de manera conversada, es decir, suelta, sin demasiadas artimañas o protocolos, sin acartonamientos. Creo que van mejor así. Y bueno, ya vieron que como hoy no sabía sobre qué escribir, por eso escribí sobre el escribir en mi vida.

Seis décadas

Mi tío José murió de 59 años. Yo tenía 10 y lo veía bastante viejo. Ahora soy yo quien cumplo 60 y siento que fui injusto con él, porque en realidad no era viejo. Además, en lo que a mí respecta, todavía hay gasolina para otros 60.

El año pasado estuve en el taller y necesité revisión de motor por una falla eléctrica, pero hace dos días, en Medellín, el cardiólogo mecánico me dijo que estaba sincronizado y listo para un buen kilometraje adicional. Estoy un poco mal de llantas por el parqueo prolongado y me dice que debo salir de los pits y competir en pista. La latonería no está mal y no faltan interesados, pero no estoy a la venta. Espero cotizarme en la colección de coches antiguos. Que uno funcione después de seis décadas no es poco. Bien por los fabricantes. Les salió bueno el modelo 62.

No me puedo quejar de la vida. Como muchos de ustedes, he tenido una madre excepcional, amorosa y exigente a la vez, que a su prolongada edad sigue más preocupada por cuidarme que por cuidarse ella misma. Me contagió de principios y valores que no he terminado de asimilar. Respetuosa de mi opción de vida pudo haber sido posesiva y absorbente, y nunca lo fue, por eso a estas alturas me extraña que comience a llamar a todas partes para rastrear dónde estoy cuando me demoro diez minutos en llegar. No lo dice, pero se siente más segura conmigo cerca. De mi padre no hablo porque lo perdí a temprana edad y prácticamente no lo conocí. De seguro que mi carácter templado, disciplina y gusto por los asuntos jurídicos y políticos son su huella en mí.

Tuve una buena educación. Buenos colegios, buena formación. Eso es definitivo para ser uno quien es. Me gustó rodearme de gente mayor, para aprender de su experiencia como viejos lobos de mar. Sin ser amiguero, Dios me ha bendecido con excelentes amigos y familiares. Todos, ellas y ellos, saben que nos podemos dejar de hablar por años, pero cuando nos reencontramos retomamos la conversación como si hubiera sido ayer. No soy monedita de oro ni pretendo serlo, pues ante todo prima mi autenticidad, sin diplomacias ni expresiones políticamente correctas. Eso le fascina a muchos y otros lo detestan. Acuariano y tigre, sobresalen la lealtad y la sinceridad en la amistad, pero también la solitaria independencia. Afectuoso y consentido cuando lo acarician, el felino altivo ruge cuando le pisan la cola o lo molestan.

Nunca he buscado responsabilidades o reconocimientos. Han llegado solos y desde joven estudiante. Ha sido una escuela única para conocer la psicología humana con sus grandezas y mezquindades, primero como laico y luego como jesuita. La envidia, lamentablemente, se ha suscitado, nunca sentido. No hay ni ápice ni pizca de razón para ella.

Mi vocación de cura data desde los tempranos cinco años. Constante y firme, nunca he dudado que en esto he sido feliz contribuyendo a que otros también lo sean. Siempre quise ser religioso, pero nunca pensé en la Compañía de Jesús, una élite inalcanzable por su tradición, su palmarés, su inteligencia. Sin embargo, al conocerla me enamoré locamente de ella y cuando me aceptó me sentí el hombre más feliz del mundo. No puedo estar en mejor lugar, aunque me falte mucho pelo pal moño en dar la talla del perfil ignaciano. Aquí estoy, a punto de cumplir 60, con hijuemil tareas pendientes, con mucho que hacer todavía. Esperemos que carrocería y motor aguanten. Y como dice Pachito, mi jefe en Roma: ¡recen por mí!

Trabajo sí hay pero...

Finalmente, uno como ser humano es el resultado de la educación recibida, la del hogar y la de la escuela. Hace años había un afiche que decía: los niños aprenden lo que viven. No voy a repetir el contenido de su mensaje, pero en el fondo se exhortaba a dar ejemplo, definitivamente el mejor maestro en valores. 

A mi mamá la conocí trabajando. Se levantaba de madrugada para dejar todo listo. Nunca tuvimos empleada para los oficios domésticos, así que sábados y domingos eran para atender todos los asuntos pendientes. Que recuerde, excepcionalmente tuvo vacaciones. Una mujer incansable que laboraba de sol a sol. Aprendí, entonces, que hay que trabajar honestamente para sobrevivir modestamente, ganarse el pan y salir adelante en la vida. Desde muy temprana edad y en los tiempos de vacaciones, hasta que me hice jesuita, comencé a laborar con el apoyo de algunos familiares y amigos, atendiendo en el almacén de ropa infantil, colaborando en un taller de escultura, apoyando labores de metalmecánica, fungiendo en tareas de oficina, vendiendo en una papelería, fabricando emparedados, como sacristán responsable de un templo… aprendí ahí el valor del trabajo, me sentí millonario con mi primer salario y pronto me decepcioné al ver que el dinero no alcanzaba para todo lo que quería comprar, aprendí a ahorrar y ser responsable.

Todo este cuento hasta aquí para decirle a los padres de familia y también a los jóvenes, que hay que aprender a trabajar, que el dinero no cae de los árboles, que las cosas cuestan… Cuando no existen estas experiencias y a uno todo se lo dan, lo miman con cuanto capricho expresa, se lleva una vida mullida y facilitona, no se aprecia el valor de las cosas.

Observo a jóvenes generaciones que sin concluir sus estudios universitarios quieren ser ya gerentes y presidentes. Acumulando teoría y títulos se sienten con derecho a ser líderes de multinacionales. No que no sueñen y tengan derecho a aspirar, sino que nunca aprendieron a hacer fila y progresivamente ascender. No aceptan labores secundarias. No saben de la vida con sus retos, problemas y frustraciones, pero quieren tomar decisiones trascendentales. Y no es que no crea en sus capacidades, porque también fui joven y muy pronto me confiaron responsabilidades. Me refiero a que hay que aprender y hacer escuela, a que primero hay que saber obedecer si se quiere luego saber mandar.

Trabajo si hay, pero muchos rechazan las ofertas, porque quieren ganar mucho y hacer poco, porque si no es en altos cargos se sienten humillados. Y en el ámbito de las entidades pasa igual: se quejan de que la cosa está dura, pero cuando se les pide una cotización no la mandan y si se les confía un trabajo lo hacen a medias y de baja calidad. ¿Cuándo aprenderemos a hacer las cosas bien?, ¿cuándo a trabajar responsable y juiciosamente? Sin duda, es un asunto de cultura y de contexto que ayudará a construir un país de gente que lucha y trabaja o un país de mediocres presumidos y atenidos. Trabajo sí hay, pero…

Positivos para covid-19

Estoy convencido de que algún día nos dirán que somos “positivos para covid-19”. El diagnóstico que hace menos de dos años se temía como una auténtica tragedia, me da la impresión de que ahora se vuelve algo común y corriente, que se toma con mayor naturalidad y que parece irreversible padecerlo si es que efectivamente queremos llegar a la así llamada inmunidad de rebaño. Sin duda alguna, la vacunación masiva con esquema completo ha ayudado sustancialmente a mitigar los devastadores efectos que vimos al comienzo de la pandemia con las víctimas de tan letal virus.

Los picos que hemos vivido se han asumido de modo distinto. Todos sabíamos, por ejemplo, que este comienzo de año dispararía los contagios, después del periodo vacacional cuando indefectiblemente nos relajamos frente a las pautas básicas: lavado de manos, uso de tapabocas y distanciamiento social. Pero lo que nunca imaginamos es que Ómicron, la última cepa conocida, fuese de expansión tan rápida. Dicen que el virus se ha debilitado, pero la verdad también es que sigue causando estragos, particularmente en los no vacunados y en quienes cuentan con un sistema inmunológico débil. Hay que seguirse cuidando.

Los aislamientos forzosos se han reducido en el número de días. De dos semanas a una. La sintomatología también varía, de caso a caso, de modo sorprendente. Como sabemos, algunos sufren de espasmos musculares, dolor de garganta, cefalea, sudoración, tos persistente, fiebre, escalofríos, diarrea, vomito… y otros, nada, o solo algunas e insignificantes manifestaciones de estos cuadros virales. Hay que estar atentos y no dar el brazo a torcer. Pero si se torciese tampoco entrar en pánico.

Lo he comprobado con muchos amigos y conocidos: estresarse lo único que contribuye es a bajar las defensas y abrir el camino para que el virus haga de las suyas. Al menos nueve casos cercanos tuvieron un desenlace fatal. El común denominador: si bien la actitud fue preventiva, lo fue exageradamente obsesiva compulsiva. Y eso no es bueno tampoco. Como el que desinfectaba hasta las cebollas, el que nunca salió de casa, el que se bañaba dos y tres veces al día, además de hacerlo en geles y alcoholes, todos muertos. Y los habitantes de la calle, los más expuestos, los supuestamente más débiles, allí siguen orondos y vitales.

Una normalidad en el ritmo cotidiano de vida, siguiendo las pautas claves, me parece de lo más responsable. Ni tanto que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre. Nuestra debilidad es nuestra fortaleza y estoy seguro de que saldremos airosos de esta coyuntura histórica. Algún día, eso espero también, se sabrá toda la verdad, tantos y mitos y leyendas dignas de una saga en Netflix se caerán. Y sumando y restando, como todo en la vida, será para bien.

Y no lo olviden: cero estrés, tres pautas básicas, buenas defensas y esquema completo de vacunación, de modo que si nos da covid-19 podamos salir airosos.

Servir entre cargos y cargas

Como si no tuviese ya bastante con la misión que se me encomendara hace cuatro años, asumo ahora la responsabilidad de ser el “superior” (así lo llamamos en la Compañía a quien lidera un grupo de jesuitas) de la comunidad San Pedro Canisio, donde funcionan las dependencias de nuestra curia provincial. Una adicional y nueva misión. Un nuevo “cargo”, es decir, una nueva carga.

No vayan a creer que llego aquí por excelsas virtudes pues no las tengo, sino por la escasez de gente en la que nos encontramos. Tampoco se trata de un ascenso, como ordinariamente cualquier mortal imaginaría. Menos aún es una cuota de poder en la repartición que del mismo hace mi jefe, el superior mayor. Aunque suene romántico, es una ocasión propicia para servir…

En su mensaje a los discípulos que se codeaban por los primeros puestos, Jesús les dice que observen cómo los grandes de las naciones las tiranizan y las oprimen. “No ha de ser así entre ustedes”, les ordena, para luego rematar con una propuesta decepcionante: el que quiera ser el primero debe ser el último, haciéndose el servidor de todos. No se está, pues, para ser servido sino para servir.

Garrafal desinfle para un contexto donde entendemos exactamente lo contrario. O ustedes creen, para meterle política al asunto, que, si se entendiera el poder como servicio, ¿habría tantos aspirantes a la presidencia y al congreso? ¡Ni locos que estuvieran! Lo que sí parecen, masoquistas, porque alguien con buen juicio y razón, no pelearía tanto por los dolores de cabeza generados por la cantidad de chicharrones que se va a ganar en estas lides.

Se aceptan estas responsabilidades con la plena conciencia de que son exigentes, demandantes. No todo será color de rosa, ni va a ir sobre ruedas. Los seres humanos somos bastante complejos y casi nada nos satisface. Por eso es más sabroso estar desde la barrera viendo la corrida y por eso es tan fácil criticar y dar palo porque bogas o porque no bogas. Nada más cómodo que no tener estas tareas, o no tener nada qué hacer, porque no hay que rendir cuentas, ni evaluar gestiones, ni presentar informes, ni atender retos, ni solucionar problemas.

La autoridad no se da por estos nombramientos, ni se gana automáticamente en elecciones. Quien manda es quien sirve, quien está presto a escuchar y atender los clamores y necesidades, quien es capaz de sobreponerse a sus personales intereses, dispuesto a darse, entregarse sin medida. Ojalá, teniendo claro el asunto pueda llevarlo a la práctica. Les agradezco me ayuden a que eso sea posible.

Pifiados

Soy consciente de que criticar es muy fácil y que una cosa es ver los toros desde la barrera y otra estar en el ruedo. Creo que eso le ha pasado a la mayoría de nuestros políticos. Cuando están en campaña sus promesas colindan con la fantasía, pero cuando están en el poder chocan estruendosamente con la realidad: la cosa es a otro precio.

Son tan abiertos y democráticos para ganar electores, pero tan cerrados y dictatoriales para manejar ciudadanos. Son tan cercanos al pueblo (viajan en transporte público, comen fritanga en la plaza, visitan la gente en sus casas, saludan de mano y se toman fotos con todos) eso cuando quieren sus votos, pero ya en el poder, viajan en caravanas escoltadas, se vuelven distantes y prepotentes, poder hablar con ellos se vuelve imposible, se les ve en restaurantes costosos… Así los de derecha como los de izquierda, todos cortados con la misma tijera. Por eso se afanan hoy día por volverse de extremo centro, dizque para tomar distancia, pero en realidad son los mismos con las mismas. Solo han cambiado sus máscaras.

Es un fenómeno generalizado, pero todos resultan decepcionantes. No ha habido gobernante totalmente exitoso. Y cuando de pronto temporalmente lo han sido, el poder los enceguece y corrompe, se casan con él y cuando enviudan se vuelven insoportables.

No voy a hablar del POT porque ya bastante lora ha dado desde hace rato. Solo me llama la atención que la alcaldesa hizo exactamente lo que no dejó que otros hicieran. Parece que, al gobernar una ciudad compleja, cayó en cuenta de que la cosa no es “soplar y hacer botellas”. Pero donde se pifió del todo es en el manejo de la movilidad. Para desincentivar el uso del carro particular y promover el transporte masivo, se inventaron eso del “pico y placa”, Estruendoso fracaso, porque después de tantos años no tenemos un sistema de transporte masivo solvente y eficiente, pero tampoco la movilidad ha mejorado con las restricciones a los vehículos particulares.

El error craso fue pretender hacer una restricción más rigurosa que la de unas horas al día o unos días a la semana. Inmediatamente se duplicó el parque automotor, porque la gente decidió proveerse de un auto con placa diferente, de modo que nunca le faltase transporte. No se hizo nada. El remedio fue peor que la enfermedad. Paso hace unos años, y ahora se repetirá la historia, con más fuerza, porque más agobiante es la necesidad.

Pero la guinda de la torta se la lleva la hipócrita medida de que, si usted paga, entonces puede movilizarse. Al fin qué: ¿el problema era de movilidad o era de plata? Porque si fuera de movilidad por ningún motivo habría esguinces a tan draconianas medidas. Parece que por la plata baila el perro. Dizque impuesto solidario. No. Más plática para los bolsillos de los corruptos. Por lo pronto, acuérdense de mí, si antes esto era caótico, ahora será definitivamente infernal.

Pero ya verán que nos deparan los populistas de turno: para reír…o ¡llorar!

Uno más, uno menos

Confieso que en la medida que han venido pasando los años, simultáneamente he ido perdiendo esa ansiedad contagiosa que se generaba alrededor del último día del año y primero del siguiente, con la típica canción de “faltan 5 pa’ las doce y el año va a terminar” y las pintorescas escenas de quienes se lo tomaban (¿siguen tomando?) muy a pecho el asunto, y se comen 12 uvas, se ponen cucos amarillos, salen con maletas a darle la vuelta a la cuadra, tiran papas debajo de la cama, beben champaña, cuentan los segundos acompañados de un locutor en éxtasis y cuando suena la sirena lloran a moco tendido, se abrazan, aúllan de emoción, felices de enterrar el año viejo y saludar el nuevo, en un verdadero show tragicómico que pareciera partir en dos el ayer y el mañana.

Lo dije el año pasado: ¿qué diferencia hay entre esta noche y cualquier otra noche?, cualitativamente hablando ¿hay alguna diferencia relevante, más allá de pasar el calendario y saberse uno más viejo? ¿Un nuevo año supone evolución y mejora continua, o es más de lo mismo?

En realidad, es un año más de vida y uno menos qué vivir. Por eso debería ser una buena ocasión para mirar atrás y evaluar, y, simultáneamente, mirar adelante y proyectar. Está bien cerrar ciclos y abrir nuevos, poner punto final a muchos asuntos y abrir nuevos caminos y horizontes. Y pareciera que un día propicio es el 31 diciembre, por eso el estrés, por eso el afán de hacer o concluir ciertas cosas porque si se deja para el otro año, que es al otro día, todo pareciera haber fallado. ¡Me parece una tontería!

El año nuevo no comienza mañana. El año nuevo comienza cualquier día del año cuando decides partir tu vida en dos, cuando comienzas un nuevo proyecto, cuando optas por cambiar la rutina y exploras nuevas maneras de hacer las cosas, cuando perdonas a alguien de corazón, cuando reorientas el camino en la dirección correcta, cuando dejas atrás vicios y defectos, cuando rompes una relación dañina, cuando celebras un acontecimiento inolvidable, empiezas un nuevo trabajo o emprendes una nueva empresa… El que mañana sea primero de enero no significa que haya un nuevo año, solo que ha comenzado otro mes, uno más de tu vida. Tú decides en verdad cuando es año nuevo. A veces no lo decides, sino que es la vida quien se encarga de determinarlo. Hay que estar alerta.

De todas maneras, para seguir con lo convencional, recibe mi saludo de año nuevo. Es hora y día de desearnos cosas buenas, de pedir la bendición de Dios para ti y los tuyos, de concluir una nueva etapa en la carrera de la vida y de retomar fuerzas para la siguiente. Que 2022 sea un año de muchos logros y realizaciones, que haya paz y felicidad, que los problemas no falten pero que tengas la sabiduría para saberlos sortear. Que sea un año de crecimiento y de muchos aprendizajes para que realmente valga la pena. Que el buen Dios anide en tu corazón y desde allí solo fluyan cosas buenas. Recibe un fuerte abrazo si es que no nos lo hemos podido dar por esta pandemia y espero que a ti sí te haya servido este tiempo adverso y difícil y a la vez también muy aleccionador.

La Navidad rompe paradigmas

Este acontecimiento que la humanidad celebra anualmente desde hace más de dos milenios tiene la proverbial propiedad de ser siempre antiguo y siempre nuevo. La Navidad tiene el encanto de seducirnos cada año y sorprendernos con nuevas resignificaciones. Este año, por ejemplo, he estado pensando que la Navidad desde su mismísimo origen ha roto muchos paradigmas.

Los dioses y las deidades ordinariamente reposan en sus cielos y olimpos y desde allí observan o controlan el devenir humano, siempre inferior en capacidades y poderes, y siempre sometido a reconocer la superioridad de estos seres. En el cristianismo se rompe este paradigma: el único Dios, omnipotente creador, no se queda apoltronado en su cielo mirando con indiferencia la “pobre humanidad, agobiada y doliente”, sino que decide encarnarse, haciéndose uno como nosotros. Ese fenómeno kenótico de humillación y abajamiento es inédito, pues se trata de abajarse para suscitar lo contrario: dignificar al ser humano elevando su condición lábil y finita.

Pero sorprende aún más que ese Dios, busque insertarse en nuestra historia, en un país venido a menos, en una provincia poco importante (¿de Galilea puede salir algo bueno?), en una vereda insignificante, escogiendo como padres una pareja de humildes campesinos que a duras penas pueden vivir con lo que tienen. Y ni siquiera puede tranquilamente nacer allí pues la pareja debe migrar al sur, donde no hay posada para ellos. Una pesebrera será su cuna, rodeados de animales y gente humilde. No hay palacio, no hay corte, no hay servidumbre, no hay nada.  Eso rompe nuestros usuales paradigmas respecto de donde debe nacer un príncipe.

La humilde mujer, de forma valiente, ha aceptado ser la madre de Dios. ¿Ha presumido de algo al saberse elegida?, ¿se siente obligada a ser atendida con especiales cuidados y prebendas? Nada. Se levanta, se pone en camino, corre presurosa a servir a su prima mayor embarazada seis meses antes, a esa pobre vieja que con desprecio llamaban estéril. Y con ese gesto se adelanta a lo que su hijo dirá luego de sí: no he venido a que me sirvan, sino a servir. Otro paradigma que se rompe para quienes esperan instalarse para ser atendidos y recibir toda clase de cuidados. María nos enseña a salir de nuestro propio amor para darnos a los demás.

Finalmente, de José, el carpintero, a quien homenajeamos este año de modo especial, también podremos decir que rompe paradigmas. Porque es padre por adopción y acepta ese rol con dignidad indescriptible, tentado de repudiar a su mujer por eventual infidelidad, sujeto de dudas y burlas, sin embargo, acepta su condición con altura, sin complejos. Renunciar al ego y la buena fama, rompe paradigmas en un mundo estresado por los rankings y los ratings de popularidad.

Les deseo una feliz y bendecida Navidad. Qué bueno celebrar el nacimiento en nuestro corazón de un Dios que rompe paradigmas, nos descoloca, nos mueve el piso y nos invita a construir un mundo mejor para todos.  ¡Abrazos!

En la puerta del horno

Todavía me gusta el fútbol (verlo, más que jugarlo) y todavía como hincha me ilusiono con el desempeño de mi equipo aspirando a una nueva estrella. Todavía no me he desencantado como tantos al ver las anormales cosas que pasan y prefiero creer que son desventuras pasajeras y de coyuntura, lo cual no quiere decir que me haga el de la vista gorda o me resulten indiferentes ciertas vergüenzas que acontecen: partidos arreglados, compra de árbitros o árbitros descaradamente sesgados en favor de un equipo, jugadores excelentes venidos de la nada que de pronto resultan ricachones prepotentes y ostentosos, juegos amañados que cambian resultados en los minutos finales, etc.

Recuerdo tiempos de bárbaras naciones en los que los principales equipos estaban a merced de los carteles del narcotráfico del momento, los apostadores se jugaban sus fortunas y al perder mandaban asesinar a futbolistas o árbitros. Por eso me resulta difícil excusar hoy día actitudes como las de esos jugadores que literalmente se paran en los últimos minutos para que los contrarios metan goles, sorprendentemente cambien los marcadores finales y trastoquen la clasificación a finales de terceros. Y no solo me refiero al recientemente bochornoso espectáculo que nos dieron con un equipo de segunda división sino, también, a otros juegos donde los contrincantes indignamente no juegan a nada porque ambos están clasificados si empatan y con ello se quitan de paso un rival incómodo para los dos.

Nuestro torneo, a diferencia de otros, como el español o el argentino, donde el que más puntos logra es el campeón, aquí no, después de dejar exhaustos a los equipos para alcanzar un cupo dentro de los ocho mejores, supuestamente para hacerlo más emocionante, se inventa un octogonal final donde los primeros pueden resultar siendo los últimos y estos terminar siendo los primeros. Acaba de pasar con Nacional y Millonarios que tendrán ahora que sentarse a ver la final entre el tercero y el séptimo de la tabla. No sé si eso es justo, porque me parece que cambia la dinámica del juego invitando a la mediocridad: bastaría obtener un puntaje mínimo para estar en ese torneo final, como igual nos pasa con nuestra selección: haciendo cálculos, no para ser los mejores o primeros, sino para no quedar por fuera de los clasificados básicos.

En tanto esas sean las condiciones, la lección que nos queda es que no hay que dormirse sobre los laureles, que los partidos hay que jugarlos hasta el minuto 90, que no se puede bajar la guardia en la regularidad que se lleva y que en la puerta del horno se puede quemar el pan si uno se descuida.

Todavía creo que el fútbol apasiona multitudes, que es un espectáculo cuando se juega con gallardía y pundonor, cuando se suda la camiseta y los restos se juegan hasta el último minuto. Todavía creo en el “fair-play” y todavía aspiro a que mi equipo gane una nueva estrella, así sea el que más tenga, y así mis amigos detractores, hinchas de otro color me hagan “burling”. Oe, oe, oe oé…

Convocatoria para nuestros jóvenes

Siempre he creído en nuestros jóvenes. Y lo hago porque “yo también tuve 20 años” y muchos adultos de entonces creyeron en mí. Recuerdo mis experiencias de ser a los 16 años secretario del Comité Arquidiocesano de Laicos y a los 18 presidente de la Comisión de Juventud del Consejo Nacional de Laicos. Jesuitas y lasallistas educadores creyeron en mi liderazgo y muy pronto me confiaron responsabilidades. Años atrás el Concilio Vaticano II nos había dicho que nosotros éramos los primeros evangelizadores de nuestros coetáneos y los obispos en Puebla hicieron una opción explícita por los jóvenes.

Ya jesuita educador creamos el Curso Taller de Formación Integral, una experiencia para formar jóvenes líderes que ha marcado en más de tres décadas a cientos de estudiantes de nuestros colegios. Estoy convencido de que los jóvenes no son el futuro, son el presente. Siempre lo han sido. Algunos lo entendieron así y ahora se destacan por su servicio a la sociedad desde responsabilidades diferentes. Otros, pudiendo explotar sus talentos, prefirieron ser del montón.

Con ocasión de la jornada electoral del pasado domingo que eligió los Consejos de Juventud y donde la abstención fue alta y la participación promedio fue de poco más del 10%, me he quedado pensando en qué pasó con esos miles de jóvenes que salieron durante las marchas, muchos pacíficamente, otros con expresiones más agresivas o incluso violentas, ¿Qué se hicieron? Porque era domingo, ¿les dio pereza ejercer su legítimo derecho? Ya había pasado en la jornada del plebiscito cuando la gente creyó en las encuestas que daban ganador al SÍ con un 80%, se abstuvieron de votar y resultaron perdiendo por un margen pequeño. Al otro día los jóvenes salieron a marchar con antorchas para mostrar su respaldo a los acuerdos: ¿ya para qué?

Queridos jóvenes: ¡este es su cuarto de hora! En nuestra democracia tenemos espacios institucionales para que se hagan sentir, para expresarse en sus anhelos y sueños, para participar en los ámbitos de decisión, para promover cambios y sacarlos adelante, para liderar la transformación de nuestro país. No importa de qué color son sus preferencias, lo que importa es que vean en la política una opción válida y lo hagan a fondo, con honestidad y firmeza, dispuestos a no repetir la dramática historia que hemos vivido, decididos a construir un mejor país para todos rechazando con firmeza todos esos males sociales que nos agobian y apostando por lo que parecería un sueño imposible.

Todavía estemos a tiempo. Sería maravilloso verlos organizados dando un primer paso a través de los órganos legislativos de participación donde podrían tener una representación importante y comenzar a cambiar hacia un mejor futuro para todos. Solo falta hacer evidente su vocación de servicio, la decisión de trabajar duro y parejo en equipo y sin mezquindades, mostrando lo mejor y más noble en valores que ustedes poseen. A las generaciones precedentes les quedó grande el reto, a la de ustedes no. Háganlo ahora o no vuelvan a quejarse. No es fácil, pero es mejor que cruzarse de brazos, resignarse o preferir dormir hasta mediodía después de ver películas toda la noche. ¡Es su turno, ha llegado su hora, adelante!

Zarpazo financiero

Sin ínfulas de analista económico, simplemente como ciudadano de a pie, común y corriente, me permito compartirles mis impresiones sobre la noticia de la semana: las pretensiones de Jaime Gilinski, primero sobre Nutresa, y días después sobre SURA, ambas empresas claves del Grupo Empresarial Antioqueño, GEA.

Me da la impresión de que el GEA, obsesionado siempre con su gobierno corporativo, su discurso ético del capitalismo consciente y sus enroques internos donde todas sus empresas son dueñas unas de otras, fue tomado por sorpresa con la OPA, Oferta Pública de Adquisición de Acciones, que lanzara Gilinski a través de la bolsa, además con una actitud aparentemente amistosa pero que resultó ser bastante agresiva. Y así lo afirmo porque en una entrevista que concediera el fin de semana pasado, el empresario aseguró que solo iba por Nutresa, que por ahora no tocaría otras empresas del Grupo, que era un asunto amistoso y que con esa negociación sería suficiente. No fue así.

El capitalismo salvaje es así: todos contra todos y sálvese quien pueda. El que tiene el dinero y lo tiene en abundancia, pone las condiciones y puede hacer lo que quiera, desde comprar lo incomparable hasta comprar conciencias. Se dirá que es un juego sabido y que esas son las reglas de juego: es verdad. Se dirá también que las acciones de estos conglomerados estaban muy bajas en el mercado y que son empresas que tienen un valor mucho más alto: es verdad. Sin embargo, para mí, están en juego otros asuntos que valdría la pena pensarlos, analizarlos, antes de tomar decisiones, seducidos por la tentación de un ingreso imprevisto e incrementado entre el 30 y el 40% de su valor actual.

Crear empresa no es un asunto fácil, sostenerla es todo un reto, pero hacerla crecer en un medio altamente competitivo y posicionarla es de titanes. Aquí, muchos en su momento lo lograron hasta volverlas entidades grandes, fuertes y atractivas. Muchos creen que eso se debe hacer para ofrecerlos al mejor postor. Pienso, entre otros casos y por citar sólo dos: Bavaria y Avianca. Aunque sigan instaladas aquí, desde hace rato dejaron de ser colombianas. Y temo que, si el GEA cae, con él se va un patrimonio nuestro en expansión y mejora. Y se va para el mundo árabe rico y poderoso. Los pequeños accionistas creerán haber hecho el negocio del año después de tan terrible pandemia, pero en realidad perderán el negocio del siglo. Y nuestro, ya no tendremos nada. Estaremos a merced de multinacionales foráneas que nos dirán lo que tenemos que hacer e impondrán a su antojo los precios en alimentos, seguros, construcción y banca.

Para que no me digan que no tengo visión de futuro como inversor, diría que cada uno es libre de hacer con su plata lo que quiera, pero que lo haga bien pensado y asuma las consecuencias de sus decisiones. Es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. Es mejor ser libre en el propio rancho que no esclavo en la mansión de otro. Las empresas de la referencia son nuestras y son parte de nuestro patrimonio colombiano. No venderlas es cuestión de dignidad nacional si en realidad todavía queremos nuestra patria, si todavía queremos lo nuestro.

Tortuoso camino

Cinco años celebra el acuerdo de paz. Más de cuatro tomó firmarlo. Una década dilatarlo. Por lo menos 30 anhelarlo.

Belisario Betancur fue el primer mandatario que recurrente y formalmente, en su discurso, habló de la paz y de la necesidad de alcanzarla. Romántico y poeta soñador, suspiraba con el asunto, después de ser testigo de primera mano del desangre bipartidista y de los albores de la guerrilla. Banderas blancas y palomas resultaron ser icónicos símbolos que se fueron desgastando con el paso de los años, por los escasos resultados y por la falta de voluntad política para lograrla por parte de quienes tenían en sus manos hacerlo.

No ha sido fácil, no todo ha sido fracaso, pero es un hecho que, desde entonces, hemos recorrido un tortuoso camino hacia la paz. Hubo evidencias relativamente tempranas de que era posible. Sobresale lo logrado con el M-19, un grupo que siempre rompió el molde de la guerrilla convencional, comunista e influenciada ideológicamente por las líneas de Moscú o Pekín. Sin embargo, la paz ha tenido siempre enemigos y detractores, unos ocultos y soterrados, otros abiertamente manifiestos. Pareciera que la paz no es un unánime objetivo y eso resulta desconcertante.

Personalmente estoy convencido de que hay un grupo importante para quien la guerra, o conflicto armado, o como quieran llamarlo, es un negocio lucrativo. Al fin y al cabo, la venta de armamento a nivel global es rentable como toda industria que se respete. Tendrá, pues, que alimentar destrucción y muerte en cualquier latitud mundial, paradójicamente, para poder sobrevivir. Divide y reinarás es su consigna porque, como dice otro adagio: en río revuelo, ganancia de pescadores.

Para otros, no puede haber paz si no hay vindicación. La monstruosa guerra ha generado miles de víctimas en todos los bandos. Sabido es que muchas familias han padecido en carne propia la tragedia de perder miembros de uno y otro lado. El dolor es enorme y las heridas están abiertas. No es fácil eso de perdón y olvido. La memoria se mantiene viva y por eso la repetición es una amenaza constante.

Pero también el asunto es de justicia y equidad. En tanto no existan, la paz no será posible. Respecto de la justicia, duele en el alma la impunidad. Todo tipo de desgracias acontecen y no pasa nada. Sin Dios ni ley los delincuentes, vulgares y los de alto coturno, se pasean orondos y retadores, fortalecidos frente a un sistema penal debilitado, sin dientes ni recursos, cada vez son más descarados y agresivos. Respecto de la equidad, es vergonzoso saber que nuestro país es de los más inequitativos del mundo por la distribución de su riqueza: unos pocos tienen mucho y la gran mayoría poco o nada. Si eso que está de moda llamar capitalismo consciente se hubiera puesto en práctica antes, los ricos tendrían más riqueza, pero habría poca pobreza y una mayoritaria clase media con sus necesidades básicas satisfechas. Otro sería el cuento.

Hace casi 40 años el presidente de la Comisión de la Verdad, Francisco de Roux, escribió un texto magistral sobre los vacíos de la paz, un escrito ágil y asequible para comprender que, en tan complejo panorama colombiano, unas cuantas y acertadas decisiones hubiesen marcado un rumbo diferente y agrego yo, muchas vidas se habrían salvado y seríamos un país próspero y con mejores estándares en todo.

La paz seguirá su tortuoso camino hasta que dejemos de ser tan mezquinos solipsistas que solo pensamos en nuestro confort particular, así los otros estén en la olla, y, hasta que efectivamente y con hechos demostremos que ese cacareado amor por la patria se traduce en transformaciones sociales profundas. Es claro que solo los acuerdos firmados no eran suficientes y que por más fallas que pudieran tener eran el inicio de una nueva etapa, pero primó más el afán de retaliación, del “ojo por ojo y diente por diente”, así quedemos todos ciegos y muecos. Entre tanto, otros nos están sacando provecho. Así las cosas, hago un llamado a los tuertos que quedan para que tengan un tris de sensatez y cordura a ver si logramos salvarnos y vivir en paz.

Caos capitalino

La diatriba no es contra la alcaldesa, porque manejar un monstruo de ciudad como esta no es ni será fácil para quien aspire a ganarse tamaño dolor de cabeza. Un solo funcionario, por más bueno que sea, nunca podrá hacer mayor cosa si no es de la mano de la cooperación ciudadana.

Bogotá, como capital del país, es y debe ser una ciudad abierta a todos. No es el pueblo de los rolos, es la capital de la República, es el centro de la nación entera. Esa es su fortaleza, pero también es su mayor debilidad: ser de todos y ser de nadie. Porque aquí todo el mundo se siente con derechos, pero pocos quieren cumplir con sus deberes y así no debe ser.

He vivido y conocido bastante otras ciudades y la gente quiere lo suyo. Lo siente como propio, lo cuida y lo defiende. Bucaramanga y Pasto, por ejemplo, son vivideros muy agradables. Cali era el modelo de ciudad cívica y desde hace algún tiempo comenzó a dejar de serlo, particularmente después del paro es un auténtico caos. Medellín, otro ejemplo, a pesar de su desbordante crecimiento en un valle que ya no aguanta más edificios (el 75% vive en propiedad horizontal) y cuyas estrechas vías no soportan un vehículo más es, sin embargo, todavía, una ciudad con alto nivel de civismo. Ejemplar la cultura Metro: la limpieza y organización de sus estaciones, los vagones impecables, el celo que hay en todos por cuidar este bien común. Hay cultura ciudadana, hay sentido cívico.

Ad portas de entrar en los 60 y debe ser por eso, porque me voy volviendo viejo, no dejo de lamentar que hayan suprimido en el currículo escolar las clases de urbanidad y cívica, comportamiento y salud, educación moral y religiosa y que esté en crisis la de ética y valores. No nos digamos mentiras, ni seamos políticamente correctos, una población maleducada como la que hoy tenemos es germen de muchos males sociales.

La experiencia que yo tengo a diario es que aquí la gente hace lo que se le da la gana. La agresividad de quienes conducen un vehículo es su nota característica pues impera la ley del más fuerte. Así los otros se perjudiquen, se trata de imponerse y hacer sentir su fuerza y poderío. Motociclistas, ciclistas y peatones, literalmente, se lanzan a los carros en actitud retadora y hasta grosera. Se atraviesan, cierran el paso, invaden el carril de velocidad para imponer su ritmo lento, nadie quiere ceder el paso al otro y si pone las direccionales pidiendo cambio de carril más rápido aceleran la marcha para impedirlo. La malla vial da grima y evidencia lo chambones que han sido muchos de los contratistas que la han “arreglado”. Por haber querido desestimular el uso del vehículo con un restrictivo pico y placa, lograron duplicar las ventas de automóviles para tener en casa la otra placa y poder movilizarse.

La inseguridad aumenta y la delincuencia rampante se pasea oronda. El 77 % de los capturados en flagrancia quedan en libertad para seguir haciendo de las suyas. Se sabe que estamos en un país de impunidad, donde desde el ladrón de barrio y el de cuello blanco, hagan lo que hagan, no les pasa nada y, si les pasa, al poco tiempo quedan libres para disfrutar lo robado y seguir cometiendo fechorías.

Desde hace muchos años, no tengo noción de que el pueblo capitalino asegure haber tenido un buen alcalde, todos son juzgados duramente y hay descontento, pero la fiebre no está en las sábanas, tenemos un pueblo inculto y carente de mínimos modales, agresivo y violento, sin sentido de pertenencia y de lo cívico, que exige todo y no aporta nada. Y vamos a estar peor si no hacemos algo pronto para cambiar este panorama. El caos capitalino es evidente. 

La izquierda no es mejor que la derecha

Lo que acaba de vivir Nicaragua es realmente bochornoso, vergonzoso. Unas circenses elecciones que de antemano se sabían fraudulentas, porque el dictador encarceló a los siete candidatos que se le oponían. Ridículo.

A finales de los 70 y comienzos de los 80 la revolución sandinista era motivo de esperanzadora inspiración para los oprimidos países gobernados por déspotas y tiranos en Latinoamérica. La familia Somoza se había instalado en el poder por décadas empobreciendo al ya empobrecido pueblo nica. Los Chamorro, desde La Prensa hicieron oposición, pero fueron perseguidos, violentados, asesinados. Muchos clérigos, entre ellos el jesuita Fernando Cardenal, abierta y directamente se unieron a la causa revolucionaria, de modo que cuando cayó la dictadura la fiesta fue enorme y la alegría desbordante. Un nuevo amanecer había acontecido. El nuevo gobierno presagiaba cosas buenas: sacerdotes eran el canciller y algunos ministros. El pueblo se había sacudido del yugo y este triunfo icónico eran un hito histórico.

Tanta belleza no duró mucho y una vez más se confirmó que el poder corrompe, téngalo quien lo tenga. Porque, no nos digamos mentiras, querer el poder cuestionando a quien lo ostenta, no es para servir, sino para tener el turno de poder mandar y dirigir, para hacer lo que no se ha hecho, para tener el control de las cosas, para perpetuarse en él, para… repetir la historia. Daniel Ortega, otrora revolucionario de izquierda ha resultado peor que Anastasio Somoza. Uno a uno, los líderes del idilio fueron hechos a un lado y en los asomos de la democracia esos ideales se fueron trastocando.

El capitalismo salvaje, neoliberal indiferente, ha enriquecido unos pocos a costa de las grandes mayorías, abriendo brechas nada fáciles de superar. Los discursos populistas de corte socialista tienen allí, en bandeja, el pretexto para ofrecer un mejor mañana para todos. No es verdad. No lo ha sido ciertamente.  Qué pena, pero la revolución cubana instaló a los Castro en el poder por 60 años y si bien mostró resultados interesantes en salud educación, el precio de la libertad se pagó muy caro. La revolución bolivariana instaló a Chávez y a Maduro por más de 20 años y no parece verse al pueblo muy contento con sus resultados. En otras latitudes, cuando la oposición ha conquistado el poder, no ha sabido aprovechar su cuarto de hora para hacer un buen gobierno, mostrar gestión eficiente y evidenciar resultados. Han sido igualmente decepcionantes.

El comunismo no fue mejor que el capitalismo que tanto criticó. Tenemos que aprender en carne ajena. Las dictaduras militares y fascistas, las dictaduras socialistas y comunistas, los capitalistas rampantes, todos ellos, no velan sino por sus propios intereses. El pueblo siempre pierde y lo hace por ingenuo, seducido por floridos discursos engañosos, desesperado por el hambre y la necesidad. Nosotros, ad-portas de un nuevo proceso electoral, deberíamos parar un momento y pensar críticamente, no tragar entero, no comer cuentos. ¿Hasta cuándo la historia tendrá que repetirse?, ¿Cuándo seremos capaces de construir algo propio, novedoso, diferente, pero, sobre todo, justo y equitativo?

Porque sí y porque no

En un chat de amigos recibí este mensaje mexicano de autor desconocido. Me pareció tan cercano a nuestra realidad que he querido transcribirlo suprimiendo el paso a paso de la hora y media en que acontece toda esta aventura, cambiando las siglas para homologarlas con las nuestras y dándole una ilación en su redacción:

Como nevó anoche, decidí hacer un muñeco de nieve. A los 10 minutos una vecina feminista pasó y muy airadamente me reclamó por qué no hice una mujer de nieve, así que para ser justos hice una mujer de nieve. Sin embargo, mi vecina nuevamente se quejó de los pechos voluminosos de la mujer de nieve, diciendo que había hecho el muñeco con una mirada masculina y lujuriosa y que “mi engendro” no representaba a todas las mujeres del mundo que no quieren que las valoren por sus senos. Además, que la escoba que le puse debía ser removida, porque representaba a las mujeres en un papel doméstico. La pareja gay que vivía cerca, por su parte, armó un lío diciendo que debería haber hecho dos hombres de nieve. También el vecino hombre trans… mujer… preguntó por qué no hice solo una persona de nieve, con partes “destacables”.

Me llamaron racista porque la pareja de nieve es blanca. El musulmán de la casa de en frente exigía que la mujer de nieve fuera “totalmente cubierta”, y de inmediato. Los veganos, al final de la calle, se quejaban de la nariz de zanahoria, alegando que las vegetales son comida y no para decorar los muñecos de nieve.

El epidemiólogo que pasaba me reclamó a gritos por qué mi muñeco no tenía tapabocas y me llamó “irresponsable”. Por su parte el representante de derechos humanos llegó y me amenazó con interponer una demanda “ejemplar”.

Otro vecino reclamó por el color azul de la bufanda de mi muñeco, diciendo que yo cometía un delito electoral por promover un partido político. Se me acusó de haber recibido millones de dólares para “atacar a la estabilidad del país”. Manifestantes de extrema izquierda, ofendidos por todo, marcharon por la calle exigiendo que me arresten.

Apareció el equipo de reportaje del noticiero de televisión. Me preguntó si sabía la diferencia entre los hombres de nieve y las mujeres de nieve. Yo respondí: “bolas de nieve′′, y ahora me llaman “sexista”. Aparecí en las noticias como sospechoso de terrorismo, racismo, homofobia, sexismo, machismo, xenofobia, transfobia, “neoliberal”, y delitos contra la salud. Me preguntaron quiénes eran mis cómplices.

La policía llegó diciendo que alguien había sido ofendido. Mis hijos fueron llevados al ICBF, para su “custodia”. La Fiscalía impartió “orden de captura” en mi contra y tuve que salir a escondidas del país.

Al mediodía los muñecos se derretían, pero el lío ya se había armado. Esto es en lo que nos hemos convertido en este país con esa imbecilidad de querer ser “políticamente correctos” y donde, dentro de poco, dar nuestra opinión sobre el tema que sea, podrá ofender a alguien, porque sí y porque no. ¿Cómo la ven?

Fake news, calumnias y chismes

Después de recitar juntos el Padre Nuestro, con el cual se inicia el rito de comunión de la eucaristía, el presidente de la asamblea, retomando la última petición de la oración que Jesucristo nos enseñó, continúa la súplica: “líbranos de todos los males y concédenos la paz en nuestros días…” Pues bien, hablábamos hace ocho días de uno de esos males (la envidia), hoy debemos hablar de estos otros que no contribuyen en nada a la paz ciudadana: fakes news, calumnias y chismes.

Cuando la envidia ha progresado al punto de que ya no solo se siente, sino que se desborda en contra de personas, grupos o situaciones, entonces se apela a estas artimañas para ocasionar daño. Se trata de cobardes y rastreras estrategias para lesionar a los otros y afectar severamente su reputación. Se acude entonces a la desinformación que inventa cosas y pone a rodar, mediante comidillas del voz a voz, historias falsas.

“Calumnia, calumnia, que algo queda” es su consigna de batalla, pues, aunque en principio la gente dude o no lo crea, de tanto repetirla, eso que llaman hacerlo viral (de contagioso virus) y haciéndoselo decir a una fuente que ha tenido alguna credibilidad, va logrando su cometido.

Si hay algo que la gente disfruta es sentarse a chismosear. Nada más apetitoso que comer un buen plato de prójimo, condimentado con narrativas de fantasía, aderezado con dosis de lenguas viperinas, con abundantes pizcas de perversidad y maldad, sazonado de envidias, celos y rencores ocultos y, cuando ya no queda nada, a modo de postre, el fresquito de no solo sembrar cizaña y animadversión, sino de haber acabado con el otro.

Así las cosas, estos pecados sociales anidan en el corazón de las personas y mientras no se combatan y exorcicen, serán la fuente y origen de otros muchos males. Aquí es donde se entiende aquella frase de Jesús Maestro cuando, enfrentando a los fariseos, radicalmente aseveró que lo impuro no es lo que viene de fuera, sino lo que sale del corazón del hombre (Cfr. Mateo 15,19). Con razón decimos que “de la abundancia del corazón, brotan las palabras” y también otros muchos males, algunos de los cuales apenas aquí hemos mencionado.

Qué bueno sería medirnos al hablar de los otros. Tener el valor de reconocer las cosas buenas que tienen, no juzgando y menos condenando. No aceptando gratuita e ingenuamente, de buenas a primeras, lo que de ellos se nos dice. Ponderando objetiva y equilibradamente todo el conjunto y no sólo la parte. Con razón, San Ignacio en sus “Ejercicios espirituales # 22”, pone como presupuesto “salvar la proposición del prójimo”, esto es, de entrada, pensar bien del otro, dar el beneficio de la duda, no tragar entero y menos comer cuento ingenuamente. Y no olviden que quien con uno habla mal de otro, prontamente lo hará también de uno.

Sobre el mal de la envidia

Entre atónito y perplejo quedé cuando el jefe de aquel entonces me dijo como queriendo ayudarme: “tienes que bajarle al perfil, hay mucha gente que te envidia”. ¿Envidia? Y ¿qué es lo que envidian?, ¿mi cargo?, ¿hacer bien las cosas?, ¿ser exitoso?, ¿mostrar resultados? En otra oportunidad un amigo me dice: “fulanito de tal (otro amigo) habla mal de ti, dice que eres ambicioso y que te gusta el poder” y eso ¿por qué?, porque él me conoce y sabe que he llegado a donde he llegado sin buscarlo, ha sido más por mérito. “Debe ser por envidia”, concluyó. Finalmente, otro caso: “al ver la evaluación, tu charla fue calificada por esa persona como la peor de todas. Es raro, porque todos los demás le han dado la más alta calificación. Debe ser pura envidia”.

Conocida en nuestro credo como uno de los pecados capitales, la envidia no es otra cosa sino el deseo oculto o manifiesto de obtener algo que posee otra persona y del que uno carece. Se trata, por tanto, del pesar, la tristeza o el malestar que se genera por el bien ajeno. En realidad, no es otra cosa sino resentimiento hacia alguien que resulta del compararse de modo acomplejado y sentir celos agobiantes por considerarse inferior.

Hace años un famoso comercial en la televisión mostraba una sensual mujer que contoneándose decía: “la envidia, es mejor suscitarla que sentirla”. Y yo, personalmente, tengo que confesarlo, no sé lo que es sentir envidia, pero tengo claro que existe y que desde el comienzo de la humanidad ha hecho mucho mal. Por envidia, cuenta el Génesis, Caín mató a Abel. No podía soportar que Dios mirase con gusto las ofrendas que le presentaba.

Lo que muestra la envidia es falta de valoración personal y amor por uno mismo, esto es, autoestima baja. ¿Por qué querer lo que los demás tienen y, además, desearles el mal? Creo que se requieren, conjugadas, altas dosis de neurótico apocamiento, inmadurez y mediocridad. Una persona espiritual, una persona que sabe que Dios la hizo perfecta a nivel corporal y que además la dotó de talentos únicos o carismas que otros no tienen, no debería sufrir de un mal tan triste y vergonzoso. Nadie tiene que envidiarle nada a nadie, porque es único, irrepetible, y tiene dones que otros no, y debe disfrutarlos, compartirlos y ponerlos a crecer y producir al servicio de los demás.

En nuestra vida cotidiana el mal de la envidia hace mucho daño. Les hace daño a otros y también al que la siente. Quizás más al que la siente porque de pronto quien es envidiado ni lo sabe, ni se siente afectado. Es increíble, pero, sobre todo, muy triste ver cómo a alguien que quiere surgir, levanta cabeza, progresa, tiene éxitos, le va bien económicamente, es felicitado… hay otros que no lo soportan, se corroen por dentro, mueren de celos. ¡Qué tontos! No se han valorado a sí mismos, no han sentido el amor infinito de Dios en sus vidas. Si lo hicieran, estarían bien ellos y seguramente estaríamos mejor todos.

Mi candidato

Aumenta el número de aspirantes presidenciales. Los hay de todas las corrientes, edades, posturas, ideologías, proyectos, partidos, formaciones, experiencias. No es fácil comprender por qué quieren llegar a la primera magistratura del Estado, cuando en realidad lo que se van a ganar es un soberano dolor de cabeza, con tantos problemas de fondo por afrontar, en un país catalogado en los últimos rankings como de los más inequitativos, más violentos, más corruptos, más antiecológicos, más feminicidas…

Se necesita, no sé, si mucho amor patrio y honesto o ingenuo deseo de servir, o masoquismo consciente porque, a no dudarlo, su cabello sin necesidad de tinturarlo se volverá blanco en cuatro años, se convertirá en el objetivo de toda clase de críticas porque sí y porque no, recibirá palo porque bogas y palo porque no bogas, querrá estar bien rodeado, pero no faltará quien le falle y lo haga quedar mal. En fin… es un honor de muy alto costo pues, aunque pueda tener la mejor voluntad, a su alrededor rondarán toda clase de intereses, desde los más nobles hasta los más perversos y tendrá que estar muy cercano, no de una corte de áulicos u obsecuentes turiferarios, sino de verdaderos amigos que lo asesoren bien, no lo dejen meter la pata, le ayuden a comunicar oportuna y verazmente lo que hace, con apertura para recibir críticas y sugerencias de modo que no haya riesgo de dormirse en los laureles y quedarse saboreando las mieles del poder.

La verdad, no me interesa mucho si es de tal o cual partido, o si no lo tiene, el hecho es que necesita contar con apoyo consistente en el Congreso para que pueda efectivamente gobernar sacando adelante su plan de gobierno y no le pase lo que a muchos que, por ser fruto de múltiples alianzas y coaliciones, a la postre se quedan sin apoyo de muchos de ellos, desencantados de que no haga lo que ellos quieren.

No tengo preferencia sobre si es hombre o si es mujer, lo importante es que tenga carácter, eso que llamamos personalidad auténtica y bien definida para sortear con reicidumbre los más duros y complejos problemas. No me estresa saber su religión, pero sí me afana que tenga principios y valores claros, respete la libertad de cultos, sea un demócrata y tenga claro que debe servir sin distingos ni preferencias a todos los colombianos, que quiera erradicar la polarización y tenga como propósito la reconciliación y la paz.

Mi candidato habrá de estar bien preparado para asumir tamaño encargo. Entre más experiencia tenga y mayor conocimiento de la realidad del país, mejor. No basta haber paseado por todas las regiones haciendo populistas campañas, tomándose fotos con todo el mundo para aparecer empático y simpático con gente que en realidad no le interesa y que cuando esté en el poder no volverá a saludar, ni querrá recibir para dialogar sobre los problemas que les aqueja.

Sinceramente no creo en promesas electoreras de esas que endulzan oídos incautos en tanto obtienen votos y después nos dejan viendo un chispero: “gobernaré con los más capaces y honestos”“puedo esculpir sobre piedra que no subiré impuestos”“mejores salarios y menos impuestos”, entre otras muchas mentiras. Un conocedor realista del Estado respeta la nación entera.

Por eso es importante que sea honesto, respete la separación e independencia de los poderes y concite a todo el país para sacarlo adelante frente a la peor crisis y el mayor caos y anarquía en la que se ha sumido. Sigo en búsqueda.

Sé que no puede ser Supermán o La Mujer Maravilla, pero están descartados los que han alimentado el odio y la venganza, quienes en el ejercicio de sus cargos ya han tenido la oportunidad de mostrar lo mejor de sí mismos, pero pelaron el cobre, los camaleones oportunistas y los revanchistas compulsos que se van a pasar todo el tiempo con retrovisor en mano en vez de construir futuro. Todavía estamos a tiempo de evitar la debacle. Dejemos de lado las pasiones viscerales y pensemos en grande, sin mezquindades y seudo valores rastreros y de la peor estopa.

Pena ajena

Dícese que a uno le da pena ajena cuando algún sinvergüenza obra mal y no se da por aludido, de manera que le toca a uno asumir el asunto como si fuera propio y casi que excusarse en su nombre.

Pues bien, eso fue lo que sentí yo con el tinterillo, remedo de abogado, que dizque fue empoderado como defensor del riquito borracho irresponsable que mató seis jóvenes y dejó grave otro. Toda clase de artimañas se ha inventado para ver cómo o de qué manera puede eludir la justicia. Que su cliente está en shock psicológico, pero estuvo muy cuerdo para querer volarse del hospital. Que los muchachos invadieron el carril de la camioneta como si fueran seis tractomulas. Que los muchachos se le abalanzaron a la camioneta, seguramente para atacarlo. No. ¡Increíble!

Y ofreciendo plata que no era la suya sino la de la póliza del seguro, queriendo saldar la deuda con dinero ajeno, para callarle la boca a los familiares de las víctimas, como si por la plata bailara el perro y su interés fuera el estiércol del diablo y no tener consigo a sus hijos, se ha querido dejar la cosa así. Deje así. Pues no. De felicitar la jurista que, por encima de las presiones ejercidas, sin miedo a contrariar tan encumbrados apellidos locales, ha mandado a prisión a tan delicada e incomprendida joyita. Y el abogadillo de marras parece ser que será investigado por su inverosímil comportamiento.

No es la primera vez que pasa, ni ha sido la única, ni será la última. Es verdad que todos tenemos derecho a tener un abogado para nuestra defensa, pero lo que no hay derecho es a defender lo indefendible, a inventarse mentiras descaradas para justificar conductas reprochables. Por eso, para la justicia impoluta es vergonzoso someterse a los poderes mezquinos que amañan sus particulares intereses.

Es desconcertante ver cómo se pretenden manipular pruebas y evidencias con tal de salvar al victimario para mostrarlo cual ingenua y tierna ovejita cuando en realidad es lobo feroz. Pero resulta indignante ver cómo a veces los jueces ceden con el argumento de que no hay pruebas suficientes y dejan libres a estos delincuentes. Alguna vez me pasó siendo rector: unos estudiantes rompieron el techo de una casa para robarse un licor que allí se guardaba. Y la abogada alcahueta se inventó la película de que tan inocentes chiquillos estaban realizando una prueba scout, ¡a medianoche, un fin de semana! Los expulsados, orondos, fueron reintegrados cual inocentes víctimas de un rector rigorista. Más en segunda instancia fueron puestos en su sitio y en la última instancia, la Corte regañó la abogadilla porque ni ortografía tuvo para responder el requerimiento del alto tribunal.

Pena ajena dan esos, dizque, profesionales del derecho, egresados seguramente de la San Marino o de Pacotilla University, mediocres a todo dar, que pasaron con tres, raspado, y que, no teniendo otra forma de laborar, se prestan para tan bochornosos espectáculos. Qué pena con los abogados serios y juiciosos, profesionales estudiosos y juristas probos con esos, dizque “colegas”.

Entre injenuo e iluso

Hay que reconocerlo con toda honestidad: fui del grupo de personas que creyeron que después de la pandemia las cosas iban a ser distintas, que serían mejores. Afectados globalmente por el letal virus que acabó con cientos de miles de personas, sobrevivir, definitivamente, no era otra cosa que una segunda oportunidad que nos daba la vida para ser mejores seres humanos. ¡Me equivoqué!

Yo sí pensé que las generalizadas protestas en las principales ciudades del mundo y que manifestaban su real y total desencanto del sistema capitalista neoliberal iban a dejar pensando a magnates y poderosos sobre la necesidad de ser más justos y equitativos.

Yo sí creí que, por estos lares, después de un mes largo de marchas y paros ocasionados por una fallida reforma tributaria, promovida por el brillante economista que no sabe cuánto vale un huevo y que salió del gobierno dando un portazo, lo iban a dejar quietico y bien lejos, pero jamás imaginé que en completa afrenta pública lo iban a reencauchar nombrándolo en la junta del Emisor, rompiendo además la ley de cuotas femeninas en cargos públicos.

Después de tan tamaño desgaste político por dilatar decisiones que debieron tomarse con celeridad (retirar la reforma, afrontar abiertamente un diálogo nacional claro y directo) con el reciente escándalo en la contratación pública del Min TIC, soñé que no se repetiría la historia, pero me sorprendió la terquedad de querer tapar el sol con un dedo, como si aquí no pasara nada. Y como que no va a pasar nada, porque los que creyeron que tumbada la ministra lograron su objetivo, lo que lograron es que el robo quede impune y nuevas cortinas de humo nos distraigan, como generar indignación nacional porque a James no lo han llamado a la selección, por ejemplo.

Tuve la ilusión de que quienes iban al confesionario público de la Comisión de la Verdad habían hecho examen de conciencia y estaban arrepentidos, pero más de uno no solo se mostró indolente con el dolor infringido, sino que, además de no contarlo todo, aprovecharon la palestra pública para montar un show y darse su baño de popularidad, creyendo dar K.O. técnico con ganchos al hígado, pero quedando en evidencia tanto sus verdades incompletas como sus mezquindades personales.

Y en medio del nuevo papayazo generado por las monedas que dejaron ver el cobre de lo que no debe hacerse en materia de cultos personales, cuando el palo no está pa cucharas, el congresista del partido de gobierno con dos acciones de libertad de conciencia y espíritu, cuestionó duramente en su momento a la ministra de marras y ahora lo hace con la presidenta de la Cámara por querer sepultar el proyecto de ley que acorta el periodo de receso del legislativo y en vez de ser felicitado por mostrar los valores que decía ostentar su partido, resulta regañado por su jefe por faltarle al respeto a tan honorable señora, cuando a todas luces el irrespeto es con la mayoría del pueblo colombiano que está mamado de un Congreso ineficiente que le ha importado un comino luchar realmente contra la corrupción y se ha negado a auto reformarse.

Y para rematar, un niñito rico, borracho e irresponsable, mata seis personas jóvenes y sus protectores jurídicos corren a auxiliarlo y protegerlo, amenazando con dejar impune el asunto gracias a normas y leyes que las hay para cada ocasión. Entre ingenuo e iluso, espero que se haga justicia. Amanecerá y veremos.

¿Verdad que podemos?

Está concluyendo la 34ª Semana por la Paz, esa iniciativa que surgió como jornada bandera del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús y que desde el comienzo contó con el apoyo de múltiples organizaciones de la sociedad civil. El dinero recaudado por la colonial joya de arte conocida como “la lechuga” se destinó enteramente a ese propósito y sus réditos le siguen apostando al deseo tan generalizado como desgastado de querer contar muy pronto y por fin con tan anhelado objetivo.

No es fácil. Como el pueblo del antiguo testamento, somos un pueblo de dura cerviz. No han sido suficientes los cientos de miles de muertos que han quedado tendidos en nuestros campos y ciudades y que han teñido de rojo nuestro suelo al punto de invertir simbólicamente el tricolor patrio para expresar qué tanto estamos patas arriba por el trastoque de valores.

Las heridas han sido muy profundas de lado y lado. Todas, producto de la inequidad y la injusticia en la que hemos estado sumidos por décadas y que ahora y de otro modo se manifiesta con la radical polarización política. El pueblo ha sido siempre el que pone los muertos. Los asesinos de rojo o azul, guerrilleros o paras, de izquierda o de derecha, sin excepción, menguan nuestra población y frustran nuestra esperanza.

De verdad que podemos. El asunto honestamente es si queremos. Porque querer es poder, pero pareciéramos no estar dispuestos a dar el brazo a torcer. Cada uno cree tener la verdad cuando en realidad posee una parte de LA verdad. Atrincherados en nuestras posiciones ideológicas, atornillados a nuestras convicciones, apoltronados en nuestros sentimientos más que en la razón, seguimos estancados y patinando en una guerra fratricida de nunca acabar.

La Comisión para el esclarecimiento de la verdad, se ha encontrado con esa cruda realidad. Cada expresidente, cada actor protagonista de ese conflicto, del bando que fuere, cuenta su verdad, pero ¿Cuál es LA verdad? Porque el asunto sería exponerla sin tapujos ni mentiras, con auténtica transparencia, pero parece que no, que sigue habiendo cartas debajo de la mesa, ases bajo la manga, oportunismos políticos electoreros, tajadas gananciosas por sacar, goles olímpicos por meter. Cualquiera que sea su conclusión será juzgada por sesgada, se dirá que está mediada por intereses oscuros porque, como bien dijo El Maestro de Nazaret, los hijos de la noche y de las tinieblas son más astutos y sagaces que los hijos de la luz y del día y hay muchos intereses creados para sostener indefinidamente el lucrativo negocio de la guerra.

Verdad que podemos. Seguramente moriremos anhelando un mejor mañana para todos, un mañana que no será mejor porque ganó el más fuerte de uno u otro lado, sino porque se impuso la verdad, la justicia inmaculada que no prostituida. ¿Y cuándo será eso? El día que se nos dé la gana, el día que queramos de verdad la paz. ¿Verdad que podemos?

Mejor en equipo

A todos, sin excepción, Dios nos dio dones, talentos, cualidades, virtudes, fortalezas, plus propios, a veces excepcionales, otras únicos, siempre cosas buenas. En ese sentido, nadie en este mundo debería sentirse acomplejado o sentirse menos que otros. Desde hace rato lo aprendí de mis maestros: nadie es más que nadie, nadie es menos que nadie, nacemos iguales así seamos bien distintos. Por eso también, uno de mis textos bíblicos favoritos es el apólogo de origen alejandrino que San Pablo reflexiona en su primera carta a los Corintios y que conocemos como el simil del cuerpo, que bien emplea para referirse a la unidad en la diversidad de la Iglesia y que se constituye en una joya del sentido corporativo para cualquier grupo humano u organización.

Así como el cuerpo, compuesto de miembros, órganos y sistemas bien diferenciados, análogamente así somos nosotros en la sociedad. Aunque esencialmente iguales en dignidad y derechos, evidenciamos una pluralidad ineludible que pone de manifiesto que somos funcionalmente bien diversos y que lejos de ser eso un problema, limitación o lastre, en realidad y precisamente se constituye en nuestra mayor riqueza, nuestra mayor fortaleza. Pretender que todos pensemos y actuemos de la misma manera, cual clones seriados, es un error de tajo, una estrategia equívoca. Si algo nos ha hecho daño es querernos uniformar a todos, sin tolerar la diferencia, aborreciendo al que es distinto en razón de su raza, lengua, religión, opción política, condición social, género sexual, formación intelectual, etcétera.

Una sociedad evolucionada no reprime sino potencia esa realidad. Todos los regímenes, cooptados por las grandes ideologías, han demostrado su fracaso. Que no nos vengan con refritos recalentados a echarnos el cuento de que un Mao, un Stalin o un Lenin son maravillosos, o que un Hitler, Mussolini o Franco son fascinantes, o que el neoliberal capitalismo salvaje que vivimos en todas sus expresiones es la fantasía. Ya hace casi un siglo, el filósofo francés Enmanuel Mounier, en su “Manifiesto al servicio del personalismo”, denunciaba a los tres por atropellar la persona, por avasallar el ser humano, por oprimir y explotar por igual, cada uno a su manera, con discursos, métodos y tácticas diferentes, pero obteniendo los mismos resultados. No entiendo por qué esto tan elemental y básico no lo vivimos. Debe ser precisamente por eso, porque somos tan distintos que hay algunos que quieren alinearnos a la brava. Y no. En los mejores tiempos de la Guerra Fría entre poderes hegemónicos, surgió el movimiento de países no-alineados, no alienados, para colocar su acento en otras causas.

Entonces, cual equipo, estamos no solo para saber convivir pacífica y respetuosamente, sino también para complementarnos y enriquecernos unos a otros, para ser una fuerza que sume y multiplique, no que reste y divida. Cada uno tiene un lugar único, necesario e irreemplazable que no puede ser ignorado o no tenido en cuenta. En equipo, que no cada uno por su lado, nos va mejor, iremos más rápido, volaremos más alto, llegaremos más lejos. Lo hemos visto: cuando trabajamos en equipo, obtenemos mejores resultados, todos ganamos.

Las actuales circunstancias de nuestro país no dan para que perpetuemos la intolerancia y los radicalismos extremos. Estamos hartos y aburridos de polarizaciones dañinas. Hay que buscar juntos algo distinto, nuevo, diferente. Algo que le dé oxígeno y aire fresco y limpio a este enrarecido y pútrido ambiente, maloliente por lo corrupto. Creo en que un país mejor todavía es posible y eso se hace mejor en equipo.

Con la desgracia no se hacen chistes

Pululan en estos días por las redes sociales memes, videos y toda clase de chistes para referirse a los 4 000 afganos que llegarán al país, en calidad de refugiados, según anunció el gobierno nacional. En un contexto distinto al actual tal jocosidad sería realmente graciosa. Hoy la encuentro desafortunada y de mal gusto.

Que la gente de cualquier pueblo o nación tenga que huir de su tierra no es ningún chiste. Es una tragedia. A lo largo de la historia de la humanidad estas dramáticas situaciones se han repetido reiteradamente ante la mirada indiferente, si no cómplice e indolente, de otros pueblos que quizás no saben lo que significa dejar literalmente todo para poder salvar el propio pellejo y el de los suyos.

Recientemente hemos sido testigos de la migración venezolana en nuestra patria que bien puede superar los dos millones de personas. El infeliz régimen castro-chavista ha puesto contra la pared a millones de patriotas y los ha obligado a huir de su tierra, de su cultura y de su gente, abandonando por doquier sus pocas o muchas posesiones con tal de encontrar mejores oportunidades y condiciones para sobrevivir.

Ahora vemos por las imágenes que nos comparten los diversos medios, que la escena se repite en otra latitud muy lejana, otra cultura, otra religión, otras condiciones. Los talibanes se han tomado el poder en Afganistán y victoriosos, sin ganar la guerra, observan delirantes como el ejército del tío Sam ha salido con el rabo entre las patas después de gastar infructuosamente billones de dólares en una confrontación de nunca acabar. Las imágenes de la gente queriendo huir de Kabul, su capital, son espantosamente aterradoras. A como dé lugar, sin nada más de lo que llevan puesto, esperanzados, se hacinan en los grandes aviones con tal de salir de ese infierno. Los que no logran entrar se aferran desesperados a alas y alerones del avión para caer al vacío a los pocos segundos del despegue y matarse contra el piso. Eso, no me parece nada gracioso.

No sabemos nosotros qué es esto de quedarse sin tierra, sin casa, sin nada. Por eso resultamos tan excluyentes como xenófobos, tan crueles como payasos de baja estopa. No pareciera afectarnos para nada el dolor ajeno. Creemos jocositos que aquellos la pasan delicioso en su obligado turismo de pasar hambres y desprecios. ¿Qué tiene de chistoso recorrerse a pie cientos de kilómetros de una carretera solo o con su familia a expensas de alguien que generosamente les tire una moneda o les de una botella de agua?, ¿los afganos que llegan traen su pasaporte diplomático y pagarán cómodamente un hotel?, ¿vendrán en mejores condiciones que los vecinos de al lado? Excúsenme ser aguafiestas de esos chistes, pero la crisis humanitaria que vivimos es grave, con ellos como emigrantes y con los millones de nuestros propios que ya teníamos. La inequidad se acumula y todo seguirá igual si nuestra clase política dirigente sigue siendo la misma con los mismos, repartiéndose el erario, en tanto el pueblo sigue literalmente jodido.

Con la desgracia no se hacen chistes, porque estoy descubriendo que con el solapado argumento de que somos un pueblo resiliente y de buen humor, estamos peor que antes.

Cójanlo, cójanlo, suéltenlo, suéltenlo

Somos un país desconcertante. Vivimos quejándonos del Estado ineficiente. Todos los gobiernos son malos. La justicia es inoperante y si funciona es para los de ruana. Palo porque bogas y palo porque no bogas. Criticar por criticar es nuestro lema, nada nos gusta, nada nos satisface. SI no hay vacunas ¿por qué no han llegado? Si llegaron, ¿por qué no de la marca que me gusta? El canibalismo en las relaciones sociales nos tiene con sobrepeso.

El tema de hoy no es exagerada caricatura. Cuando el raponero callejero corre con su botín, la gente le abre paso gritando “cójanlo, cójanlo” y cuando el policía de la esquina, obediente a su tarea por fin lo atrapa, le gritan “suéltenlo, suéltenlo”. Queda uno súpito. Al fin qué: ¿que se haga justicia, o que sigamos lo mismo? Incomprensible.

La tal Epa, esa misma que con un martilllo en mano destruyó una estación de Transmilenio, frente a millones de colombianos que mirábamos impotentes su desfachatada sonrisa mientras lo hacía. Esa que fue solo regañada dulcemente por la autoridad y que en segunda instancia es condenada a un tiempo de cárcel, ésa misma resulta ahora inspirar benevolencia, compasión y ternura. Pobrecilla ella, angelical criatura, víctima de una justicia que se ensaña con tan simpática jovencita. Hasta movilización nacional exigiendo su libertad. Los psicólogos sociales nos deben una explicación: cójanlo o ese anhelo implacable de disciplina y orden. Suéltenlo o la apoteosis de la anarquía y el desorden. Nos movemos esquizofrénicamente entre querer rigor, mano dura y, a la par, ser blandos, permisivos, laxos.

En el fondo alcanzo a vislumbrar un resentimiento generalizado contra la justicia desbalanceada, porque no es que la muchacha esa no se merezca una fuerte y merecida sanción. No. El problema es que estos ladronzuelos de calle y estos vándalos sociales se convierten en chivos expiatorios de una justicia radical y muy severa contra ellos y bastante ciega, ineficiente y complaciente con los ladrones de cuello blanco que se roban miles de millones, han ordenado masacres, roban a cuentagotas a todo el país y no les pasa nada, siguen ahí, impunes, toteados de la risa. Esa es la injusticia. Porque es bien sabido que en las cárceles hay muchos que por poca cosa pagan largas condenas en tanto siguen sueltos otros que deberían estarlo para siempre. Y como si fuera poco, el expresidente sale a proponer entonces amnistía general para todos. ¡Por Dios!

En mal momento o coyuntura se da esta confrontación, porque impávido el país entero mira cómo el carrusel de las contrataciones sigue robándose miles de millones sin que les pase nada, en tanto le meten cinco años de cárcel a esa pobre niña. De modo que, si no han cogido a tan protagónicos ladrones, dejen suelta a la muchacha, es la radical conclusión. Estamos mal, muy mal. Desde que la justicia se corrompió, “que entre el diablo y escoja”.

Tentaciones políticas

El artículo llamado “Al meollo del asunto” que resultó exitosamente viral sin habérmelo propuesto, sigue poniéndome en contacto con gente de muy diversas latitudes geográficas y condiciones humanas. Que desde varios países de América, Europa, África, la mismísima ONU o por estos lares, desde los Llanos y la Amazonia, el norte y sur del país andino, lo ponderen y valoren, no ha dejado de sorprenderme.

Ahora, prestantes políticos, algunos activos y otros retirados, con las banderas de quienes están hartos de polarizaciones entre los mismos con las mismas, se han puesto en contacto para invitarme a animar un movimiento de renovación política que le diga basta ya a la politiquería tradicional que nos tiene sumidos en este caos y que, con gente de todas las edades, profesiones, credos y estratos sociales cambiemos este ajedrez y transformemos a Colombia.

Es una dulce pero peligrosa tentación. La política siempre me ha gustado, no tengo porqué negarlo, convencido como soy de que todos los seres humanos somos políticos por naturaleza, así no nos gusten los colores partidistas y sus estrategias mañosas para gobernar y “repartirse la marrana” como coloquialmente afirmamos. Por mis trabajos apostólicos he tenido que encontrarme muchas veces con personajes tan diversos como interesantes: Lleras Restrepo, Belisario Betancur y Álvaro Uribe, para citar solo expresidentes, pero también gobernadores y alcaldes, como Antonio Navarro y Sergio Fajardo, por ejemplo, o congresistas y ministros. La cosa política me gusta y creo ser bastante crítico de esa “arena” circense a la que saltan muchos para luchar honesta e incansablemente, algunos otros para ser devorados por fieras hambrientas, y no pocos, para lucrarse mezquinamente a costa de un pueblo apático de la participación política y bastante ingenuo a la hora de tomar posturas propias. No pocas veces, con toda asertividad le he dicho a más de uno lo que realmente pienso a sabiendas de que puede gustarles o no. Eso que llaman lo políticamente correcto me produce náuseas. No importa. Me he sentido profundamente libre para pensar con conciencia crítica, ser auténtico y evitar mimetizarme camaleónicamente según las conveniencias. Eso me ha granjeado muchos amigos pero también enemigos.

Me han dicho, pues, que el actual momento de este país no da espera y que lo piense muy bien porque hay que buscar responder a las causas más grandes y nobles y no quedarme en mi mundillo clerical. Me sonó muy ignaciano eso del “más”, pero también me hizo recordar las tantísimas tentaciones que tuvo Jesus de Nazaret. Pareciera sentirme felizmente en Domingo de Ramos pero oteo en el horizonte la tragedia del Viernes Santo con crucifixión y sepultura incluidas. Muy interesante, muy atractivo, muy pertinente si se quiere, pero no. El galileo se escabulló de quienes querían hacerlo rey y sabemos que quienes a lo largo de la historia sucumbieron a la tentación no tuvieron finales rosa. Los curas no somos para eso. Por eso somos curas. Claro que tenemos que ser políticamente activos sin endosar nuestra libertad de conciencia a ningún movimiento en particular. Si quieren les ayudo como asesor o consejero, como formador integral de jóvenes líderes, o en las lides educativas que han sido las mías durante 35 años. Eso sí.

A estas alturas de la vida, “el palo no está pa cucharas”. Creo que como cura puedo y debo hacer mucho más en el servicio a la Iglesia y a mi patria. Además, ya lo hemos visto, no basta la buena voluntad, ser decente y buena persona. Hay que estar preparado en temas muy diversos y saberse rodear de los mejores. Es más, la experiencia en el servicio de lo público, si bien es compleja y tiene muchos vericuetos es absolutamente necesaria para una buena gestión pues siempre habrá quien quiera buscarte el pierde. Llaneros solitarios sin respaldo han terminado cooptados por sus críticos y detractores, cuando no se han frustrado traumáticamente y achicharrado para siempre. Me siento realizado en mi vocación y creo que lo mejor por ahora es quedarse quieto en primera, o ustedes, ¿qué opinan?

Algo pasa en el deporte

Como país, propiamente hablando, no es que seamos muy deportistas y eso viene de los hábitos caseros muchas veces sedentarios y perezosos, con dietas cargadas de carbohidratos y comida chatarra que incentivan el sobrepeso, pero también de la escuela donde las clases de educación física para muchos son una tortura semanal y las llamadas tardes deportivas, un acontecimiento eventual. Desde el Estado ahora contamos con un ministerio del deporte, pero sospecho que su presupuesto no es generoso porque no se observan resultados.

No hay por qué extrañarse, entonces, del bajo rendimiento de nuestros atletas, la mayoría de los cuales, de extracción humilde, les ha tocado hacerse a pulso y con mucho esfuerzo, sin patrocinios de mecenas del deporte. Realmente pocos sobresalen y se convierten en referentes y cuando triunfan solitarios, ha sido tradición que desde el alto gobierno se les felicite y condecore y todos nos sintamos con derecho a recibir una cuota de participación en sus personales y sacrificados méritos.

No sé si gracia o pena me produce vivir por años de la renta de glorias pasadas. Por lo menos 25 gozamos el 4-4 con Rusia en el mundial del 62, como diez el gol de Rincón a Alemania en el mundial de Italia, otro tanto el 5-0 a Argentina camino a Estados Unidos. Eso en el fútbol donde no vemos todavía un camino despejado y fácil hacia Qatar. Igual en el ciclismo: primero con Cochise Rodríguez, luego Fabio Parra, Lucho Herrera y ahora la trilogía de Egan, Nairo y Rigo. En boxeo con Pambelé, Rocky Valdez y el Happy Lora.

Lo más grave es que queremos que esa renta dure décadas, pero poco o nada hacemos por promover nuevas figuras. Por eso estos olímpicos de Tokio han resultado tan decepcionantes y en vez de mejorar, como la cola de las vacas, hemos ido de para abajo. Mariana Pajón, realmente excepcional después de ganar oros en dos olimpiadas, todavía nos trajo plata a pesar de que los años pasan. Queríamos que la Ibargüen y los otros fueran eternos y no. Y nos ponemos bravos y demandamos una pelea de boxeo a ver si nos consuelan con algo y nada. Hay que reconocer lo logrado, pero en toda la historia tenemos poco más de 30 medallas y sacamos pecho por eso sin caer en cuenta de que esa cifra la sacan muchos otros países en una sola justa.

Qué tristeza, vergüenza y rabia el bochornoso espectáculo de las barras en nuestros estadios con hinchas que no hacen nunca deporte, pero sí consumen toda clase de drogas y con su violencia son un peligro para la sociedad. La fuerte escena de la repetida pateada en la cabeza de un hincha a otro es criminal, pero la “justicia” nuestra no da para judicialización y el sinvergüenza delincuente sale sin cargos, libre, orondo y airoso como la Epa aquella, vándala infeliz que hizo daños millonarios en Transmilenio y solo recibió un tierno llamado de atención. ¡Despropósitos!

Dicen que el deporte es salud y me consuela ver que aumenta el número de practicantes, aunque sea exiguo todavía. En tanto se promueve y aumente, lo digo sin pelos en la lengua, así más de uno se me ponga bravo, seguiremos siendo un país física, psicológica y moralmente enfermo o, si quieren, no saludable. ¡Es hora de ponerle atención al deporte!

Jesuitas, controvertidos personajes

El asunto viene desde su fundador mismo, un hombre lleno de grandes aspiraciones y deseos, que no se contentaba con poco, que no daba el brazo a torcer, que era muy exigente con los otros, pero más consigo mismo, un hombre apasionado que vivió tan radicalmente el mundo de lo material y superfluo como lo trascendente espiritual. Ese peregrino de la vida, siempre en movimiento, siempre más, siempre mejor, siempre universal, cuya fiesta celebramos este 31 de julio y que celebra también los 500 años de su conversión.

Ya dentro del primer grupo de compañeros fundadores, las cosas no fueron fáciles y sobrellevar caracteres tan diversos, con posiciones no siempre convergentes fue y sigue siendo todo un reto. Los jesuitas desde el inicio de su vida religiosa no están moldeados todos por igual como si fueran producidos en serie, eso que llamamos hoy día clones. Cada uno tiene su propio y genuino molde, el cual siempre se rompe.

El carisma ignaciano es tan amplío y flexible que permite la realización plena de los individuos que lo asimilan, en campos apostólicos plurales. Por eso encontramos personajes realmente exóticos, por lo únicos, evangelizando cualificadamente no solo en las ciencias filosóficas, teológicas o canónicas, sino también en las ciencias exactas: matemáticas, física o astronomía, la biología en su abanico grande de especializaciones y también las ingenierías; las ciencias humanas y sociales, economía y derecho, historia, literatura, pedagogía o psicología; en el arte y la cultura, en sus variadas expresiones de arquitectura y diseño, música o pintura, el cine y el teatro, pero también en las tareas más inverosímiles: conduciendo un taxi, de payaso en un circo, investigando en la NASA o de taparrabo en la selva conviviendo con etnias ancestrales. Casi que podría afirmarse que están por todas partes, permeando todas las realidades del acontecer humano.

Juzgados de paradójica manera, amados y odiados, para muchos, santos, para otros, demonios, esencialmente son signo de contradicción, porque acompañan con su consejo a los ricos y poderosos de las élites, pero están insertos también en los sectores más pobres y miserables. Para algunos son expresión de la derecha más ortodoxa y para otros guerrilleros comunistas. Dueños de instituciones reconocidas y poderosas andan también con los desechables de los suburbios de las grandes ciudades. A algunos les parece que son maestros espirituales excelsos y a otros demasiado metidos en cuestiones políticas.

A su alrededor se han tejido leyendas como esas que magistralmente citara el inolvidable padre Pedro Arrupe en el “Modo nuestro de proceder”“Exagerando o inventando defectos, ocultando o deformando virtudes, atribuyendo inventadas intenciones, se creó la caricatura folletinesca del jesuita: taimado, soberbio, sinuoso en el trato, falaz, caza-herencias, adulador de los poderosos y cortesano intrigante. Esa es la descripción que algunos diccionarios sectarios, y otros populares después de ellos, dan de la palabra ‘jesuita’. Para ellos, la Compañía, además de sus enormes riquezas conocidas, domina desde la sombra ingentes capitales, ha derribado gobiernos y provocado guerras en provecho propio o del Papado; los jesuitas han envenenado las fuentes, han tramado regicidios, han recurrido al puñal y la pólvora, han torturado mentalmente a los moribundos, quisieron fundar un imperio en América, intrigan en el Vaticano, y quieren dominar el mundo”. Hoy dirían que ya casi lo logran con Francisco, este Papa jesuita.

Y es que en la vivencia de su espiritualidad, como también lo constatara el gran Arrupe, esta vez en otra conferencia maravillosa “Arraigados y cimentados en la caridad” se presentan, entre otras, fuertes tensiones como las del servir a la fe pero sin olvidar la promoción de la justicia; ser místicos contemplativos sin dejar de tener los pies sobre la tierra, poniendo polo a ella con la acción del trabajo; ser radicalmente obedientes a las directrices eclesiales sin perder la capacidad del análisis crítico que gracias al discernimiento no deja que las cosas se traguen enteras; y para no pretender ser exhaustivos, la tensión entre la iniciativa personal expresión de esos múltiples y muy ricos talentos y carismas y el sentido corporativo que hace que realmente no se caiga en la fragmentación de volverse ruedas sueltas.

De la herida que sufriera Ignacio de Loyola en Pamplona, en 1521, es decir, de un accidente traumático y doloroso, de un revés existencial que trastocó todos los planes de vida, como consecuencia, comienzan a verse cambios y transformaciones profundas que hacen “ver todas las cosas nuevas en Cristo”. Eso lo vivió en carne propia el fundador, pero del mismo modo lo siguen viviendo los jesuitas, esos controvertidos personajes que tanto han dado de qué hablar.

Banderas al revés en un país al revés

De niño aprendí a respetar y valorar los símbolos patrios. Mi mamá me hacía poner de pies cuando sonaba el himno nacional y en una lámina grande que pendía de una pared de la casa podía leer sus 11 estrofas, algunas de las cuales rimaban frases abstrusas; la bandera tricolor se izaba en las fiestas patrias y se reprochaba socialmente la casa de familia o edificio público que no lo hiciera; el escudo, en cambio, aunque bonito, nos hablaba simbólicamente de asuntos inexistentes: un cóndor casi extinto, unas cornucopias rebosantes de oro en un país mayoritariamente pobre; un gorro frigio que nunca he visto ni como gorro ni como la libertad que dice proclamar, el istmo de Panamá que ya no es nuestro, la granada, una fruta nada común, en fin… en las clases de educación cívica nos hacían aprender sus significados sin que dejara de llamarnos la atención estas exóticas realidades.

Muchos años después, en alguna de mis visitas a Argentina, me impactaba ver en el altar mayor de las iglesias, la bandera nacional. Se erguía siempre limpia y elegante, no podría nunca tocar el piso y el día que tuviese que cambiarse, en un ritual solemne se quemaba. No era un trapo para envolverse ni para jugar con él, se profesaba un respeto profundo y se nos decía que muchos héroes de la patria austral habían ofrendado su vida defendiéndola. Esta veneración casi sagrada me impactó hondamente.

Con la pérdida paulatina de ese fervor patriótico, alimentado por generaciones de padres y educadores insulsos y desteñidos que nunca irradiaron ese amor por los símbolos patrios, que nunca entonaron bien las notas marciales del himno y tampoco lo cantaron con entusiasmo, si no es que se quedaban callados como si fueran de un país en la antípoda, en mis rectorados escolares obligaba a mis estudiantes a cantarlo duro y con respeto. Todavía me lo recuerdan con agradecimiento así en ese momento me odiaran por ello. Lástima que por impuesto decreto se volvió cual canción comercial que suena puntualmente en las emisoras cada doce horas, a las seis.

La bandera, por su parte, se volvió un trapo arrugado, feo y raído que dice mucho y no dice nada. En estos días de paro la han resucitado para ondearla al revés queriendo simbolizar efectivamente que estamos en un país al revés. El rojo pasó a la parte superior y a ocupar medio campo porque es verdad que después de simbolizar a quienes derramaron su sangre por conquistar nuestra libertad hoy simboliza los ríos de sangre que bañan todos los días nuestros campos y ciudades ante la mirada indiferente e indolente de quienes por mandato no podrían tolerarlo. El azul del cielo, de nuestros ríos y mares, permanece incolume cual mudo testigo del caos. El amarillo que simbolizaba nuestras riquezas y valores está en la parte inferior para expresar lo mezquinos y rastreros que nos hemos vuelto y cómo nuestros principios y valores se fueron abajo y están por el suelo.

Lo que en principio me causó indignación y rabia por irrespetuoso frente a un símbolo patrio, hoy lo comprendo y entiendo. Estamos en un país patas arriba que hipócritamente censura una bandera al revés, pero aplaude la pobreza, la injusticia y la corrupción y le importa un bledo la miseria y el caos en el que nos encontramos. Ese país que exporta asesinos cualificados, el país del poderoso chofer de tractomula que acosa un indefenso niño ciclista para aplastarlo y luego quedar libre porque no hay de qué acusarlo. El país de los jóvenes sin futuro cuyo único programa es salir a robar, vandalizar, destruir y matar. El país político que en su vergonzoso Congreso sigue haciendo jugaditas y trampas en medio de mentiras y traiciones. Ese país que no toma en serio la protesta social y rápidamente la macartiza de terrorista con el afán electorero de aumentar botines políticos en vísperas de elecciones.

Ordenar las cosas no es volver a izar la bandera correctamente o cambiar de color el uniforme de sus policías. Es promover reformas estructurales antes de que esto acabe de empeorarse. Necesitamos renovar nuestros liderazgos con gente joven, sana y honesta, que de verdad quiera su patria. Esos son los nuevos héroes con los que queremos celebrar estas festividades del 20 de julio y el 7 de agosto, entre el 1 de enero y el 31 de diciembre, todos los días de todos los años. Lo demás es moralina cargada de lamentos políticamente correctos.

Vivir con lo esencial

Llegan muchos mensajes todos los días, algunos chistosos, otros que ponen a pensar y otros que son realmente basura. Una amiga nariñense me envió uno esta semana que, como se dice, me hizo el día: “nacemos sin traer nada, morimos sin llevarnos nada. Pero, en ese intervalo peleamos por lo que no trajimos y por lo que no nos llevaremos”. Cortas frases, gran sabiduría.

Es verdad cuando se dice en la declaración universal de los derechos humanos que todos nacemos libres e iguales; no se está hablando de una utopía sino de la mera y pura realidad. Vinimos al mundo empeloticos, esto es, desnudos, sin nada… sin embargo, el problema ya ha comenzado, porque si la cigüeña te dejó en la quinta avenida de New York, de seguro que te va a ir mucho mejor que si te dejó en un suburbio latinoamericano. Uno y otro van a estar preocupados en su vida, el uno para no perder todo lo que tiene y el otro para alcanzar lo que no tiene. Creerán que la felicidad consiste en llenarse de cosas y si acaso, muy tarde, descubrirán que el sentido auténtico de la vida era otra cosa y que por andar MFT, la desgastaron tontamente.

Debería entonces redactarse un acapite en la tal declaración que diga: y todos morimos por igual, sin distingos ni clases y peor aún, sin llevarnos nada… De pronto eso nos ayudaría a ser más cuerdos y sensatos, y nos animaría a llevar una vida más simple y austera, sin tanto boato baladí, sin tanta alharaca, sin tanta apariencia. Caeríamos en cuenta que los títulos académicos te dan conocimiento, pero no necesariamente sabiduría; que los aplausos y vanos honores son flor de un día; que el poder obtenido ciertamente fue por un cuarto de hora; que el dinero habido te satura de cosas, pero no garantiza que seas feliz; que muchos bienes materiales hubiese sido mejor no tenerlos. ¿Qué nos llevamos de todo esto? ¡Nada!

¿Qué es entonces lo esencial? Saint-Exupéry pondría en boca del zorro tan simple secreto: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. ¡Háganme el favor!  Entonces, lo fundamental, lo que vale la pena, a lo que hay que apostarle la vida, ¿no es una cosa, no es una persona? Con razón no somos felices, porque nada nos llena, nada nos satisface, insaciables de lo accesorio y carentes de lo realmente importante. ¡Cuán pifiados estamos en la vida!

Si en nuestra jerarquía de valores, nos ponemos en la tarea de ordenar nuestra existencia, creo que la suerte del mundo sería otra. Definidas sincera y honestamente nuestras principales apuestas, descubriríamos el tesoro maravilloso que se encierra detrás de lo simple y lo sencillo, y dejaríamos a un lado el estresante frenesí que cotidianamente nos desgasta, efímeramente nos ilusiona y, finalmente, nos deja vacíos. Entonces y solo entonces andaríamos con firmeza por la senda de la auténtica felicidad y no sufriríamos tanto por lo que no vale la pena. Sí, amigos, así de simple, así de fácil, así de asequible. Creo que todavía estamos a tiempo de tomar la mejor decisión. Recuerden: somos libres de hacer con nuestra vida lo que queramos, pero a la hora de nacer y morir somos igualitos, de modo que no perdamos tiempo en el intervalo por lo que no vale la pena. Vayamos a lo esencial y vivamos con ello, así seremos felices y Dios nos bendice.

Cuando la salud pasa factura

A las 12 del día se le veía espléndido, a las 16 estaba internado en el Policlinico Gemelli. El papa Francisco nos da una nueva sorpresa. Su vigor característico a pesar de sus ochenta y tantos, de pronto, a la brava, lo conmina a recluirse en obligado descanso. Nadie en la plaza de San Pedro imaginó al sonriente pontífice que estaría horas más tarde en un quirófano.

Eso nos puede pasar a todos. Uno se levanta vivo y saludable y nunca se le ocurre cómo podrá estar al final del día. Más dramática es la escena cuando la persona goza de excelente salud, no sabe lo que es tomar medicinas, se cree omnipotente y con larga vida por delante y resulta que un accidente, una situación cualquiera, ipso-facto puede cambiar sus planes de vida.

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Y te las da para que agaches el moco y con el rabo entre las piernas reconozcas que no eres eterno, que no eres Dios, que también te enfermas y te puedes morir.

San Ignacio, en el “Principio y fundamento”, primera meditación de sus “Ejercicios espirituales”, de entrada, pone en su sitio al ejercitante invitándolo a ordenar su vida, esto es, poniendo los valores en el lugar que les corresponde. Allí se explicita la indiferencia frente a todo, llámese “salud o enfermedad, vida larga o corta”. Como quien dice, puestos los pies sobre la tierra, convéncete de que hay cosas que dependen de tu propio albedrío, pero hay otras muchas que no. ¿Quién podrá garantizarle a uno buena salud o larga vida?

Estar con vida y gozar de buena salud es un tesoro inestimable que se puede escapar de nuestras manos en cualquier momento. Una persona débil y enfermiza, que consume cualquier cantidad de pepas, agradece al Dios de la vida cualquier oasis de buena salud que tenga, en tanto una persona saludable y muy vital, que no sabe lo que es un dolor de cabeza, que no toma ninguna medicina, cuando se ve abocada a una enfermedad u hospitalización, sufre un shock traumático muy grande.

Además, la salud pasa sus cuentas de cobro cuando por gozarla siempre uno no se cuida lo suficiente o se desmide y abusa. Entiéndase, trabajar más horas de la cuenta, trasnochar hasta tarde, comer a deshoras, no dormir lo suficiente, no saber descansar, estresarse con altos volúmenes de trabajo y múltiples responsabilidades. Esas facturas son costosas. Algunas son reversibles y se pueden pagar, pero muchas otras son implacables e impagables. Lo triste es que, en esta sociedad de desechables, las piezas malas se cambian cual repuestos, se echan de menos un rato y después se olvidan.

Estas realidades nos ponen a pensar en serio sobre lo que es es esencial e importante y lo que es relativo y secundario. La vida es única, irrepetible, quizás demasiado corta. Hay que cuidarla entonces y por eso hay que cuidar la salud. Si logras caer en cuenta de esto a tiempo habrás alcanzado uno de los objetivos más importantes. No lo olvides.

Basta ya de tanta violencia

Esta locura que estamos viviendo tiene que pararse ya. Al paso que vamos, si lo que impera es la ley del talión del “ojo por ojo”, pronto vamos a ser un país de tuertos o de ciegos. No es chiste. Es dramática realidad. Recuerdo el caso de dos familias guajiras, los Cárdenas y los Valdeblanquez que literalmente se extinguieron mutuamente con esa consigna.

En toda mi existencia no he dejado de ver violencia por doquier, las de antes: la que trajeron los conquistadores arrasando la población indígena nativa; la de las guerras de independencia; la de las luchas intestinas de la patria boba que luego se volvieron civiles por el control del poder; la de los mil días entre conservadores y liberales y que siguió por décadas bañando de sangre nuestros campos y ciudades, y las de hoy: la de las guerrillas; la del Estado con su doctrina de la seguridad nacional por allá en los 70 y 80; la paramilitar; la del narcotráfico; la de la delincuencia organizada; la de los falsos positivos… Y como si no fuera suficiente: la violencia cotidiana, la que se da a nivel intrafamiliar, pero también la que se da contra las mujeres y contra los niños inocentes; la escolar con el bullying; la de la calle, todos los días, que roba y asesina; la de los vándalos que destruye por destruir todo a su paso y nos acrecienta la miseria; la del Esmad cuando excede su poder y su fuerza contra de la población civil; la de las redes sociales cargadas de odios viscerales, insultos e improperios. La lista sigue. Es tanta-tanta que he pensado si es que estamos condenados a ella para siempre, si es que se trata de un problema genético-ontológico del colombiano, si es que es un problema cultural arraigado muy difícil de superar o qué es, pues, lo que nos pasa en nuestra deteriorada alma que hizo a San Juan Pablo II definirnos como un “país moralmente enfermo”.

De lo que me voy convenciendo es que esto ya es patológico grave y no veo a nadie, ni líderes relevantes, ni instituciones creíbles que quieran y puedan detener esta locura. La violencia en su espiral devastadora se nos volvió paisaje. Es más, nos ha convertido en sedientos vampiros que más bien extrañamos el día que no haya muertos. La televisión y el cine dejaron hace rato de ser ficción y la realidad la supera cual zaga de Netflix dolorosa y cruel. En otros países, un solo muerto hubiese dado para manifestaciones multitudinarias de rechazo. Aquí no, aquí más bien hay quien no solo las justifique y se alegre, sino insensatos de lado y lado que pidan aumentarla, ya para vengarse de esa sociedad rica e indolente que por siglos le ha importado un bledo el hambre y la miseria, ya para reprimir con mano dura y como se merece esa enardecida chusma ignorante, culpable del retraso de nuestro país. Tan vergonzosa realidad hace entender mejor la frase de Jesús en la cruz: “perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen“

Lo sabemos, violencia genera violencia. Abre dolorosas heridas en el corazón y suscita traumatismos existenciales difícilmente curables en el corto plazo. El resentimiento que produce puede ser eterno. Hay quienes buscan superar esas laceraciones para no dejarse llevar por los sentimientos de venganza y de querer cobrar justicia por propia mano ante una justicia que no hace justicia. Se necesita mucho valor, mucho coraje, para pasar la página. Pocos logran superarla con una memoria no vindicativa, voluntad de no repetición y decisión de reparación.

Estamos en una coyuntura decisiva frente a la cual no podemos equivocarnos. Basta ya de extremistas polarizantes, detestables y dañinos que se culpabilizan mutuamente y con razón, porque es verdad que juntos han producido esta desgracia, han demostrado por décadas su incapacidad para reconstruir el país y cerrar las brechas sociales, han evidenciado su corrupta voracidad sin tener voluntad política para siquiera menguarla. El pueblo ya les dio la oportunidad y la desaprovecharon. Hay que optar por un camino distinto, refrescante, oxigenante, que, sin dejar de afrontar la realidad de un pueblo generalizadamente maltrecho por toda clase de males, combata las raíces estructurales de estos males agobiantes y de modo propositivo, cual ave fénix, reviva desde las cenizas humeantes, con vida y esperanza, un mejor presente para todos, más humano y digno. Ojalá haya gente que quiera hacerle eco a esta alternativa.

Política, religión, fútbol

Se ha vuelto una costumbre colectiva vetar tres temas si se quiere vivir en paz: no hablar de política, no hablar de religión, no hablar de equipos de fútbol. Se da por descontado que estos asuntos suscitan tantas pasiones que evidenciar los mutuos desacuerdos al respecto sólo genera discusiones interminables y acaloradas, enemistades de por vida, violencia verbal que desemboca en violencia física e, incluso, guerras y muerte. En realidad, no hay ganadores, todos pierden.

Me parece que esta constatación, más que evidenciar un fenómeno humano, en realidad pone al descubierto la inmadurez humana, entendida esta como la incapacidad de ser tolerantes o la contumaz renuencia a respetar la contundente realidad de que todos somos muy diferentes y de aceptarnos como tales. Lo hemos visto estos días, otra vez, en el candente y desconcertante mundo de la política criolla, en la agresividad verbal contra miembros de la iglesia católica y en la violencia y muerte que se dio después de la final del fútbol colombiano.

Ante esa realidad uno tiene varias opciones: entrar en el juego de las polarizaciones; adoptar la posición del avestruz y no querer hablar del asunto; negar la evidencia y decir que esto no es cierto y que esa realidad no existe o, lo que sería sensato: quitarle el tabú al cuento y maduramente dialogar sobre estos asuntos sin necesidad de precipitar nuestra extinción.

El tema político es ineludible para un ciudadano serio, de conciencia crítica bien formada y que quiere un mejor futuro para su país. Es un asunto personal, pero tiene implicaciones sociales y no puede depender de tradiciones familiares. Menos aún podría mutilarle a uno la posibilidad de disentir obligándolo a ser llevado de la nariguera por una cuestión que llaman “disciplina de partido”. En cabezas de un partido no entiendo el transfuguismo de los que le baten cola al poder de turno, pero tampoco entendería, repito, el no poder renunciar, en un determinado momento, a un partido que está desdibujado, no tiene norte claro o va en contravía de principios y valores en los que uno cree.

En religión, a lo largo de la historia hemos visto las barbaridades que se han cometido en nombre de Dios, o de Alá, o de cómo quieran llamarlo. Creer que los demás son infieles, anatemas o blasfemos sencillamente porque no profesan el propio credo, en realidad ha sido una estupidez manifiesta, propia de mentalidades atrofiadas y sin un horizonte humano y espiritual amplio. Fundamentalismos, integrísimos y conservadurismos solo le han hecho gran daño a muchos y han generado resentimientos, resquemores, odios viscerales y posturas irreconciliables.

Finalmente, en el fútbol, como en la política y la religión, pareciera que optar por un equipo, una camiseta de color, unas barras con sus himnos y consignas y unas cuantas estrellas que hay que ganar, se convierten en asunto de vida o muerte. Personalmente soy hincha de fútbol y recuerdo aterrado de cuando un día me puse el uniforme completo con chaqueta y gorra, orgulloso de mi divisa deportiva y alguien me gritó antes de salir a la calle: “¡quítese eso si no quiere que en la calle le peguen una puñalada!” Increíble, inaceptable, abominable. ¿Cómo así qué hay un muerto y muchos heridos entre hinchas de Millonarios al término de la última final?, ¿cómo así que las barras bogotanas de Nacional no aceptan las barras que vienen de Medellín? ¡Oye! Esto es de locura, es decir, esto ya es enfermizo y no sé si patológico.

Me imagino a los extraterrestres mirándonos y diciéndose entre ellos: esperemos un poquito más que ya casi esa raza humana, que paró de evolucionar, está a punto de extinguirse a sí misma, sola ella.

Rol político del educador

La reciente salida en falso del presidente del sindicato profesoral, cuando en entrevista radial dice que su actuar en el Comité Nacional del Paro tenía claras intenciones electorales de cara a los comicios de 2022, me obliga como educador, que lo he sido por más de 35 años, a compartir con ustedes lo que pienso al respecto.

Quienes afirmamos como válida la formación integral en el currículo, sabemos muy bien que la dimensión sociopolítica es tan importante como las otras dimensiones: ética, afectiva, cognitiva, estética, comunicativa, espiritual y corporal, y que una educación humanista y holística no puede prescindir de ninguna de ellas so pena de correr el riesgo de mutilar facetas imprescindibles. La clave está en el balanceo de todas ellas, todas son importantes, todas necesarias. Error craso sería exacerbar una de ellas en detrimento de las otras.

La educación es un acto político estratégico, de ahí que los regímenes de toda ralea, cuando asumen el poder, se apresuran a tratar de controlarla y manipularla en aras de sus particulares intereses. Y es un acto político en la medida en que forma las nuevas generaciones de ciudadanos bien para adoctrinarlas haciéndolas clones sumisos frente a un statu-quo, bien para formarlas libres, responsables, autónomas, con pensamiento auténtico y crítico, esto es, personas.

En el acto educativo, entonces, el centro del proceso es la persona del estudiante. Todos los demás actores, llámense directivas, profesores, administrativos, padres de familia, exalumnos, son “satélites” que gravitan a su alrededor. Me parece que el señor de quien hablamos y la entidad que representa desde hace muchos años tienen trastocado el eje pues quieren colocar en los profesores un protagonismo que no les corresponde. Entiéndase bien lo que digo, por favor, para que no me excomulguen del gremio sin que haya acabado de explicarme: una cosa es la necesidad de hacer valer nuestra dignidad como educadores, velar porque se nos respeten nuestros derechos, garantizar el reconocimiento que tan noble vocación merece, actitudes elementalmente justas, y otra, es olvidar a los estudiantes anteponiendo nuestros razonables intereses sobre el derecho que también ellos tienen a recibir una educación oportuna y de calidad.

Si a la pandemia que per se ha sido desastrosa por sus devastadores efectos sanitarios, físicos y emocionales en todos, sin mencionar los económicos, se suma no querer trabajar en la escuela porque hay una reforma tributaria en curso, porque hay una reforma en la salud, porque se plantea una reforma en el sistema pensional, porque no nos han vacunado contra el covid-19, porque no se han garantizado las condiciones de bioseguridad, porque vamos a hacer paro tras paro y siempre hay algún pretexto para parar, oye ¿cuándo, pues, vamos a educar a estos niños y jóvenes? Sí, esos mismos que han sido protagonistas en estos días porque los han convertido en carne de cañón, que dicen no perder nada porque nunca han sido ni tenido nada, generación no futuro y sin esperanza. Que los gobiernos indolentes de turno tengan su responsabilidad, nadie lo discute, y ¿cuál es la cuota que debemos asumir los educadores en esta debacle? Qué es mejor: ¿dejar abandonados a estos estudiantes sin hogar y sin escuela por andar en protestas y marchas, o ejercer el más revolucionario de todos los actos que es precisamente educarlos para que sean los transformadores de este caos estructural en el que nos encontramos? Ese es el verdadero rol político del educador, no estar buscando politiqueramente una curul en el Congreso, sumiso a un determinado partido político. Hablémonos honestamente y pongamos las cosas en su sitio. Si quiere hacer política callejera, hágala, está en su derecho, pero no la haga parando un gremio que ya debería estar trabajando, no a costa de una generación entera de colombianos.

País de intolerantes

Cuando hablamos de tolerancia suponemos dos cualidades: respeto y aceptación. Respeto por la diferencia y aceptación de la misma. Y eso es precisamente lo que nos ha faltado desde hace rato en este país, porque quien piense distinto y así lo manifieste, automáticamente se convierte, si no en enemigo, como mínimo en adversario y amenaza.

Ha ido cobrando fuerza eso que se denomina la cultura del odio, que autores como Mario Mendoza describen muy bien. Es el rechazo a lo extraño, lo diferente, y que desde temprana edad nos ha ido infectando el alma. Si en fútbol usted es hincha de Millonarios, visceralmente es adversario de Santafé, Nacional o América. ¿Cuántos apuñalados y cuántos muertos de lado y lado por llevar la camiseta del otro equipo? Incluso, en un mismo equipo, ¿cómo así que las barras de una ciudad no aceptan los que vienen de otra?

En las conversaciones y hasta en el humor cotidiano, vemos desprecio y rechazo por quienes provienen de grupos étnicos o raciales distintos: negros e indígenas, por ejemplo, son objeto de burlas, ridiculizaciones y posturas adversas. Los consideramos seres inferiores, perezosos, sucios e ignorantes. Esos inaceptables prejuicios y esas actitudes excluyentes ya causaron 60 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial. Es verdad que otras fueron las víctimas, pero el equívoco punto de partida fue el mismo.

Ha menguado mucho en lo religioso, pero igualmente no han faltado las descalificaciones agresivas entre protestantes y católicos. Descarriados aquellos, intransigentes estos, desubicados todos, aseguran servir al verdadero y único Señor a quien no ven y no respetan ni aceptan a su prójimo a quien sí ven.

En diferentes ámbitos LGBTI, es proverbial el maltrato y la exclusión: por la edad, el color de la piel, la apariencia física, atractivo, rol sexual, tamaño de los genitales, etcétera.

Y ¿qué decir del ámbito de lo político?: hace años, por ser liberales o conservadores, los campos y ciudades se tiñeron de sangre por el solo hecho de pertenecer a uno u otro partido. Actualmente es si usted es de derecha o izquierda, y muchas veces ni siquiera eso, sino porque el macartismo es tal que si se defienden los derechos humanos, se apoya un movimiento social o se critica el establecimiento, automáticamente se es de izquierda, y si usted defiende el orden, promueve ciertos valores éticos o religiosos, inmediatamente es puesto a la derecha. ¡Por Dios!

Cuando se es minoría o cuando se tiene la certeza de ser excluido, se reclama respeto, aceptación, tolerancia. Lo paradójico, por no decir tragicómico es que cuando las relaciones asimétricas se invierten, quienes asumen el liderazgo y el poder se vuelven tan excluyentes y crueles como aquellos que criticaron. ¿Fue mejor Castro que Batista? ¿Ortega que Somoza? ¿Chávez que Pérez? La historia parece demostrarnos que no.

Somos plurales, diversos, diferentes. Eso no es malo, ni es tara, problema u obstáculo. Ese variopinto es riqueza, cúmulo de dones, talentos o carismas. Son enfoques, perspectivas o posiciones que se ayudan y complementan. Si habláramos menos y escucháramos más, con atención y respeto, con apertura y grandeza de espíritu, esto sería otro cuento, otra la historia, porque la cosa no es simplemente blanca o negra sino multicolor y así como un pájaro o un avión necesitan dos alas para volar, también la cabeza necesita de los pies y la razón del corazón para que las cosas funcionen. ¡Elemental, mi querido Watson!

Reventados

He dicho que como país estamos atravesando la mayor crisis estructural de nuestra historia. Sabemos que afrontarla no es nada fácil y que salir de ella tomará tiempo. Igualmente, creemos que se necesitan líderes corajudos y decididos en la mesa de negociaciones para lograrlo y nos molesta no ver avances, no sé si por miopía o porque el paquidermo efectivamente no se mueve. El hecho es que llevamos 35 días de paro y todos los días sale gente de todas partes para marchar y protestar. No se cansan, inmunes al sol y a la lluvia. ¿Trabajan? No. ¿Estudian? No. Nunca han tenido nada, algunos lo habían perdido todo. Por eso no hay nada que perder. Si acaso la vida por el covid-19 pero era preferible salir a la calle y enfermarse que morir de hambre en casa. Son jóvenes, familias enteras, sin futuro.

El rector de la Javeriana escribió un twitt el pasado 21 de mayo que me gustó mucho: “No sigan dilatando el comienzo de las negociaciones añadiendo condiciones y temas. El país está reventado. Queremos trabajar, queremos estudiar, queremos movilizarnos libremente, llegar a tiempo a la casa y al trabajo”. ¡Hace 15 días y la cosa sigue igual!

Estábamos muy maltrechos por la pandemia y sus consecuencias, pero ahora sí que estamos reventados con esta tomadura de pelo. No sé a qué están jugando estos señores apoltronados en sus cómodas trincheras, sin mirar más allá de su afán de protagonismo y de ganar dividendos políticos para su botín electorero. Qué insensatez, qué falta de sentido común. Dicen las partes que aman la patria, pero les importa un bledo la economía paralizada, la infraestructura cada vez más vandalizada, que no destruida, la crisis sanitaria en aumento, la sangre de los muertos y heridos chorreando por doquier. Hace rato que el gobierno debió tomar riendas y el tal Comité de Paro descalificar la violencia y la anarquía. Cada día que pase será un año más que tendremos que tomarnos para recuperarnos. Estamos en la apoteosis de la patria boba, desgastados en luchas intestinas fratricidas y oteo revoloteando en el horizonte aves de rapiña listas a devorar lo que quede del muerto. Imperdonable.

Caída la reforma que propusiera el ministro de infeliz memoria, sabihondo de economía neoliberal pero que nunca ha comprado un huevo en una esquina, desde el ejecutivo se debieron amarrar los pantalones y coger el toro por los cuernos. Sentarse con los líderes de las ramas del poder público no para recibir florecillas perfumadas sino para afrontar la crisis y decir: Sí señores. Estamos mal. No podemos seguir evadiendo responsabilidades. Esto es grave. Vamos a conformar 10 mesas de trabajo con representantes de todos los sectores en cada una de ellas para mirar los temas neurálgicos que nos agobian. Vamos a hacer en cada una el listado de lo más urgente que hay que resolver. Vamos a hablar “a calzón quitao” para no decirnos mentiras, ni hacer promesas engañosas de cosas que no se pueden cumplir, para priorizar las acciones que realmente se deben tomar ya. Hacer un cronograma realista de fechas puntuales para trabajar en comisiones y presentar propuestas concretas de modo que se fueran viendo logros y primeros resultados. El país es lo primero y nuestros intereses mezquinos hay que dejarlos de lado. Aquí, o nos salvamos todos o nos hundimos todos. Pero no. Eso que llaman elegantemente falta de empatía, en realidad pareciera más bien soberbia, desdén y desprecio. Ribetearon fácilmente a todos por igual tildándolos de izquierdistas y siguen tercamente convencidos de que es un complot para destruir su institucionalidad venida a menos.

Sobre la crisis nacional en un principio todos estuvimos de acuerdo, pero ya estamos otra vez en desacuerdo por la forma de afrontarla. Estuvimos de acuerdo en el derecho legítimo a la protesta, pero no hemos estado de acuerdo en que había que denunciar y deslegitimar todo brote violento. Estuvimos de acuerdo con las marchas y las protestas, pero no con los bloqueos indefinidos que tienen reventados a todos los sectores de nuestra economía. Estuvimos de acuerdo en la necesidad de sentarse a dialogar, pero nos agobia el tedio de su lentitud y el ver la prepotencia de sus protagonistas que no ceden nada.

Insisto: cada día más que pase lo lamentaremos tardía e irreversiblemente, pero si es verdad aquello de que “piensa mal y acertarás”, es muy probable que quienes negocian no estén tan estresados porque tienen todo asegurado, cuentan con cómodos salarios y sus familias y propiedades ya están en el extranjero. Algunos de esos, que dizque defienden a su gremio, en vez de retornarles sus aportes descontados por derecha, gastan diariamente millones en publicidad radial, en avisos de periódico, en cazar peleas por cualquier cosa, pero no veo que propongan y construyan nada. Nefastos. El hecho es que estamos reventados: los niños en la casa sin poder vivir su vida normal de colegio, los que trabajan en casa y están hartos de reuniones virtuales, los tenderos y pequeños comerciantes que no pueden abrir sus almacenes, los empresarios promisorios que ven frustradas sus inversiones por el receso obligado, el personal de la salud sobre exigido por la crisis sanitaria, los que por culpa de los cierres se quedan sin empleo, los que pasan hambre y no tienen techo… ¿hasta cuándo?

Ser pacientes

El famoso escritor español, José María Peman, en una obra de teatro escrita en poema, define al santo navarro Francisco Javier como “el divino impaciente” precisamente para resaltar, paradójicamente como admirable virtud, esa impaciencia suya por evangelizar Oriente. No sé si hoy día seríamos capaces de emular al Patrono de las Misiones, pero de lo que sí estoy seguro es que si algo hemos tenido como pueblo ha sido precisamente mucha paciencia.

Paz y ciencia son dos dones que parecieran combinarse en nuestros oídos al pronunciar esta palabra. Es verdad que no lo son etimológicamente hablando, pero sí es verdad de a puño que hay que tener mucha paz interior y saber usar inteligentemente la cabeza, cuando se trata de ser pacientes. La paciencia es en realidad la virtud de saber soportar la adversidad, las penas y el dolor sin perder el control de sí mismo. Y si no que lo diga el santo Job arquetipo de la paciencia excelsa.

En el mundo de la salud, por ejemplo, se habla de los pacientes, aludiendo a personas necesitadas de salud que tienen muchas agallas no solo para sobrellevar la propia enfermedad, sino que tienen que esperar además largas horas para ser atendidos, que les hagan exámenes y chequeos, tratamientos duraderos que los sanen, colas interminables para recibir medicamentos y, sobre todo, sentirse impotentes frente a muchas situaciones sobre las cuales no tienen control por ser totalmente dependientes.

En ese mismo sentido, si algo ha tenido nuestra gente es precisamente paciencia. Puse el ejemplo con la salud, pero podría hacer un listado interminable de casos en los cuales se aguanta y aguanta y aguanta, respecto de estructurales problemas que agobian en gran simultánea nacional. Esa sumatoria o cúmulo de eventos en los que hay que ser pacientes, se vuelve infinidad de actos de paciencia y aguante. Algunos lo llaman, si no eufemísticamente al menos sí elegantemente “resiliencia” o esa capacidad de sobreponerse pacientemente para poder seguir adelante. Lo que no se ha calculado todavía es si en realidad tantos actos de resiliencia o de infinita paciencia, en realidad se han convertido en una olla exprés.

Personalmente soy de los que pienso que, a Dios gracias, a lo largo de este mes hemos tenido afortunadas válvulas de escape que han prevenido un estallido más trágico y violento. La gente está harta de politiquería veintijuliera barata y mentirosa, de pagar impuestos y ver cómo se los roban descaradamente, de tener una educación de mala calidad, de desempleo y pasar hambre, de justicia amañada que favorece siempre a los mismos… ya lo sabemos. Lo grave es que quienes han tenido en sus manos la posibilidad real de cambiar esto a tiempo han jugado a exacerbar nuestra paciencia, se siguen haciendo los sordos y no quieren entender, ¡ay Dios!

Es verdad, como decía Santa Teresa de Ávila que “la paciencia todo lo alcanza”, pero como también decía el compadre de la esquina “tampoco hay que abusar”. Y ya que resucitaron en la Radio Nacional la famosa radionovela Kalimán, no olvidemos el sabio consejo del hombre increíble a su amigo Solín: ¡serenidad y paciencia, mucha paciencia! Lo cual, sin embargo, no significa ni paralizarse, ni impedir actuar con rapidez y eficiencia como toca hacerlo en estas horas de efervescencia y calor, porque Acevedo y Gómez sí que tenía la razón: “si dejáis escapar esta ocasión única y febril, seréis tratados como sediciosos, ved los grillos, los calabozos y las cadenas que os esperan”. Así que el que tenga oídos para oír que oiga y el que quiera entender que entienda, porque en río revuelto la ganancia es de los pescadores y por ahí rondan felices muchos intereses foráneos viendo cómo nos acabamos en luchas intestinas al mejor estilo y de la mejor factura de la patria boba. Por favor, no seguir confundiendo ser pacientes con ser tontos.

Días mejores

A la característica incertidumbre que ha generado esta pandemia interminable con todas sus secuelas, más que conocidas, padecidas, entre las que sobresale la recesión económica y su consabida cadena de males, se ha sumado por ya casi un mes el paro nacional que no es otra cosa sino la expresión de una represión acumulada por décadas que ya no aguantó más y puso en evidencia la crisis estructural que veníamos maquillando y tratando con pañitos de agua tibia. Y como si fuera poco nos bajan la buena calificación de inversión que teníamos y hasta nos quitan la copa América. Mejor dicho, lo único que nos falta es un terremoto para quedar completicos. Tras de cotudos, con paperas.

Tan infelices situaciones, sin embargo, trato de mirarlas con una lente distinta: no la del de la vista gorda que sabe lo que está pasando y se hace el marciano; ni la del aséptico que desde su cómoda poltrona quiere posar de neutral, por no decir indiferente; tampoco la del oportunista que quiere sacarle capital político al río revuelto; ni la del extremista que en su bipolaridad no ve sino blanco o negro; ni la del vándalo que utiliza la pacífica manifestación popular para infiltrarse, agitar el caos, la anarquía, la destrucción, la violencia y la muerte. No. Después de la tempestad viene la calma, después de la noche oscura viene la mañana soleada. Y avizoro mejores días para todos, porque las crisis son oportunidades si realmente se saben afrontar como debe ser.

Lo mejor que ha pasado es sentarse a dialogar. Los mediadores resaltan el ánimo de las partes. No podría ser de otra manera si es que pensamos en grande, si nos pensamos como país. Desgracia sería hacer de estas mesas análogas batallas campales para ver quién gana el pulso, quién es el más fuerte. Solo dialogando, esto es, exponiendo razones y argumentos es como nos entendemos. Por ejemplo, estamos felices porque tumbaron las reformas, tributaria y de la salud, pero al dialogar nos estamos dando cuenta de que es necesario hacerlas, sí, quizás no así como se planteaban, pero hay que hacer ajustes.

Me parece que la mesa nacional de diálogo debe ampliarse luego, en por lo menos otras 10 mesas con temas específicos, al frente de las cuales debe haber representantes de las tres ramas del poder público, líderes gremiales y empresariales, representantes de la academia, líderes sindicales y populares, jóvenes estudiantes, como quien dice, voceros de un país que quiere recrearse, reconstruirse, siendo todos actores propositivos de ese mejor país que también queremos todos. Deben contar con una juiciosa metodología que desemboque en resultados productivos y muy realistas. No se pueden producir acuerdos para echarle un baldado de agua al fuego, cuando en realidad hay un incendio de tamañas proporciones. Farsante sería prometer puentes donde no hay ríos, esto es, mentirse de entrada, otra vez, para aumentar la represa que luego se desborde. Por eso he hablado de ceder y conceder, nunca retroceder. Hay que jugársela toda con honestidad y crudo realismo. Estamos en Macondo, no en Suiza.

Hemos visto que las masivas protestas, acompañadas de expresiones artísticas y culturales se pueden hacer pacíficamente y son realmente contundentes. Y también hemos visto la tragedia del vandalismo, el saqueo y la violencia qué es y lo que producen: más represión y más muertes. Los bloqueos indefinidos nos están acabando y en ambos casos todos resultamos perdedores y peor que antes. Si por un minuto se cayera en cuenta de que las partes enfrentadas son todas del mismo pueblo, que es el que siempre pone los muertos y padece las quiebras económicas, se dejaría de ser idiotas útiles de los extremos polarizantes que se solazan viendo cómo nos acabamos mientras ellos y sus familias en el extranjero tienen todas las comodidades. ¡Basta de ingenuidades!

“No hay mal que por bien no venga”, reza sabiamente el adagio popular. Dije, sabiamente, inteligentemente, sensatamente. Porque si no se asume así, las cosas pueden tornarse peores y eso solo les conviene a los gatos que quieren radicalizar el conflicto para quedarse con el queso y todos los ratones. ¡Pilas!

Al meollo del asunto 2, propuestas

Ahora entendí lo que es la viralidad. Un modesto artículo semanal, sin más pretensión que comunicar a mis amigos lo que pienso, de pronto resulta acogido por una multitud que se identifica con esas ideas. Tamaña responsabilidad en la actual coyuntura, porque se trata de aportar y construir, ofrecer luces y generar esperanza, cuando todo parece perdido, oscuro y sin futuro.

Una crítica constructiva que recibí fue esta: “muy bueno, muy claro, hace pensar, pero no propone nada”. Me sentí retado entonces no solo a criticar, sino también a ofrecer pistas sobre cómo llegar al meollo de la crisis estructural que vivimos, sin buscar chivos expiatorios y más bien siendo proactivos. Estamos sobrediagnosticados y se requiere menos discursos y más gestión. Es el cuarto de hora para el liderazgo auténtico. Me quejaba de la ausencia de liderazgo y no es verdad que no haya. Líderes sí hay, sí existen. El problema es que se quiere ser políticamente correcto y muchos son esclavos de mantener su rating de popularidad, evitando posturas que los comprometan pues corren el riesgo de quemarse. Por eso esta es la hora de los grandes retos para gente noble y con grandeza de espíritu. Líderes que afronten los problemas, llamen las cosas por su nombre y se sienten a dialogar sin agendas ocultas, con trasparencia y con vocación de servir a la patria.

He visto propuestas concretas para ir a ese meollo. Me ha gustado que la gente piense y se exprese propositivamente. Hay puntos donde convergemos todos. Eso es importante porque hay que dejar de lado los intereses egoístas y mezquinos. Me preocupa sí que el tiempo corra y los diálogos no avancen. Protestas sí, bloqueos no. Reitero mi rechazo al saqueo, el vandalismo y la violencia, pues es como escupir hacia arriba. Hay que construir, no destruir.

Me he detenido en el listado de temas que el Comité de Paro y los rectores de las universidades más importantes del país han planteado. Comparto sus propuestas:

* Rescate ético: la vida es sagrada. Honestidad y transparencia como estrategia frontal contra la corrupción en todas sus manifestaciones. Cumplir el mandato popular. Los mejores líderes deben conducir y recuperar las instituciones.

* Estado de derecho: reformar el Congreso en cuanto a composición, tiempos y costos; recuperar la credibilidad en la justicia impoluta y eficiente, que impida la impunidad. No más asesinatos de líderes sociales, derecho a la divergencia y la protesta, fuerza pública no represiva.

* Fortalecimiento de la democracia: equidad de género y respeto a la diversidad. Mayor participación ciudadana: escuchar las voces de los estudiantes y cumplir los compromisos pactados.

* Economía. Presupuesto que invierta en los temas neurálgicos: menos para defensa y más para salud, educación, justicia. Sistema pensional razonable. Reforma tributaria justa, Recorte en el gasto público.

* Acuerdos de paz: implementarlos, cumplirlos, no hacerlos trizas. Avanzar en nuevos diálogos.

* Educación de calidad y para todos, con currículos integrales, gratuita o de bajo costo para estratos 1 al 3. Mantener al menos por una década la inversión sistemática en ella.

* Salud para todos, concebida como derecho, no como negocio.

* Ecología: cuidado de la casa común, del agua que necesitamos, de especies animales en extinción y de evitar acciones destructivas como deforestación, explotación minera indiscriminada y contaminación.

* Tema agrario: restitución de tierras, apoyo agrícola al campesino, precios justos, incentivos que motiven invertir en el campo.

Si el listado de problemas es enorme, otro tanto son las propuestas para darles respuesta. Hay que hacerlo. No valen los paños de agua tibia, ni buscar ganarles a los otros. Hay que ceder y conceder, pero nunca retroceder. Hay que pensar en grande. La historia nos juzgará por haber hecho bien las cosas También en el juicio final nos van a evaluar no tanto por lo que pensamos, sentimos, dijimos, las buenas intenciones que tuvimos. Lo que cuenta fue lo que hicimos. Es nuestra hora.

Al meollo del asunto

No recuerdo haber vivido un paro nacional tan prolongado, tan firme, con tantas manifestaciones por todas partes, con tantos comunicados, marchas, expresiones de todo orden en redes sociales y comunicaciones. Ni la amenaza de contagios masivos en plena pandemia, ni los fuertes aguaceros que cayeron adrede como para disuadir y espantar, han podido detener esta fuerza popular incontenible. La copa se ha rebosado y no sé si quienes están al frente del país sean conscientes de ello. Si nadie aguantaba un día más de confinamientos con sus obligados cierres que han dejado a miles desempleados, pasando hambre y en la calle, menos se iba a aguantar la afrenta de una reforma tributaria inmisericorde, descabellada y absurda. Se equivocaron de coyuntura y de destinatarios de la misma. Fueron tercos y no quisieron ni ver ni escuchar. Ahora estamos con un país caótico y en la peor crisis estructural de su historia. Y no es una frase de cajón, ni haber caído en las garras demoníacas de la izquierda comunista regional denominada castro-chavismo-madurismo con la que siempre nos asustaron, pues finalmente caímos en las garras del otro régimen, tan nefasto como aquel, porque régimen es régimen sea de izquierda o de derecha y siempre usan el poder para su provecho y en cualquier caso el pueblo siempre es el que pierde.

Este enorme reto que estamos afrontando todos, le resulta más incisivo a quienes tienen la responsabilidad de dirigirnos. Lamentablemente no veo líderes de talla, grandes en dignidad, creíbles y con autoridad moral como para convocar con fuerza y jalonar un diálogo nacional de fondo y con todos los actores. Toda la clase política está desprestigiada. Yo por lo menos estoy harto de discursos oportunistas unos, mediocres otros, polarizantes muchos, sinvergüenzas todos. Creo que todos queremos algo nuevo, algo distinto. Basta ya de los mismos con las mismas, mentirosos compulsos, farsantes engañosos que prometen descaradamente lo que saben que nunca cumplirán.

Durante décadas enteras hemos sembrado vientos, ahora estamos cosechando tempestades. Destruimos la familia, célula madre de la sociedad, cuna de la auténtica formación en valores, lo que generó que el tejido social resultara enfermo. ¿De qué nos extrañamos sobre lo que está pasando? La calidad de la escuela no ha podido caer más bajo. Se desecharon las humanidades por subversivas (la religión que nos hablaba de trascendencia, la ética que nos enseñaba valores, la cívica y la urbanidad que nos decían cómo comportarnos como ciudadanos para cuidar lo público y para saber cómo actuar con los otros; la oratoria, redacción y la ortografía para saber cómo hablarle a los otros, escribir bien y hacerlo correctamente; la geografía que nos ubicaba y contextualizaba; la historia que nos enseñaba las lecciones del pasado; la filosofía que nos ponía a pensar críticamente y a no tragar entero) y se hizo apología de lo científico-tecnico y tecnológico como si fuera la panacea. Las instituciones perdieron su norte al corromperse. La justicia se arrodilló ante el delito organizado dando vía libre al crimen y la impunidad rampantes. El dinero fácil permeó por doquier como la mejor opción para ahorrarse trabajo, esfuerzo y sacrificio. El listado de desgracias sería interminable, pero lo sabemos y lo conocemos.

Esta coyuntura puede resultar una feliz bendición si se aprovecha para ir al meollo del asunto. Vivimos en uno de los países más inequitativos del mundo donde la miseria crece ante la mirada indiferente de una élite minoritaria. Y criticar al capitalismo neoliberal no es defender el comunismo, ni el fascismo. Hay que desaparecer la pobreza absoluta y catapultar la clase media, para vivir sin ostentaciones y donde nadie pase hambre. La justicia tiene que reformarse de fondo y recuperar la impolutez que tuvo. Al Congreso, legítimo espacio de la representación del pueblo, hay que reducirlo en número y mañas, y expulsar de su recinto a los que se lucran sin hacer nada. Hay que reducir el despilfarro y el gasto público saturado de burocracia. Urge generar empleo. El campo y la agricultura deben ser estimulados. La investigación y la ciencia requieren ser apoyados. El deporte y la recreación que propicien salud corporal y mental. Hay que hacer una reforma educativa con un currículo que forme personas íntegras e integrales para la vida y la convivencia humana. La salud debe ser digna y para todos. Los comunicadores deben ser imparciales y veraces. Las instituciones necesitan volver a ser creíbles. La vida humana es sagrada y los derechos humanos no son ideología amenazante si se acompañan de los deberes humanos, elemental fundamento de una sociedad justa. La diversidad y la pluralidad son nuestra mayor riqueza.

Así las cosas, tenemos que ir al meollo de lo esencial y no distraernos en banalidades superfluas. Todo esto, tan terrible y duro, que hemos vivido y estamos viviendo, no es para buscar candidatos para las elecciones de 2022 sino para trabajar por la alborada de un nuevo amanecer para nuestra patria. Y para que no queden dudas y vacíos, categóricamente desde esta tribuna de libre pensamiento y expresión, rechazo todo acto vandálico y violento, todo daño a los bienes públicos precisamente por ser nuestros, todo atentado a la vida humana tanto de quien marcha pacíficamente como de quien cuida y defiende al pueblo. Todo desadaptado debe ser sancionado y reeducado, obligado a resarcir los daños ocasionados y trabajar en su reconstrucción. Los delincuentes del estrato social que sean deben pagar sus fechorías y sus crímenes. No más impunidad, no más indiferencia. El problema es que no veo liderazgo, otra ausencia lamentable.

País complejo el nuestro

Desde que me conozco decimos, entre otras expresiones: estamos muy mal, vivimos los momentos más difíciles de nuestra historia, el país atraviesa una profunda crisis, hemos tocado fondo. Mejor dicho, estamos en la olla, estamos llevados, esto no lo arregla nadie, en fin… Esa realidad puede ser cierta, pero también es cierto que se volvió paisaje, es decir, nos acostumbramos a convivir con ella, nos parece natural o normal y en ese sentido somos unos conformes y resignados masoquistas sin arreglo.

Bien mal que estamos ya por los letales efectos de la pandemia, como fenómeno global de salud pública, que ha desencadenado una recesión económica sin precedentes pues ha afectado a más de medio mundo y, en vez de buscar solidariamente y en conjunto salidas a tan difícil situación, vamos en contravía equivocándonos reiteradamente, actuando como irracionales, como si realmente le apostáramos a un suicidio colectivo.

Colombia, per-se, es un país muy rico, con recursos suficientes como para competir con otros rankeados como los más ricos del mundo. Alguno decía hace tiempo que somos tan ricos, pero tan ricos, que al país se lo roban diaria y descaradamente y ahí sigue. Nuestro problema siempre ha sido de inequidad y de injusticia, caldo de cultivo para el descontento, la protesta, la inseguridad, el vandalismo, la violencia armada y la guerra civil no declarada. Por décadas hemos sembrado vientos y ahora estamos cosechando tempestades. ¿Por qué nos sorprendemos?

También, con el correr de los años, se ha desarrollado exponencialmente un virus con múltiple variedad de cepas, que ha sido peor que la más grave de todas las enfermedades: la corrupción. Un mal que ha perneado por doquier, que anda rampante y victorioso porque, cuando quisieron vacunarlo, medio país no quiso o no le importó. Y la clase politiquera y rastrera no quiso tramitar la ley anticorrupción en el Congreso, porque era ponerse el cuchillo en el pescuezo y eso nunca puede ser posible para la rapiña y voracidad insaciables que les asiste. Esa misma calaña que prefiere el negocio lucrativo de la guerra a una paz vuelta jirones. ¿Ustedes no creen que eso es un insulto y una afrenta para el pueblo?

Se plantea una necesaria reforma tributaria, pero se plantea mal. Eso ha enardecido a toda la sociedad y ha dado pie para que los agitadores y oportunistas aprovechen la ocasión y hagan su agosto. Qué cuentos de cuidarse. Salieron a contagiarse masivamente para cargarse de toda clase de males e infectar a los suyos. Y otros salieron a robar, saquear y destruir, para acabar con lo poco bueno que todavía tenemos. Insensatos y estúpidos que solo invitan a la provocación y la represión para después quejarse de que les violan los derechos.

Se trata de gente sin educación y que no piensa, producto de la decisión política de apostarle más a la guerra que a la educación y me refiero al Estado y también a un magisterio que se la pasa en marchas y protestas en vez de estar dando clase, educando, formando la conciencia crítica de las nuevas generaciones que van a dirigir este país. País complejo el nuestro, ¿no les parece?

Tras de cotudos con paperas

Nunca, que yo recuerde, al pueblo le ha gustado pagar impuestos. Tributar a las arcas del gobierno es una práctica que ha existido siempre porque se necesita plata para costear el gasto público, pero, repito, que le toquen la bolsa a la gente no es de buen recibo, máxime cuando se sabe que los recursos se malgastan, o se derrochan o, peor aún, se los roban. Aquí y en Cafarnaúm. A Mateo, el compañero de Jesús, que era cobrador de impuestos para Roma, lo miraban mal sus coterráneos. Y en estas latitudes la caída del colonialismo español comenzó a gestarse desde 1781 con la revolución comunera que protestaba precisamente por el cobro excesivo de impuestos.

Las reformas tributarias, llámense como las quieran llamar, no son populares, para este o para el gobierno que le toque, en el país que sea. Por un lado, se sabe que el erario requiere robustecerse para afrontar tantos y tan complejos frentes que debe atender, pero por otro, su inconveniencia radica en la coyuntura en que se propone. El palo no está para cucharas. Además, lo que más molesta es que afecte fuertemente a algunos (que suelen ser los de clase media) y a otros no (que suelen ser los de clase alta). Esa inequidad resulta ofensiva y quienes conocen la propuesta a fondo, saben a qué me refiero. El momento es inapropiado por la pandemia y sus secuelas de todo tipo. La clase política criolla se está jugando en mucho su futuro y si hubiera juicio y sensatez, preocupación honesta por el bien común que no por sus propios intereses, más allá de distingos y diferencias, se construiría una propuesta mejor y más justa. Personalmente me preocupa la protesta social, no por el derecho legítimo a la protesta sino porque, en las actuales circunstancias, puede ser manipulado por agitadores del caos y la violencia.

Para colmos, cuando la cosa está caliente, veo con sorpresa en las redes sociales, la noticia de que la ministra de Educación sale a decir que los estudiantes pueden cambiar la clase de educación religiosa por otra asignatura. Tan nefasta propuesta duele, no porque yo sea cura, sino porque como educador que soy veo con espanto cómo, poco a poco, del plan de estudios se van expulsando las áreas del saber humanista, una decisión radicalmente equívoca e infeliz, que está destruyendo la formación integral de nuestros niños y jóvenes, siembra vientos para cosechar tempestades, tiro por la culata que significa un auténtico suicidio colectivo. Con desdén se han ido suprimiendo las cátedras de urbanidad, educación cívica, comportamiento y salud, redacción y ortografía, religión, geografía, historia, filosofía, ética, etcétera. Mejor dicho, esas que forman personas, ponen a pensar críticamente, pero no dan dinero, no son rentables.

Diría la abuela, “tras de cotudos, con paperas”. Bien mal que ya estamos por erróneas decisiones de todo tipo, cojeando como sociedad andamos, y ¿le pegan un tiro a la pata que está renca pero todavía funciona? ¡Por Dios! Estamos graves, muy graves. No sé en qué están pensando quienes procediendo de esta manera nos conducen derecho al abismo. Lo triste es que no hay de dónde escoger. ¿Que entre el diablo y escoja? Nooooo, qué horror. ¡Qué duro será el juicio de la historia sobre quienes pudiendo arreglar esto, lo acabaron de dañar!